lunes, mayo 18, 2009

«Palabra de esta América» y «Música de esta América»


La noche anterior a la muerte de Mario Benedetti, fue premiada en la Feria Internacional Cubadisco 2009 una colección discográfica de la Casa de las Américas, que fuera fundada por el poeta uruguayo durante su inolvidable labor en la institución habanera

por Caridad Tamayo Fernández, especialista del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas

La noche del pasado sábado 16 de mayo fue de excepcional alegría para la Casa. Sus colecciones discográficas «Palabra de esta América» y «Música de esta América» recibían sendos premios especiales en la ceremonia de premiaciones de la Feria Internacional Cubadisco 2009, por la reciente edición de diez discos en formato de CD con un nuevo diseño, dos dedicados a Salvador Allende y el Che Guevara, y el resto a la poesía y la música de Gabriela Mistral, Mercedes Sosa, Mario Benedetti, Víctor Jara, Pablo Neruda, Violeta Parra, Julio Cortázar y Gonzalo Rojas.

El Premio Cubadisco, fundado en 1997 y organizado por el Instituto Cubano de la Música, es el evento de mayor trascendencia para la industria musical en Cuba. El hecho de que las colecciones discográficas de la Casa recibieran estos premios constituye un importante reconocimiento a los más de cuarenta y cinco años de trabajo en el registro y la producción de fonogramas con las voces de escritores leyendo sus propios textos, y de los conciertos y recitales de reconocidos artistas de Latinoamérica y el Caribe que han pasado por la Casa.

Mientras el espectáculo transcurría, me preguntaba si debíamos decir algo para agradecer el premio. Como productoras de los discos (Layda Ferrando, por los de Música, y quien firma esta nota, por los de Palabra) éramos las encargadas de subir al escenario para recibirlo. Mi compañera se negaba rotundamente a hablar y yo elaboraba mentalmente un discurso eventual. Estuve pensando todo el tiempo en Mario Benedetti, y en Haydee, por supuesto; ellos fueron los que iniciaron este trabajo. Pensaba en todos los compañeros del Centro de Investigaciones Literarias (CIL) que han colaborado en el Archivo de la Palabra a lo largo de sus más de cuarenta años de existencia, especialmente en Pedro Simón, fundador (junto a Benedetti) del Centro y del Archivo, hoy asesor de nuestra colección; ellos merecían este premio y un abierto reconocimiento.

En mi cabeza repetía: “La Casa de las Américas quiere aprovechar este momento para agradecer a todos aquellos que han colaborado en la realización de estos discos, y a la EGREM, que durante muchos años no sólo acogió nuestras grabaciones sino también produjo nuestros primeros discos y casetes. Al mismo tiempo, queremos dedicar este premio, para resumir la larga lista de compañeros que han colaborado en este trabajo, a sus fundadores: a los maestros Harold Gramatges y Argeliers León, fundadores del departamento de Música y su colección; a ese extraordinario escritor y amigo que es Mario Benedetti, quien fundó el Centro de Investigaciones Literarias y su Archivo de la Palabra, y por supuesto, a Haydee Santamaría, a quien debemos la Casa misma”.

Sin embargo, nuestra timidez, acrecentada por el nerviosismo y la impaciencia de un público que esperaba con ansias la actuación de los músicos de su preferencia nos hicieron decir sólo un rápido “Muchas gracias”. Luego, me quedaba el mal sabor de la deuda y de una ocasión desaprovechada.

El domingo, el mal sabor se convirtió en desarmante tristeza. Nos llegaba la noticia de la muerte de Mario Benedetti, nuestro “Mario”, el trabajador de la Casa, fundador de su Centro de Investigaciones Literarias, del Archivo de la Palabra, de la serie Valoración Múltiple; el Benedetti de “Quemar las naves”, “Desinformémonos”, “Una mujer desnuda y en lo oscuro”, el de “Táctica y estrategia”, y tantos otros poemas que leímos y dedicamos desde nuestra adolescencia.

Tuve la fortuna de conocer a Benedetti en su penúltimo viaje a la Casa en 1994. Vino acompañado de su inseparable Luz para presentar una antología de su poesía y ofrecer el que sería el último de sus recitales entre nosotros. Fue multitudinario. La sala Che Guevara estaba repleta de jóvenes, todos expectantes, ávidos de ver y escuchar al poeta tantas veces leído.

Yo era casi una recién llegada; acababa de graduarme de Letras y la Casa me llamó para trabajar justamente en el Centro que Benedetti había fundado, algo insospechado e increíble para mí. Sus antiguos compañeros recibían a “Mario” con alegría inmensa, lo abrazaban efusivos, y él se dejaba querer por todos con inesperada timidez; con su hablar bajo y lento agradecía, sonreía suave. Tuve el privilegio no sólo de conocerlo personalmente sino también de ser su “Virgilio” por los intrincados pasillos de la Casa.

Al final de la lectura Benedetti debía llegar hasta la sala Galich para firmar libros y yo debía conducirlo por recovecos que él conocía de memoria para evitar que fuera devorado por la multitud. No recuerdo qué hablamos por el camino, fue poco. Sí recuerdo con nitidez que estuve todo el tiempo a su lado, orgullosa e incrédula, viendo cómo firmaba un libro tras otro, cómo escribía paciente los nombres que le dictaban.

Tras estampar su firma en varias decenas de volúmenes, y con la puerta aún colmada de gente, le comenté que no le alcanzaría la tinta para escribir tanto, me contestó con seguridad y sonriendo mientras alzaba la pluma frente a mí: “No te preocupes, no me ha fallado nunca”. Tal era la compenetración del hacedor con su instrumento. Cuando firmó el último libro de la larga fila me miró: “¿Viste?, te dije que esta pluma no me ha fallado nunca”. Y para hacer más patente su afirmación escribió la última dedicatoria del día para mí; allá quedó su firma larga, cálida, con la oscura tinta de su Parker.

En el CIL, desde que tuvimos certeza de la cercanía de los 50 años de la Casa pensamos en Benedetti con especial fruición. Él debía estar junto a nosotros más que nunca, pero su delicado estado de salud era un obstáculo del que también éramos conscientes. No hemos dejado de mencionarlo ni un solo día, y en la renovada edición de los discos de la colección Palabra de esta América incluimos su poesía para agradecerle los años de trabajo, amistad y fidelidad a la Casa.

A inicios de este año, ese otro poeta incansable que lleva las riendas de esta Casa nos sorprendió con una definición exacta de lo que ha sido y es el sostén de esta institución: “la filosofía de la bicicleta”, según la cual lo único que no se puede hacer es dejar de pedalear o se pierde el equilibrio. Benedetti fue armador de esta bicicleta desde la cual se han realizado tantos eventos literarios, premios, libros, y sobre la que han pedaleado valiosos trabajadores de la cultura como Ezequiel Martínez Estrada, Roque Dalton, Raúl Hernández Novás, Óscar Collazos, Iverna Codina o Arturo Alape, por sólo mencionar algunos.

Los que llegaron hace más de veinte años y los que hace sólo una década seguimos pedaleando para que esta maquinaria no pierda su equilibrio dedicamos a ellos este y los premios que vendrán con la intención de seguir adelante.

¡Salve Mario, los que damos continuidad a tu obra te saludan!
18 de mayo de 2009

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