Por Reynaldo Sietecase
Yo repartía carne en mi pueblo y un día me di cuenta de que todos los martes y jueves había dos linyeras que bajaban del tren, cuando iban para Tucumán y cuando venían. Venían, bajaban y tenían las latitas para hacerse algo de comer. Entonces se me ocurrió, entre todos los paquetes, robarle al carnicero un cacho de carne con hueso y llevárselo a los linyeras para ver cómo reaccionaban. Yo manejaba una bicicleta con un cajón adelante con los paquetes. '¿Qué tal, cómo les va', les decía yo. Y enseguida les dejaba la bolsita. '¡Carne!', gritaban los tipos. Con eso se hacían un asadito o un pucherito y parecían felices...»
León Gieco entrecierra los ojos y vuelve a ver a ese niño de 7 años que cruza veloz con su bicicleta las calles polvorientas de Cañada Rosquín y sonríe. Tal vez en ese gesto infantil haya nacido su extraordinario compromiso por los demás, la vocación solidaria que lo distingue entre sus pares. Eso y que pasó hambre. «Hambre en serio», me advierte.
La charla con León en la planta alta del teatro ND/Ateneo -posterior a la conferencia de prensa donde se anunció un ciclo de conciertos destinados a obtener alimentos para los comedores de Luis Farinello- deriva hacia el tema que se ha convertido en su obsesión desde hace años: ¿qué hacer? ¿Cómo ayudar?
«Lo único que te salva es la cultura -dice Gieco-, la cultura nunca defraudó a nadie, los artistas no son corruptos. La cultura siempre está pero en este momento se destaca mucho más porque hay una impunidad, una injusticia total y un gran desastre social...»
-¿Cómo decidís a quién ayudás?
-El año que viene quiero hacer un grupo de gente, dos o tres personas que puedan atender los pedidos que me hacen. Yo me desvivo para ir a tocar gratis para alguien que lo necesite o alguien que tuvo un dolor fuerte pero que transformó ese dolor en otra cosa. Por ejemplo, ahora vamos a ir a tocar para los Bordón, que al hijo se lo mataron en Mendoza y ellos de alguna forma u otra quisieron que ese pibe siga teniendo vida y formaron un comedor infantil que se llama como su hijo. O para Rosa Bru, a quien le mataron a su hijo pero luchó y logró mandar a la cárcel a los culpables. El martes pasado fui a La Plata a apadrinar la Asociación Miguel Bru donde ella va a tener inclusive un teléfono nocturno para que una madre a la que le detuvieron a un hijo o lo están torturando pueda llamar y conseguir un abogado. No puedo dividirme en diez para cumplir con todos los pedidos, pero trato de relacionarme especialmente con la gente que lucha. No puedo escuchar todos nos demos que me acercan ni leer todos los libros que me regalan, pero no me quiero perder la oportunidad de hacer contacto con toda esa gente que está luchando, esa red solidaria, que dignifica la vida.
-Le dedicás gran parte de tu tiempo a esa tarea. ¿Cuál es el límite de la solidaridad?
-Siempre dije que tengo una meta. Y se lo debo a uno de mis maestros musicales que se llama Pete Seeger. Yo tengo varios maestros musicales, como Atahualpa Yupanqui, Bob Dylan, Silvio Rodríguez... maestros de los que aprendí muchas cosas. Una vez traje a tocar a Pete Seeger acá a la Argentina, tocó gratis, no le pudimos pagar porque era la época de Alfonsín donde una entrada costaba un dólar y se fue todo en gastos. Apenas quedó una ganancia de 400 pesos que eran 400 dólares, y le dije: «Mire, Pete, usted que ahora se va a Nicaragua -su hija vivía allí y tiene un nieto nicaragüense, un día en que me acuerdo que había un eclipse de luna-, usted
esta noche va a viajar en el avión y va a ver el eclipse mucho mejor que nosotros. Yo le doy la ganancia de los tres recitales que hicimos en el
Opera y usted déselo a un hospital en Nicaragua». Entonces Pete llevó eso a un hospital de Nicaragua y al tiempo me llegó una carta con una hoja de un árbol pegada en la carta. Era una hoja de árbol de ese hospital. Pete me decía: «Este es el recibo del hospital que recibió la plata». Pasaron unos seis o siete años de ese día y volvió al país auspiciado por la embajada de Estados Unidos a hacer unas clínicas didácticas en el Colegio Nacional y en el Teatro San Martín. Yo aproveché para ir a verlo y le propuse hacer una gira por el interior «porque ahora sí podíamos ganar algo de plata». Después de escuchar mi propuesta, Pete me dijo: «No, yo no cobro más las presentaciones». Yo no lo podía creer. Y agregó: «No, si vos querés hacemos
una gira sin cobrar. Ya saqué el cálculo de que puedo vivir con la plata que gané y a partir de ahora las presentaciones mías son gratis». De los maestros hay que aprender. Entonces, yo tomé muy seriamente eso y me di cuenta de que me hace mucho mejor tener como meta decir: quiero establecerme económicamente para poder tocar para la gente que lo necesita y nada más.
