No podré hablar de Sara como pasado, ella sigue siendo presente. La conocí hace 40 años allá en Manzanillo cuando se inauguró en el Movimiento de la Nueva Trova. Era una rubia de ojos azules penetrantes. La misma noche que la conocimos la tiramos en la piscina sin saber que era asmática. Desde entonces somos amigos, hemos compartido muchos dolores y alegrías, ha estado ahí para mí tanto en las buenas, como en las malas. Sara es una artista fuerte y delicada a la vez. Es capaz de demostrar una fuerza terrible o una enorme ternura. Así se comportaba con sus amigos y con los trovadores más jóvenes, podía dar un “cocotazo” o una caricia, pero decía las cosas de frente. Ha llevado una vida muy vertical, es muy justa, sin dobleces con todo el que se le acercaba. Es capaz de compartir con cualquiera un chiste, un cuento, un consejo. Nunca se creyó una diva, a pesar de que se había convertido en una leyenda. Puedo decir que he tenido muchos amigos y amigas en la vida, pero mi amiga Sara es una de las amigas-hermanas de siempre, inigualable. Compartimos muchos escenarios juntos. Hicimos muchas veces “La Trovada”, y ahora en esta despedida, mientras yo estaba cantando, le veía los ojitos haciendo muecas para sacarme la risa delante del público. Su muerte no se cree. Es muy fuerte, para todos los que la conocen con profundidad, pensar que no la vamos a ver más cantando “Girón: La victoria” o “Amor mío no te vayas”, o en El jardín haciendo cuentos. Lo que nos corresponde ahora es no dejar morir el recuerdo, aunque es algo que sabemos de sobra, nunca va a ocurrir. Los que quedamos del lado de acá tenemos que seguir haciendo por su canto y por su pensamiento. Conozco a Sara desde que éramos niñas. Estudiamos juntas en el Conservatorio Amadeo Roldán. Ella no era de las mejores alumnas y yo la ayudaba como podía. Luego crecimos y ella fue siempre mi mejor amiga. Me faltan las palabras. Uno siente una fragilidad tan grande al ver que nos deja una mujer tan vital, tan fuerte, con tanto para dar y tanto que se esperaba de ella todavía. Su peña El jardín de la Gorda estaba teniendo un florecimiento tremendo, y de pronto viene esta enfermedad terrible y descontrolada y se la lleva. Me pone en un estado de confusión, me siento prestado en este planeta, sin garantías de nada. Su obra va a perdurar para nosotros y las generaciones venideras por lo importante y atemporal. Hay cosas en ella que son medulares, esenciales de la cultura y los seres humanos. No podemos, sin embargo —y como ella misma lo cantara— recordar a Sara con llanto. Ella es una heroína y debemos pensarla con alegría, porque fue lo que más nos entregó siempre. Eso y la fuerza, la firmeza de principios. Sara fue una revolucionaria medular, muy cabal, ese es el legado que nos deja y que vamos a abrazar por el resto de nuestras vidas. Es un honor haber sido parte de una generación de artistas donde hay figuras como ella. Fue bueno vivir estos años de la epopeya cubana con compañeros de lucha y de trabajo como Sara González. Esa doble cualidad de cantarle al amor y a la gesta, es algo tremendo. Se puede ser un grande sin tener que relacionarse directamente con la parte épica de la vida en una sociedad. Se puede ser grande con la canción de amor y también cuando se abraza todo el sentimiento de un pueblo, abordando desde sus avatares íntimos hasta sus compromisos con una nación, un credo o una ideología. Hacer todo eso bien y con corazón fue una virtud de Sara. No era algo que ella tenía que construir, así sentía y lo expresaba. Con ella no se podría tener medias tintas. Había que estar al ciento por ciento. Era muy clara, directa, transparente. Una relación de amistad, ideológica o musical con Sara terminaba siendo visceral. En El Jardín, donde cantó por última vez, era normal que terminara la presentación musical y que continuara la relación de amistad en su casa. El trabajo compartido con ella se convertía en convivencia, mezclaba la responsabilidad con el disfrute, con la alegría y con el intercambio. Sara era un ser extraordinario: humana, amiga hermana, gran compositora. La conozco desde que estudiábamos en el conservatorio y luego hicimos carrera juntas en la música. Ella siempre tenía un proyecto, una idea, siempre estaba planificando conciertos, buscando cosas que hacer. Como ser humano me apoyó siempre, dándome ánimo, incitándome a trabajar, “echar pa´lante”. Esa era Sara y así va a quedarse entre nosotros y en el pueblo, que la amaba y la seguía, que visitaba su peña. Su obra está llena de cubanía y por eso también nosotras nos identificamos tanto. Defendía muchísimo la Revolución y la respetaba aunque no se callaba nunca, porque siempre fue un ser de pueblo. A Sara le hubiera gustado que nos tomáramos un trago de ron y nos sentáramos a conversar. Quién quita que su espíritu ande por ahí como un bichito haciendo travesuras, porque así era