Aquí estamos, donde quisiste ponernos. No te fuiste al cielo, no hay que levantar la vista para encontrarte sino mirar hacia delante, lo mismo si estamos a ras de tierra como si se nos pone a mano una terraza, una ventana, un balcón, una azotea y enfilamos los ojos por todo el azul donde estás repartida. Te llevas los mimos, los reclamos, las jaranas, el choteo que ahora no van a aparecer más nunca por ningún lado. Se te extraña pero —tienes razón— vas a estar, hasta robando cámara por entre los mortales que posan de espaldas al mar de nuestra ciudad. Van a llegar de todas partes, a lanzarte preguntas, a confiarte secretos, a tararearte —gracias a ti se los aprendieron— aquellos cantos de mujer que rescataste con la ilusión de que Margarita Lecuona o Grecia Domech no permanecieran olvidadas en nuestra tierra. Qué lindo cantaste a Radeúnda y a Celina, con qué cariño nos devolviste a Ela O’Farrill y a mí algunos boleros que ya pasaron de la media rueda. Ni qué decir el ímpetu que pusiste en soltar las amarras a las canciones de más de una generación de trovadoras nacidas y criadas en tu tiempo. Desde la parte de acá del muro; del lado del arrecife, del dienteperro o de la arena blanca, vamos a estar, para lo que mandes. Sigue llamando; tus deseos tienen fecha y hora en mi oído y en mi corazón. |
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