-Pero esa actividad tan intensa, ¿no te quita tiempo para crear?
-No estoy de acuerdo... me puede sacar tiempo para crear pero no creatividad. En realidad la creatividad es una cosa rara porque vos podés componer estando en el baño de un tren... Yo compuse La Navidad de Luis sentado en un inodoro. Me llevaba la guitarra ahí cada vez que iba al baño porque tenía reverberancia. Así salió la canción. Y en un día salió Sólo le pido a Dios y Cachito campeón de Corrientes. Una vez le preguntaron a Lito Nebbia cuánto tiempo le llevó componer Sólo se trata de vivir, uno de sus temas más hermosos, y dijo: «La compuse en un día, en un día y 35 años».
-Pero también dejás de ganar dinero...
-Respecto de no ganar dinero, tengo otras cosas a nivel profesional para hacerlo. Sería mucho más valioso para mí seguir el camino de un médico como Esteban Maradona, que se quedó en el Chaco para atender a los indios o el de la hermana Pelloni, con esa mezcla de solidaridad y política que tiene y que es tan esclarecedora.
-¿Participarías en política?
-No, porque esa es una materia específica y hay que estudiar para hacerlo bien. Además hay que tratar con gente despreciable. No, la verdad que no haría política. Si algún día cambiara el país, si este país tuviese un tipo como Salvador Allende a lo mejor podría ser su secretario de Cultura, pero así no, para nada.
-¿Por qué siempre son los mismos los artistas que apoyan este tipo de causas?
-Pasa lo siguiente: la solidaridad se debería incentivar. Por eso propongo que se enseñe como materia en los colegios. Explicarles a los pibes desde chiquitos qué es la solidaridad. Explicarles que se trata de ocuparse del vecino, del que está al lado. Entonces el día de mañana, por ejemplo, cuando venga un policía a buscar a su vecino, saldrán a la calle y dirán: «¿Por qué venís a buscar a mi vecino?», y no se callarán cuando el policía o el militar les muestren sus uniformes. «¿Y a mí qué me importa que vos seas policía?», dirán.
-No todos los músicos son tan solidarios.
-Mirá, hace un tiempo yo estaba grabando en los Estados Unidos y me llegó un afiche de Aerolíneas Argentinas cuando la empresa se calcinó y me enteré de la cantidad increíble de músicos que iban a tocar para los empleados de Aerolíneas.
Qué bueno, dije, qué bueno que todos estos músicos toquen también para las Madres de Plaza de Mayo, para HIJOS, que vayan a tocar frente a la ESMA... porque si no nos solidarizamos con la lucha de las diferentes entidades que luchan no podemos lograr nada. Yo en ese momento le hubiese hecho un pedido a esos trabajadores: Okey, no se olviden de Cabezas, de las Madres, de todos los demás, que también a ustedes, que estaban tranquilos con su trabajo, les tocó la malaria. Yo quiero demostrar que la tragedia no se siente hasta que no llega a tu puerta.
-Hablás con una convicción que impresiona. ¿Qué te mueve? ¿Dios?
-No, no. No sé qué es Dios.
-¿Nunca te cansás de la gente? Parece agobiante que te paren mil veces y que te pidan cantar aquí y allá.