ella: una persona alegre. Por eso sus colegas hemos decidido dedicarle canciones. Su fallecimiento nos sorprende en medio de la realización de un disco homenaje, en el que varias personas han escrito canciones para dedicárselas, y otros, como Silvio Rodríguez y Amaury Pérez, interpretan algunas de las que ella compuso. La canción que hice para el disco recoge más o menos lo que ocurrió en el momento en que nos conocimos, con aquella historia de que yo vivía por allá, lejísimo, y quise conocerla y ser su amigo. Después logré ser amigo de Sara, entré en una empresa de música profesional gracias a ella, que me había visto cantando, haciendo bulla por todos lados, y medió para que consiguiéramos trabajo: “Yo andaba tan lejos /pero tan cerca de ti/que al vernos bastaron dos miradas/ una cómplice y calmada/ otra para el mes de abril. /Y tus puertas se abrieron/y tus pasos ya fueron más sinceros. /y hoy somos un verso/ que sigue aprendiendo a vivir/ entre espanto y maravilla/ entre el hoy y el porvenir.” Sara es una gran amiga, como una hermana para mí. Y los grandes amigos nunca se van. Nos conocimos en los años 80 y desde ese momento tuvimos una maravillosa relación, primero como compañeros del mismo gremio. Ella me había aceptado en su círculo, a pesar de que soy algo más joven que ella y para mí representó un gran orgullo conocerla. Después se convirtió en la consejera de los momentos importantes. No solo era una gran cantante y una gran revolucionaria, sino una persona llena de conocimientos y ávida por compartirlos con los demás. Ella organizaba lo que sabía de una manera que cuando se acercaba a los músicos más jóvenes, puede decirse que casi asumía un rol tutelar. No preguntaba qué habíamos logrado, si nos habían servido sus observaciones. Estaba muy presente en los problemas de cada uno de nosotros, al punto de crear nexos casi filiales. Con Sara no se podía tener una relación que no fuera familiar. Es una gran pérdida, no solo porque muere una cantora de gran estatura, sino porque nos deja una bellísima persona. No hay palabras con qué describir la tristeza y el vacío espiritual y material que nos embarga. Aunque estuvimos cerca de ella durante su enfermedad, siempre miramos a la lucecita de esperanza pensando en su recuperación, y depositamos nuestra fe en la ciencia y en todo lo que nos rodea y no podemos ver. No fue posible. Basta entonces que la recordemos, que sigamos su ejemplo de revolucionaria, de cantora, de persona coherente con lo que pensó, de palabra grande y de vida austera. Nos ha tomado de sorpresa la muerte de Sara. Sabíamos que estaba enferma, pero ella era una persona tan fuerte, de un temperamento tan sólido que pensábamos que sería capaz de derrotar a la muerte, aunque lamentablemente eso es imposible. Hoy la perdemos físicamente, pero su música, sus canciones, su pasión y su ejemplo permanecerán para siempre en el alma del pueblo cubano. Desde que supe de la noticia, me he estado recordando, reiteradamente, de aquella memorable concentración de jóvenes que se efectuó en el Parque Central donde ella cantó, a capella, su canción "Girón, la victoria" delante de Fidel. Aquella multitud de jóvenes entonando ese tema al mismo tiempo que ella fue un momento de emoción irrepetible. Creo que esa emoción también la sintió el Comandante, esa es la imagen que quiero conservar de Sara. Esa Sara fuerte, vibrante, cantando sus canciones a la Revolución, al amor y a la vida. Desde los años iniciales de la década de los 70 tuve mis primeros encuentros con Sara, porque fui de los trovadores jóvenes que nos vinculamos al Movimiento. De los pioneros, Sara ha sido una de las figuras que yo he tenido más cercanas. La relación con ella trascendió el vínculo normal entre compañeros o con artistas que uno admira y respeta. Fue una amiga y siguió siéndolo. La consideraba una maestra, como muchos de mi generación, pero me cautivaba su capacidad espiritual, y la manera en que se mantuvo siempre pendiente de todos nuestros problemas y logros artísticos y humanos. Tuve una suerte que no tuvieron muchos trovadores. En esta última etapa, antes de su enfermedad, estuve muy cercano a ella, participando en la gira nacional Formato roto, de la artista Diana Balboa. La protagonista fue la obra de Diana, y nosotros apoyábamos con canciones. La enfermedad de Sara nos ha sensibilizado particularmente a quienes hemos atravesado por situaciones similares, y por eso sentimos que su muerte es algo muy triste. Ahora mismo no creo que esté expresándome desde la lógica, sino desde el desorden del corazón. La cultura cubana ha perdido a una de sus grandes defensoras. Los que la hacemos todos los días hemos perdido también una gran amiga, pero habrá que seguir. Que la estemos despidiendo todos reunidos, demuestra que la existencia de Sara fue fructífera. |
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