Kevin Johansen sale de su habitación, en el Hotel Quito, a las 17:00, para cumplir con la cita acordada. Con unas grandes gafas Rayban, camina hacia el lobby: “Disculpa estaba dormido…”, dice con su voz gruesa.
Redacción Espectáculo
Kevin Johansen sale de su habitación, en el Hotel Quito, a las 17:00, para cumplir con la cita acordada. Con unas grandes gafas Rayban, camina hacia el lobby: “Disculpa estaba dormido…”, dice con su voz gruesa.
Al encontrarse en Ecuador, en Quito, en latitud cero, confiesa estar en paz. El Festival Cero Latitud lo invitó al jurado de la Selección Oficial en Competencia y el Centro Cultural El Aguijón, a tocar. El jueves, Johansen recorrió su trayectoria musical mientras el caricaturista argentino Liniers hacía ilustraciones que nacían de la música y de las charlas entre artistas, guitarra y pincel. El recital fue parte de la gira Oops!, de la cual Quito fue destino sorpresa.
Este cantautor nacido en la gélida Alaska en 1964, y radicado desde los 12 años en Argentina dice haber encontrado aquí su centro. En tener un nombre gringo, ser un “latino al revés” y la intensa lucha interna de sus dos culturas está la base de su riqueza .
Tal vez por ello sostiene que la música es el primer idioma. La suya no cabe en definiciones, es de carácter ecléctico, lo mismo puede hacer una cumbia andina funk, como una “rumba amiloganda o una milonga derrumbada”. Las letras de sus canciones responden a un sinfín de referencias culturales, que Johansen capta como una antena. En sus temas están hermanados Lacan y Kusturica, el Che y Ronald McDonalds, Maradona y Nietszche.
Pero la mayoría se tratan desde un guiño cómplice, desde la ironía. Así habla del amor, no con el mismo tono demagógico de las baladas cortavenas, en las que el amante desesperado busca unos labios rojos, hasta cometer un hara-kiri pasional: “Creo que el humor puede ser muy serio, es tristeza disfrazada, siempre obliga una segunda lectura”.
La política también subyace en sus composiciones, aunque no le gusta el mensaje directo y la utilización obvia. La filiación socialista leninista y latinoamericanista de su madre esboza las bases de su ideología, que se conjuga con la ascendencia gringa de su padre y que, dice, esta presente en casi todo lo que hace.
¿Cómo la define? Quizá con su tema sur o no sur: “Quisiera quedarme aquí en mi casa, pero ya no sé cuál es…”.
Ahora esta consciente de que el sur existe mucho más que antes, que ya no está la autoflagelación de los sudamericanos, sino, un aprecio por su cultura propia, venga de donde venga.
Así, sin saber donde establecerse, tras experiencias musicales con una banda ochentera, Instrucción Cívica, anduvo por Buenos Aires, Montevideo, Nueva York. En esta última ciudad, tuvo una serie de tocadas en el mítico escenario del CBGB, hogar del rock ‘underground’.
De las palabras de Hilly Kristal, dueño del bar, sacó una guía para hacer su música sin tapujos; de esta experiencia nació, en 1993, el tema Guacamole, una fusión de comida, fútbol, mujeres, idiomas: el puntapié inicial para sus giras, para toparse con puertas abiertas y para sus discos (‘The nada’, ‘Sur o no sur’, ‘City Zen’ y ‘Logo’).
El inicio de su carrera no fue fácil, de lavacopas a mesero, de paseador de perros a guía de turismo para las Naciones Unidas, los oficios fueron muchos hasta encontrarse. Por ello, y a pesar de un rasgo de vanidad al cuidar su imagen, ya que todas las fotografías deben retratar el lado izquierdo de su rostro, se mantiene en tierra. En el lobby de un hotel cinco estrellas, Kevin Johansen sabe que la fama es pasajera y banal.
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