Carlos Saglul (ACTA)
En la última elección, la mayoría de los políticos se insultaron. Intercambiaron denuncias. Los spots publicitarios reemplazaron a la plataforma electoral. Salvo honrosas excepciones, ni por milagro se les cae una idea. La prensa hegemónica trasmite entusiasmada el cambalache. No es casual.
Así como ayer fue el miedo, hoy la forma de hacer política que se comunica por los monopolios informativos transmite la noción de impotencia para cualquier intento de transformación colectiva y, consecuentemente, sirve a aquellos que siempre han querido gobernar el país sin la interferencia de la participación popular. Para eso, que mejor que una juventud indiferente, descreída y apática.
¿Están logrando su objetivo? Pese a las dudas y contradicciones, los pibes, hijos del estallido social de diciembre de 2001, buscan con avidez un destino mejor para todos.
Durante la dictadura militar no pocas aulas tenían algún banco vacío, no había fábrica ni barrio sin un desaparecido, ni familia obrera o de clase media con algún preso, muerto, cesanteado, exilado o detenido-desaparecido. Los jóvenes escuchaban seguido “de política mejor no hablar” y el slogan de moda era “algo habrán hecho”. Vino la democracia y de a poco la política comenzó a profesionalizarse. Ya no eran los militantes juveniles que salían a pintar gratis a fuerza de compromiso, pasión y utopías. Pasada la primavera política y a caballo de la claudicación de los sucesivos gobiernos constitucionales ante los grupos hegemónicos, de militante rentado a operador político, muchos empezaron a ver la política como negocio y se transformaron en una clase rentística del poder.
“Roba pero hace”. Durante el Menemismo, todos los días se denunciaban nuevos hechos de corrupción. “Confío en la Justicia” era la remanida frase a la que echaban mano los corruptos. La impunidad estaba asegurada. La justicia era ciega, sorda y muda. No ha cambiado demasiado: sigue habiendo una justicia para ricos y otra para pobres. Por aquellos días, un cronista le preguntó a un joven que protestaba por el cierre de una fabrica en Lugano_-¿Te dedicás a la política?-. -No, yo trabajo- fue la respuesta. Política y corrupción pasaron a ser sinónimos. Y entonces aparecieron deportistas, cantantes, empresarios, astrólogos, cómicos. Se corría el telón y empezaba el show electoral.
En la última elección, la mayoría de los políticos hacían de ellos mismos en los programas satíricos de la TV. Pasaron horas discutiendo en público cosas de absoluta irrelevancia para la mayoría de la población. Se insultaron. Intercambiaron denuncias. Los spots publicitarios reemplazaron a la plataforma electoral. Salvo honrosas excepciones, ni por milagro se les cae una idea. La prensa hegemónica trasmite entusiasmada el cambalache. No es casual. Así como ayer fue el miedo, hoy la forma de hacer política que se comunica por los monopolios informativos transmite la noción de impotencia para cualquier intento de transformación colectiva y, consecuentemente, sirve a aquellos que siempre han querido gobernar el país sin la interferencia de la participación popular. Para eso, que mejor que una juventud indiferente, descreída y apática. ¿Están logrando su objetivo? Pese a las dudas y contradicciones, los pibes, hijos del estallido social de diciembre de 2001, buscan con avidez un destino mejor para todos.
“La política es corrupta, no sirve, ese es el mensaje”
Bernabé Fenández Moyano, 21 años estudiante universitario recuerda: “Por adhesión a créditos impagables los 90 no fueron buenos en casa”. Confiesa que simpatizó con el peronismo revolucionario. “Le tengo envidia a aquella juventud de los setenta, porque aunque todo haya terminado en un horror, tuvieron la posibilidad de soñar, de permitirse el intento de crear un mundo mejor”. Sin embargo es escéptico con el presente. “La juventud actual no tiene intereses políticos. Es impresionante la falta de debate, de interés en algo ajeno a la propia persona y eso que voy a sociales de la UBA”.