-La verdad es que no sé... A veces uno siente como que hay alguien que va delante de uno, que le pertenece a uno, que es como un ente que va adelante y hace cosas y después viene éste a bancársela, y que ese que va adelante tiene la personalidad y el sentimiento del que viene atrás. Por ejemplo, cuando te vas a tu casa en auto después de un recital y pensás: «Qué bueno, estos pibes van a comer una semana más», ahí está la conciencia, pero antes yo no fui consciente de que un recital permitiría lograr eso.
-¿Cuándo descubriste esa vocación por ayudar a los demás?
-Yo tenía seis o siete años y repartía carne en la carnicería de mi pueblo. Trabajaba de 6 a 10 repartiendo carne y de 10 a 12 trabajaba con una señora imposibilitada. Como ella no podía salir a la calle, yo le hacía los mandados. Por la tarde iba al colegio. Con lo que ganaba les pagaba las cuentas a mi vieja y a mi viejo. Llegué a ganar más plata que mi papá a los siete años y mi vieja se lo recriminaba. Eso por un lado me ponía orgulloso y por el otro me ponía triste, aunque mi viejo no era un tipo para tenerle lástima, era un tipo muy creativo, pintaba casas, era una especie de albañil. Ahora cuando yo le pagaba las cuentas a mi vieja sentía una satisfacción total. Me encantaba ver cuando la dueña de la despensa, el panadero o el tipo del almacén de ramos generales abrían la libreta y yo les decía: «Tache el 40, el 30 y el 70»... y el tipo hacía pim, pim, pim y yo le
daba la plata. Sentía una satisfacción total.
-¿Qué otra cosa de tu infancia te marcó?
-Tengo otro recuerdo de esos años. Yo repartía carne y un día me di cuenta de que todos los martes y jueves había dos linyeras que bajaban del tren, cuando iban para Tucumán y cuando venían. Eran linyeras. Venían, bajaban y tenían las latitas para hacerse algo de comer. Entonces se me ocurrió, entre todos los paquetes de la carne, robarle al carnicero un cacho de carne con hueso y llevárselo al tachito a los linyeras para ver cómo reaccionaban. Yo manejaba una bicicleta con un cajón adelante con los paquetes. «¿Qué tal, cómo les va», les decía yo. Y enseguida les dejaba la bolsita. «¡Carne!», gritaban los tipos. Con eso se hacían un asadito o un pucherito y parecían felices...
-Eras una especie de Robin Hood.
«Estamos de paso en la vida y tenemos que hacer algo, porque no hay nada más hermoso que hacer algo por alquien y nada más pelotudo y aburrido que nunca hacer nada por nadie.
-Todos los martes y los viernes me afanaba un cacho de huesos y carne para esos tipos. Me esperaban. Yo aparecía a las nueve y media con la bici y ellos se paraban, tenían un hambre loco. Y yo sabía lo que era eso. El año anterior a trabajar en la carnicería, con mi familia pasamos hambre. Mi viejo tenía el problema del alcoholismo y se venía en sulky del campo al pueblo para tomar y jugar a las cartas... y de pronto lo subían al sulky y le ataban las riendas y el caballo lo traía solo al campo. Entonces mi viejo dormía en ese momento. Llegaba, se ponía a ordeñar las vacas y puteaba. Entonces en un momento se cansó del campo y nos llevó a todos al pueblo. En realidad nos llevó a todos al bar. Ese año fue muy difícil para mi familia, mi padre no trabajaba y realmente no morfábamos.
-Es decir que a diferencia mía, por ejemplo, cuando hablás del hambre sabés de qué se trata...
-Sé lo que es el hambre. Me cagué de hambre dos veces en mi vida. Durante ese año y pico y me cagué de hambre cuando vine a Buenos Aires. En esta ciudad adelgacé 25 kilos. Sé del hambre porque entonces no comía. Partíamos el dinero y comíamos cuando podíamos un plato de fideos dividido entre dos, Horacio y yo. Horacio era el bajista de Los Moscos. Nos habíamos venido acá y nos cagamos de hambre tanto que él, en un momento, a los tres meses consiguió trabajo en La Vascongada y se robaba las bolsas de fruta cortada para el yogur y comíamos sólo eso. Me despertaba a las cinco y media de la mañana, cuando llegaba de trabajar, para comer la bolsa de frutas del yogur. Conozco el hambre.
