lunes 20 de julio de 2009
Por Aldo Díaz Lacayo
La política exterior tiene por objeto garantizar la pervivencia histórica del Estado en el concierto internacional de las naciones. Es decir, garantizar en el ámbito internacional el ejercicio pleno de la soberanía nacional, que es la condición sine qua non de la pervivencia histórica del Estado. Una tarea compleja, muy difícil, más bien heroica, para la inmensa mayoría de los países que no forman parte del núcleo de naciones poderosas que sucesivamente a lo largo de siglos han controlado el poder global, actuando como gobierno de facto del mundo.
Esta situación es consecuencia de la dialéctica de la historia, no es nueva, pero hoy día, con la crisis de civilización que vive la humanidad, es mucho más visible y más radical. Siempre ha existido, en efecto, una contradicción estructural entre el ejercicio de la soberanía nacional del Estado, que es absoluta, y el ejercicio del gobierno de facto internacional, que persigue limitarla y de hecho la limita a través de la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza. Porque nunca ha existido un Estado Universo legítimo, equivalente al Estado-nación, con su respectiva soberanía universal. Y no es previsible que exista —aunque sí regionalmente, como lo demuestran las actuales luchas del Sur, principalmente en América.
En consecuencia, la contradicción histórica siempre ha sido entre la soberanía absoluta del Estado y un concierto internacional disperso, desestructurado, anarquizado —como algunos autores lo califican—, en el cual los intereses propios de cada Estado no suelen coincidir con los intereses de los demás. Todos obligados por definición al ejercicio absoluto de su propia soberanía nacional, pero también obligados a relacionarse entre sí porque no tienen posibilidad de vivir en aislamiento. Entonces entran en contradicción, convirtiéndose ésta en antagónica cuando existen disparidades de poder entre los mismos.
Es así como el Estado pequeño inevitablemente entra en conflicto con el Estado poderoso, cuya pervivencia histórica, en esas condiciones de poder, le exige atropellar a los más débiles, anulándoles su soberanía por todos los medios, para profundizar su sometimiento y garantizar la impunidad de su explotación permanente. Por esta razón, también inevitablemente, el Estado poderoso entra en contradicción con sus iguales, que luchan entre sí por controlar el mayor número de estados pequeños. Finalmente, uno de ellos triunfa indiscutiblemente sobre los demás —siempre por medio de la guerra, como ha sido hasta ahora—, y se convierte en imperio, imponiendo las reglas universales de convivencia a través de una política exterior ilegal e ilegítima, convirtiéndose en Estado-universo de facto.
La última confrontación inter-imperial, la llamada segunda guerra mundial, tras la derrota del fascismo y para garantizar la paz universal firme y duradera, dejó como saldo institucional la Organización de las Naciones Unidas, ONU, en 1945. Un recurso diplomático de Los Estados Unidos, que salió indemne de esa guerra, para garantizarse un prolongado dominio universal con aparente cobertura legal, concediendo a cambio cuotas de poder a los aliados; en forma nominal a Inglaterra y Francia, y en forma real a China Popular, por su poderío potencial, y a la URSS (actualmente Rusia), verdadera potencia vencedora, pero que quedó devastada.
A partir de 1945, entonces, Los Estados Unidos, se convierte en Estado universo de facto. Imponiendo las reglas generales y particulares de convivencia de la comunidad internacional. A través, como ya se dijo, de una política exterior ilegal e ilegítima, fundamentada en el poder absoluto de la fuerza militar y en el control de las relaciones económicas-financieras-comerciales internacionales, sustento de la hegemonía del imperialismo. Aunque, también, como ya se dijo, dándole visos de legalidad a través de su control sobre la ONU, a despecho del interés de las otras potencias miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
Nicaragua frente a Los Estados Unidos
Desde su independencia Los Estados Unidos se convierte en imperio regional, siendo América su primera víctima; en forma explícita, a partir de la declaración de llamada “doctrina Monroe”, en diciembre de 1823, pero con mayor énfasis en México y El Caribe, en particular sobre Cuba y Nicaragua, fundamentales para su geopolítica continental. Tres países que desde siempre han sufrido una espantosa relación biliteral con Los Estados Unidos. Víctimas permanentes del imperialismo. Pero también tres pueblos que han respondido digna y heroicamente, por todos los medios, para preservar su independencia y soberanía plenas. Una respuesta con reflujos importantes, como la actual situación de México, o el larguísimo período del somocismo en Nicaragua; y también con elevados repuntes de dominación: la constitución de la ONU, el torreterrorismo de 2001, y el actual, producto de la crisis económica del capitalismo global, para trasladarle al Sur una proporción importante de los costos de su salvataje.