Fabiana Díaz, 18 años, estudiante secundaria, podría adherir a lo que señala Bernabé salvo en un punto: “La gente que mataron los milicos, los medios de comunicación sembrando mentiras. No es fácil volver a creer pero lo estamos haciendo”. Cuenta que “la primera vez que organizamos algo fue cuando el Gobierno de la ciudad le sacó las becas a algunos compañeros. Estábamos tomando la escuela y de repente nos percatamos que de todos los que participábamos de la medida, sólo uno estaba directamente afectado. Y entonces me di cuenta de algo importante que está en una frase de José Martí que leyeron en clase. Uno es digno cuando siente como propio el daño que le hacen al prójimo, no importa que éste no se defienda”.
Cuando llegamos a su casa, la socióloga Victoria Rangungi, especialista en temas de seguridad, acaba de terminar un trabajo referido al éxito del neoliberalismo para desacreditar lo colectivo como espacio de transformación. “Todos los debates sobre seguridad tienen una impronta de criminalización de los jóvenes y hacen pie en que la seguridad se resuelve como una cuestión técnica no política. La política es corrupta, no sirve, ese es el mensaje”.
Rangungni no duda del éxito que ha tenido hasta ahora el neoliberalismo en desmovilizar a los jóvenes aunque rescata a “los piqueteros, las Madres, hijos, organizaciones de izquierda, sectores del peronismo, los jubilados, resistiendo, peleando por no entregar la calle”. Sobre la escuela secundaria reflexiona que “es natural que el joven se niegue a integrarse y proteste contra la disciplina, la ropa, el orden social. El problema es cómo se resiste a integrarse cuando la sociedad no quiere integrarlo. Es un fenómeno que está pasando, y todavía no se ha estudiando lo suficiente. ¿Qué pasa con el chico excluido? ¿Cómo se defiende?”.
Mientras persista la injusticia habrá batalla. “El neoliberalismo trata de demostrarnos a todos y en especial a los jóvenes que la desigualdad es inevitable. Eso es lo que hay que enfrentar. Y no sólo es tarea de los que tienen menos edad”, advierte.
La socióloga propone la batalla cotidiana de trabajar con nosotros mismos. “Vamos a las manifestaciones pero en la casa tenemos en negro a la chica que nos limpia. Protestamos porque nos cobran impuestos demasiado altos pero los peones que trabajan para nosotros están sin blanquear. Al individualismo que propone el neoliberalismo también hay que darle batalla dentro nuestro”.
En clave colectiva
Franco Armando recuerda que el inicio de los noventa “lo viví en el barrio junto a las primeras ollas populares, después ya en la adolescencia en los finales de los noventa me encontré que había terminado el secundario y no tenía laburo como tantos otros y fue entonces que nos empezamos a organizar para armar cooperativas de recicladores .Las actividades más políticas a las que me acerqué creo que como todo pibe de mi generación vinieron de la mano de las Madres de Plaza de Mayo y de H.I.J.O.S. con sus escraches”.
Franco es conducción del Sindicato de Mensajeros y Cadetes (SIMeCa-CTA), el gremio que agrupa a los motoqueros. Piensa que la juventud de los setenta “es un ejemplo y con toda la humildad uno se siente e intenta ser continuador de esa generación y del proyecto emancipador que encarnaban. Muchos de esos compañeros que lograron sobrevivir son nuestros compañeros y eso es un orgullo”.
Cree que es posible refundar un proyecto colectivo que movilice a los jóvenes “uno apuesta y piensa en clave colectiva a diario, ya sea en la construcción de organizaciones reivindicativas (en mi caso SIMeCa) pero también sin perder de vista y aportando a la construcción de un proyecto político integral de transformación social, por eso estamos en la Central de Trabajadores de la Argentina y compartimos la necesidad de un Movimiento Político, Social y Cultural de Liberación. Ocurre que a nosotros nos tocó vivir un contexto político y social muy distinto, signado por la dura derrota que padeció nuestro pueblo y que pagó con su vida la juventud de los 70”.
Agencias electorales
Marcelo Urresti, sociólogo del Instituto Gino Germani y docente de la Universidad de Buenos Aires coincide con el resto de los entrevistados que “en los 90 se profesionalizó la política. Antes, en los 80 había comenzado eso que se llama política técnica. Eufemismo que marca como las superestructuras reemplazan al militante. Esas estructuras nuevas son agencias electorales que sirven para ganar elecciones pero no hacen que el sistema deje de perder legitimidad popular”.
El sociólogo explicó que para este tipo de política no se necesitan plataformas electorales. “Se trata de gente pragmática que prefiere no dejar por escrito lo que por ahí no podrá cumplir”. Urresti señala que a través de todos los medios se orienta a la gente hacia lo que se llama “bienestar privado”. “No bien público, bienestar privado”, insiste. “Se votan partidos que puedan asegurar mantener este bienestar, lo colectivo está limitado a otra gente que pueda tener determinados intereses perecidos aunque siempre coyunturales. Esto es un claro giro a la derecha, un mensaje que tiende a la defensa de las instituciones. Todo menos tender al cambio social”.
Cuando se le pregunta a Urresti por los que se quedaron “afuera del modelo”, reconoce que “un treinta o cuarenta por ciento de los jóvenes no tiene trabajo o lo mantiene en condiciones de explotación y precariedad. No le brindan posibilidad de acceder a una carrera y son pocas sus esperanzas de futuro. En muchos casos estos sectores deben que luchar tanto para sobrevivir que se tornan conservadores, La prioridad es que no le quiten lo poco que tienen”.
No obstante aclara que “han crecido muchas experiencias organizativas en los sectores populares que tienen gran éxito en lo territorial y local, pero les cuesta mucho llegar a articular una coordinación nacional. Eso los diferencia de la derecha, siempre tan clara y unida a la hora de defender sus intereses”.
Despolitizar la política
Natalia Lliubaro, operadora de radio, estudiante de cine recuerda que “lo que viví en esa época tiene más que ver con una situación familiar que con mi propia experiencia. A mi papá lo echaron del laboratorio en donde trabajaba y con la plata de la indemnización se puso una pequeña empresa de plástico. Durante los primeros 5 años nos fue bien ya que había consumo y el dólar uno a uno ayudo pero luego fue cayendo hasta hacerse la situación casi insostenible. También noté que la conciencia política en esos años se fue esfumando, es decir, que el camino para solucionar los problemas no era comprometerse con la política sino todo lo contrario. El que se metía en política era mal visto y existía la idea que sus objetivos eran personales. Creo que eso colaboró para que a mi generación le interese poco la política”.
Al igual que al resto de los consultados, responde con la palabra admiración al preguntársele por la generación de los setenta: “Realmente creían y creo en lo que hacían y lo que pensaban. Existía un compromiso político con nuestra propia realidad y una organización para llevar a cabo ese proyecto de país y sociedad que hoy en día no veo”.
“La mayoría de los candidatos despolitizaron la política y la convirtieron en un espectáculo mediático”, se quejó Natalia: “Por ejemplo existe un programa de televisión que es el fiel reflejo de esta situación. Marcelo Tinelli y su Gran Cuñado, en donde vemos a todos los posibles candidatos y demás protagonistas políticos ridiculizados. No sólo nos presentan a los dobles de los políticos si no a ellos mismos con sus imitadores bailando y haciendo cualquier cosa, vacías de contenido. También varios candidatos políticos son dueños o tienen algún tipo de relación económica con los canales de televisión o con los medios. Así la política se ve más ligada al poder económico que a los ideales de un país, y aquellos candidatos que tengan más dinero para imponerse en los medios lo pueden hacer sin reflejar ninguna idea, y los partidos políticos pequeños sin dinero se ven excluidos del mapa político y por estos días, eleccionario”.
Algo está cambiando
El sociólogo Marcelo Urresti recuerda que la farandularización de la política surgió cuando “los politicos perdieron legitimidad y entonces empezaron a traer gente de afuera del espectro partidario que se suponía no tenían sus vicios. A la larga esto decepciona seguro. Esta gente no legitima la política sino que, en muchos casos, se convierten en políticos con los mismos vicios de aquellos que supuestamente vinieron a reemplazar”.
Bernabé Fernández Moyano nos lee el epígrafe de un libro que ha traído consigo (La Muchedumbre Solitaria de David Riesman ): “G. L. Clements, vicepresidente y gerente general de la Jewel Foods Stres de Chicago, afirmó que el supermercado donde “se ofrece al comprador valores psicológicos sutiles” tendrá mas probabilidades de conseguir una clientela estable provechosa que el que depende únicamente de los precios bajos y la mercadería de buena calidad.
En cuanto a la manera de determinar cómo se proporcionarían esos “valores psicológicos” que resulten atractivos para el cliente, afirmó que “un negocio debía tratar de desarrollar los mismos rasgos que nos gustan de nuestros amigos”. Enumeró algunos de esos rasgos entre ellos, la limpieza, aspecto moderno, generosidad, cortesía, honestidad, paciencia, sinceridad, simpatía, afabilidad”. ¿Sabe la gente lo que realmente quiere?, “la gente no sabe lo que quiere, pero si sabe qué le gusta o no”.
“Para mí esta forma de hacer política es el reflejo de la postmodernidad, del político como estrella mediática sin ideología al estilo de vedette donde lo único que importa es la imagen. Cualquier persona que intente tener un protagonismo social y que no cumpla estas reglas del drama televisivo será tachado de mamarracho por cualquier medio, excluido de los mismos y declarado muerto político. No hay forma de salir de la cuestión mediática que maneja la corporación de los grandes medios”, concluye Bernabé.
A su turno Urresti dice que “la gente se olvida que treinta años en la historia no son nada. Las transformaciones sociales se van dando lentamente. La lucha de hoy va a dar fruto mañana. No se puede desconfiar toda la vida de las formas de participación. Tarde o temprano los cambios irrumpen”.
Franco Armando está convencido que las jornadas de diciembre de 2001 fueron una bisagra generacional: ”Fuimos los jóvenes laburantes ocupados y desocupados los que principalmente pusimos el pecho a la balas de la policía: Gastón Rivas, “Petete” Almirón, Dario y Maxi son prueba de ello. Pero no sólo protagonizamos la lucha callejera también construimos y asumimos responsabilidades en la infinidad de experiencias organizativas que se dio nuestro pueblo para resistir y enfrentar al neoliberalismo. Una nueva camada de militantes y activistas surgió de ese proceso y nutrió las organizaciones sindicales y populares. La perspectiva es mejor si pensamos a futuro, hay una generación entera que se crió al margen de las rutas que cortaban sus viejos y hermanos mayores. Para esos chicos que crecieron, se educaron y formaron al calor de la lucha social, la organización popular no es solo un medio para conquistar mejoras sino más bien una escuela de vida”.
Natalia Lliubaro es más cauta pero no se muestra menos esperanzada: “poco a poco, en ámbitos universitarios se puede ver la inserción de los jóvenes en la actividad política. Hoy en día, en la vorágine que tiene que mantener los jóvenes para poder estudiar (es decir que tiene que tener un trabajo para hacerlo) los tiempos se ven acotados para dedicarse plenamente a la política. Desde el 2001 la aparición de las asambleas populares y barriales les dio a los jóvenes una nueva participación que todavía está creciendo. Creo que la no participación no ganó, sino por el contrario algo está cambiando”.
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