-Te pregunté por qué hacés lo que hacés y me contaste dos situaciones de tu vida. ¿Sos solidario por lo que te pasó?
-Sólo te lo comento, pero si hay algo atrás de eso no lo sé. Igual creo que la solidaridad es algo que se puede incentivar.
-A vos te hace feliz...
-A mí me hace bárbaro, no me cansa, todo lo contrario. ¿Y vos me preguntás cuál es el límite? ¿Sabés cuál es el límite? No hay límite. ¿Cuál es el límite? Cuando te enfermás y creés que todo lo podés hacer vos y cuando tenés la culpa de que esto sucede porque no podés ayudar. No. Eso no va. Hay que hacer lo que uno puede hacer, como yo le dije a Rosa Bru el martes pasado. Ella está organizando una red de ayuda para madres de chicos que pueden ser víctimas de la brutalidad policial. Rosa me preguntó: «León, ¿en qué lío nos vamos a meter?», y yo le respondí: «Mirá, Rosa, con que defiendas a alguna madre ya ponete contenta, si defendés a dos ponete feliz, si defendés a tres, empezá a saltar de alegría. No creas que vas a poder hacer todo». Estamos de paso en la vida y tenemos que hacer algo porque no hay nada más hermoso que hacer algo por alguien y nada más pelotudo y aburrido que nunca hacer nada por nadie.
-Cuando se haga la Universidad de la Solidaridad te voy a proponer como decano. ¿Qué te parece?
-Cómo no.
«Sé lo que es el hambre. Me cagué de hambre cuando vine a Buenos Aires. En esta ciudad adelgacé 25 kilos.»
El museo de león
La casa de León Gieco en Cañada Rosquín se convertirá en breve en museo. Desde que apareció en la portada del CD Bandidos rurales, el lugar se convirtió en un sitio de peregrinación de sus fans. Gieco quiere aprovechar para colocar allí la enorme cantidad de objetos de arte e instrumentos que le regalan en cada una de sus giras. «Me dan demos, libros, ropa, instrumentos, artesanías... me regalan cuadros, cosas trabajadas en metal, esculturas, tallas de madera. Entonces se me ocurrió que así les puedo dar utilidad y exponerlos en una suerte de museo o como se llame en mi pueblo, para que la gente las pueda ver», asegura.
-Después de Bandidos rurales, ¿cuál es el proyecto que más te entusiasma?
-Quisiera dejar algo. Por ejemplo tengo en mente convertirme en trashumante y buscar el día de mañana hacer bien lo que se llamó De Ushuaia a La Quiaca. La cosa sería instalar un micro en Jujuy durante cinco meses y en esos meses recopilar una cosa general de la cultura de Jujuy, por ejemplo los paisajes, los escritores, los poetas, la música, los escultores, los pintores, y recopilar todas esas imágenes y esos sonidos. Hacer esto provincia por provincia. Cosa que el día de mañana un pibe diga: «Necesito información sobre la cultura del noroeste argentino» y entonces pueda ir a Internet y con sólo teclear: De Ushuaia a La Quiaca se encuentre con un completo trabajo que hizo un tal León Gieco, quien ya falleció hace 50 años. Me
encantaría dejar eso y es un proyecto que me llevará tres o cuatro años hacerlo y creo que ya lo puedo hacer y autofinanciar porque voy a montar un espectáculo unipersonal como para poder bancarlo cuando no tengamos guita para comer.
-Ya hablamos de lo que te entusiasma. ¿Cuáles son las cosas que te dan bronca?
-Quizás haga esto para no tener bronca, porque si no hiciera todo este trabajo solidario me moriría de impotencia. No sé que me pasaría, me picaría todo el cuerpo. ¿Qué haría yo con la impotencia? ¿Cómo podría ver tanta impunidad, tanta injusticia sin hacer nada? Es muy difícil eso, esa injusticia, esa impunidad, las mentiras políticas. Menem está hablando otra vez del uno a uno cuando ya se sabe que es un discurso viejísimo y que no sirve para nada porque el uno a uno permite que una camisa norteamericana valga tres veces menos que una camisa argentina, es un desastre el uno a uno.
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