Desde que el pueblo nicaragüense derrotó al somocismo hace treinta años, en 1979, recuperando su soberanía, el imperialismo norteamericano reformuló su política exterior hacia Nicaragua sobre la base de la agresión permanente, incluso militar. Una política exterior de Estado, ejecutada con la misma despiadada eficacia por las distintas administraciones, incluyendo la actual del Presidente Barack Obama, autocalificado “presidente del cambio”.
Empezó con la agresión armada de Ronald Reagan, produciéndole al país muchas miles de muertes y una destrucción material descomunal, aparentemente inverosímil, tanto que aún ahora los gobiernos y partidos asociados a Washington la asumen como “propaganda sandinista”. Según su propia definición, la política de Reagan perseguía “obligar al sandinismo a pedir cacao”. La misma política de Barack Obama, definida por la señora Secretaria de Estado, Hilary Clinton, como “lidiar con Ortega”, hasta obligarlo a implorar perdón. Imposible, hoy como ayer.
Valiéndose de la profunda y hasta hoy irreversible crisis económica del capitalismo global, que agobia al mundo, la política del presidente Obama hacia Nicaragua se expresa principalmente en el ámbito de las relaciones económicas: en el comercio y en la llamada cooperación económica, como la Cuenta del Reto del Milenio. Pero que incluye —aunque no han sido usados todavía— la manipulación de las instituciones financieras internacionales, controladas por Washington, y la inhumana política norteamericana hacia los migrantes del Sur.
Es evidente, sin embargo, que la visión política global del presidente Barack Obama es opuesta y, en muchos casos, contradictoria a las de Reagan y los dos Bush, incluso a la de Clinton. Pero también lo es que hasta hoy día no ha podido demostrarla en los hechos. Hoy día, en efecto, lo que aprecia el ciudadano universal es una contradicción insalvable entre la visión del Presidente y las exigencias del imperio, que aquel no tiene posibilidades de cambiar.
Una realidad que los pueblos del mundo van asumiendo aceleradamente, en el brevísimo tiempo de la administración del presidente Obama. Causa de pérdida de expectativas, donde las hubo; de reforzamiento de los temores ancestrales frente al imperialismo norteamericano, ahora magnificados por las crisis del capitalismo global. Pero también de retoma de conciencia acerca de que el cambio nacional y regional solamente es posible por el esfuerzo propio, actualmente incrementado por la decisión de los pueblos americanos de reiniciar su lucha por la segunda independencia. Sobre la base de su unidad, como ocurrió hace doscientos años, pero hoy día a través de la institucionalización del Estado-región: ALBA y UNASUR.
Pero hay un tema relevante en el cual el presidente Obama se contradice radicalmente, porque plantea el cambio al margen de la historia. Más en el caso de Nicaragua: ¿Cómo cambiar lo que no se conoce? Peor aún ¿cómo cambiar lo que se conoce fingiendo ignorancia? Porque la historia de las relaciones bilaterales USA-Nicaragua resulta demasiado evidente para ignorarla.
Managua, domingo 21 de junio de 2009
Imagen tomada de:
Publicado por Revista Libre Pensamiento en 8:44
Etiquetas: Batalla de las ideas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario