martes, marzo 01, 2011

Medalla Conmemorativa Centenario de José Lezama Lima para Ciro Bianchi


El periodista y amigo “antisocial” de Lezama

Mabel Machado • La Habana

Fotos: Liborio Noval


Difícil tarea la de introducir ante los lectores un personaje al que casi todo el mundo conoce. Basta con comprar el periódico Juventud Rebelde los domingos y repasar la columna Lecturas, para saber que detrás de lo que escribe está la inteligencia y la pericia de un periodista viejo. O con encender el televisor en el Canal Habana y verlo desandar la capital contando las intimidades guardadas durante siglos en sus calles y edificios para comprender que Ciro Bianchi es, por vocación, un historiador que conoce bien cómo interesar a la gente por su pasado.

Hubiera sido quizá suficiente mencionar algunos de sus libros: Las palabras del otro (1983), Un hombre en la noticia (1990), Tras los pasos de Hemingway (1993), Memoria oculta de La Habana (2005); sobre todo, los relacionados con José Lezama Lima, ese coloso de la literatura cubana que lo consideró su amigo. Y para los internautas voraces, hablar de su blog Barraca habanera, hubiese resultado tal vez una pista infalible sobre quien ha revelado en la web los secretos del abanico, del cabaret Tropicana y de la actriz Greta Garbo, a pesar de que se siente “un hombre del papel” que lo que ha hecho en este espacio es “no negar la vida, el cambio, la posibilidad de tener nuevos lectores y amigos”.

Prefiero contar que cuando nos encontramos una de estas tardes en los bajos del edificio del Instituto Cubano de Radio y Televisión para una entrevista a propósito de que recibiera la Moneda Conmemorativa por el Centenario de Lezama, al notar mi grabadora, Ciro, que no las ha usado nunca, citó a Enrique de la Osa: “al paso que vamos los periodistas no tendremos memoria”. Primera lección para alguien que ha deseado preguntar con su desenfado, escribir con su desenvoltura, psicoanalizar a los entrevistados y tener tantos como él, aunque ya casi no practica el oficio de “inquisidor”.

Mientras Bianchi esperaba una entrevista del programa 23 y M —dice que él es “farandulero” sin ningún complejo— conversamos, ya fuera del “guion”, sobre su estancia reciente en EE.UU., donde recopiló información suficiente para cinco programas de televisión y varias columnas, tras las huellas de José Martí en Cayo Hueso, de Fidel en Miami y del escritor Ernest Hemingway. Me contó de su programa en Radio Miami, que graba acá para enviarlo luego a ese país y de otro proyecto que lo ocupa actualmente: las memorias del Gallego Fernández, combatiente y dirigente revolucionario.

Quizá lo más interesante de lo que ocurrió mientras intentábamos escucharnos a pesar del murmullo en el lobby de aquel edificio, haya sido la mediación del azar. Ciro hablaba animadamente de su relación con los lectores, a quienes ha ayudado en las tareas más inusitadas. Ha suministrado información por correo electrónico a guías de turismo, a madres y padres de escolares, ha llegado a entusiasmarse tanto en las búsquedas, que en ocasiones le parece haber escrito una novela en lugar de un resumen. Y hasta ha recibido respuestas como: “la nota de este trabajo será de mi hija y de usted”. Curiosa la vida cotidiana del escritor, quien cuenta que hace poco recibió a un estudiante que quería escribir una novela sobre Lezama sin haber siquiera rozado con los dedos las páginas de Paradiso. Esa tarde también, al final del encuentro, un hombre de 50 años lo abordó con ese alivio que se siente cuando uno va a quitarse una duda muy grande de encima. Quería saber sobre la casa de beneficencia habanera, y Bianchi despejó la pregunta con una naturalidad de asombro. Sin papeles en la mano, el periodista desplegó su saber enciclopédico desde el capítulo de la casa de los Valdés hasta llegar al hijo negro de la escritora Dora Alonso.

Por casi diez años ha mantenido una columna fija en un periódico nacional. ¿Qué importancia le concede a este ejercicio como profesional de la prensa, sobre todo por la relación que se establece con el público?

Aquí se conjugan varios temas. Yo publico mucho, y puede pensarse que estoy detrás de los editores para que me publiquen; pero en realidad no es así. Salvo los primeros artículos en El Mundo, nunca he publicado si no me lo han solicitado.

Pero siempre quise escribir en Juventud Rebelde y cuando me llamó Rosa Miriam Elizalde para que hiciera la columna que mantengo hasta ahora, me sentí muy contento, y respondí enseguida que sí. Por otro lado, la revista Cuba Internacional, donde yo trabajaba, solo podía darles cabida a estos temas esporádicamente, no con la sistematicidad que yo hubiera deseado. Con Juventud Rebelde vi los cielos abiertos, aunque se me presentaba el problema de que cuando había intentado escribir de este modo en Cuba —cuya tirada se destinaba al público extranjero—, no sabía si mis lectores tenían caras de amigos o de enemigos, no tenía respuesta sobre lo que estaba haciendo. No era la comunicación que yo deseaba tener con el lector “de a pie”.

La columna de Juventud Rebelde me ha permitido encontrarme con otro tipo de lector, que puede ser incluso alguien que está en una esquina esperando una guagua, el “asere” a quien nadie se imagina leyendo un periódico. En primer lugar, la columna ha despertado mucho interés en los jóvenes, aunque al principio eran ancianitos los que más la seguían. Lo insólito es que venga alguien con la botellita en la mano y el pañuelo en la boca en señal evidente de “guapería” y le diga a uno: “oiga, se le quedó el güiro seco con lo de Yarini”, y que en la conversación demuestre que sigue fielmente lo que uno publica en la prensa. Un hombre que aparentemente tiene otros intereses, se preocupa también por la historia de su país.

El domingo, al abrir el periódico, lo mismo encuentra un artículo sobre una carta relacionada con los sucesos del Maine que la historia de amor de un príncipe de Asturias con una cubana. ¿Cómo se las ingenia para proponer historias tan diversas?

Considero que he tenido gran libertad para elegir y tratar los temas dentro del periodismo. Pero a veces me piden que escriba a apropósito de un aniversario o de una fecha patriótica y me he negado, no porque el tema no me interese, sino porque 15 días antes, la televisión, Bohemia, los periódicos, ya han empezado a hablar de lo mismo. Cuando el lector llega al domingo, luego de haber visto el tema varias veces, no se siente atraído hacia la lectura. No escribo a partir de fechas si no es, por ejemplo, un aniversario de la muerte de Yarini, algo de lo cual casi no se habla. Trabajo sobre la “teoría del hueco”, indago en lo que falta y lo trato de llenar.

Ha logrado, en su espacio, subvertir los esquemas generales del periodismo histórico que se hace en la prensa cubana de hoy…

El periodismo en Cuba es, a veces, poco eficaz. Una noticia reciente decía que había fallecido un combatiente de la lucha revolucionaria; pero el periodista empezaba hablando de cierta ofrenda floral que había presidido el entierro. Es absurdo otorgar relevancia a hechos como estos, como pasa a menudo cuando se llenan las páginas de los periódicos con el rosario de cargos que ocupan los protagonistas de la noticia.

Con la historia pasa igual, estamos acostumbrados a que el malo sea malo y el bueno muy bueno, sin términos medios, lo cual resta riqueza al relato. Sucede también que abaratamos nuestros éxitos, tenemos la óptica de Elpidio Valdés y Juan Padrón: los españoles todos fueron ignorantes y cobardes, sin embargo, la historia dice que España mandó a sus mejores Generales a nuestra guerra. Si perdieron fue porque no pudieron con Máximo Gómez o con Antonio Maceo. Lo mismo ocurre cuando se aborda la victoria de Girón: no hacemos mucho con decir que los mercenarios no lucharon y eran cobardes simplemente, porque equivocados como estaban, causaron 150 muertes en nuestro país. El ejército de Fulgencio Batista estaba bien preparado, pero Fidel tuvo una estrategia más brillante y peleaba por un ideal. En resumen, el abaratamiento a la larga, será algo muy grave.

Me hablaba de los vacíos que intenta copar en sus columnas. El cómo conseguirlo tiene mucho oficio detrás, pero también suspicacia, sensibilidad…

Lezama me dijo una vez: “el lector no puede ser dueño de una sola corbata gris”. Aprovechando la cobertura de mi página en Juventud Rebelde, he podido jugar con una serie de datos, sentirme el hilo conductor entre la historia y las personas que no la conocen. Trato de ser lo más variado posible en la selección de los temas —encuentras una historia de amor o una traición, una batalla o una historia de bandidismo— porque me interesa que el lector tenga una gama amplia de asuntos que despierten su curiosidad.

A veces coloco en la página varias notas, pero todas tienen una idea central, como pasó hace poco con las anécdotas de presidentes. Aunque no me gusta mucho, al lector sí, y yo lo hago por él y porque escribir una columna semanal con tema histórico no es nada fácil. Siempre tiene que aparecer el tema, siempre hay que escribir.

Últimamente, cuando alguien me sugiere que publique un artículo sobre determinado asunto, no lo escribo si no está la información a la mano. Pero tengo mucha información recopilada en casa y aunque soy un poco caótico, como lector he sido ordenado y no he perdido la costumbre de hacer fichas. De esas anotaciones muchas veces aparecen trabajos enteros, la ficha ampliada se convierte en una historia, y se revela una arista nueva.

Ahora que andan de mano en mano algunos libros recientes de ficción con temática histórica, se me antoja conocer, ¿cómo valora la coincidencia de ambos en la literatura y qué papel le concede al testimonio?

Los cubanos somos los responsables del florecimiento del género testimonio porque entre otras razones, la Casa de las Américas incluyó en su premio una categoría para este tipo de literatura. Habría que preguntarse si el testimonio es un género en sí mismo o una característica de determinada narrativa, de las cartas, las entrevistas. En mi opinión, el concepto no puede estrechar un género, sino una característica que define otras formas de hacer.

La narrativa testimonial, que estuvo muy de moda en determinado momento y parecía que iba a tragarse a la ficción, permite jugar con el entorno de un personaje histórico principal. En una novela sobre Julio Antonio Mella, por ejemplo, la ficción no puede estar en él, que es un personaje real, sino en los otros en torno a los cuales girará el texto.

Usted ha escuchado de primera mano muchos testimonios de grandes figuras de la cultura cubana. ¿Qué relación se ha producido ente usted y sus entrevistados? ¿Cuánto le han aportado tanto esas personalidades, como el oficio de entrevistador?

Lo digo mucho: hice entrevistas por envidia. Empecé a escribir en la página editorial del periódico El Mundo cuando tenía alrededor de 18 años. Allí conocí a Cintio Vitier, Samuel Feijóo, Manuel Díaz Martínez, Loló de la Torriente, Nidia Sarabia, entre otras figuras importantes de la cultura cubana. Pensaba que nadie iba a leerme a mí, alguien con esa edad, a quien nadie conocía. Me propuse buscar la manera de vincularme con gente de significación, para que los lectores al menos leyeran motivados por la persona entrevistada. Eso fue lo que hice con Eliseo Diego, José Lezama Lima, y luego con otros personajes como Alejo Carpentier y Nicolás Guillén.

A veces he admirado al entrevistado, y esa admiración se me ha acrecentado o se me ha derrumbado durante el encuentro. He entrevistado a personas por las cuales no sentía simpatía y ha resultado que a partir de la entrevista se ha dado otro tipo de relación. En general, a mí los entrevistados me han ayudado a construir una forma particular de ver el mundo, la literatura y el periodismo. He tratado de darme cuenta también de lo que me aporta y lo que no, lo que me interesa y lo que no me motiva.

En realidad, la relación de un entrevistador con el entrevistado tiene que ser de respeto. Sobre todo porque el periodista tiene que darse a respetar: él no es segundo de nadie, va a entrevistar porque ha investigado. Aunque el entrevistado sea evasivo o hermético, uno como profesional, siempre regresa con la entrevista. Y trata de que esta sea la mejor posible, si bien depende no solo de las preguntas, sino de las respuestas, de cómo nos acoge el entrevistado o de la manera en que uno accede a él.

No estoy de acuerdo con Borges cuando decía que la entrevista es propia de los jóvenes que no quieren pensar. Eso no es así: una entrevista lleva esfuerzo, trabajo, investigación, preparación previa y remota. Lo que uno no puede perder de vista es cómo “tocar” a la persona.

Uno de sus entrevistados fue el mítico José Lezama Lima. Durante los homenajes por los cien años de Lezama el testimonio de Ciro Bianchi ha sido fundamental, porque ustedes sostuvieron una relación personal que le ha permitido, además, compilar con mucho tino sus textos dispersos. Por estos días, cuando el Ministerio de Cultura le entregó la Moneda Conmemorativa Centenario de José Lezama Lima, ¿qué recuerdos del escritor lo acompañan?

Un día estaba hablando con Lezama sobre libros y compilaciones —él fue un gran compilador de sus artículos en libros como Analecta del reloj y La cantidad hechizada—, sobre poemas que se habían quedado fuera de sus Obras Completas, y él me decía que no los iba a sacar de donde estaban, porque en algunos casos había ensayos que tenían poemas incluidos. Aunque yo insistía en que esos poemas faltaban en las Obras Completas, él refutaba diciendo que si hacía un libro para recoger sus trabajos dispersos, no podría poner en él los de otras épocas, sino los más recientes. Entonces me provocó: “compílelos usted”.

Cuando Lezama murió, empecé a trabajar en Imagen y posibilidad, que se publicó en Cuba en 1981, luego de 11 años sin que apareciera un libro suyo. Después trabajé en el epistolario, en su diario, junto con Cintio en la Edición Crítica de sus Obras Completas, y se publicó la compilación Lezama disperso. A través de estos y otros trabajos he tratado de mantener vivo el recuerdo de Lezama. No creo ser un gran conocedor de su obra, muchos lo han trabajado con rigor. Pero sí creo en su amistad, que me costó siete años sin cobrar en la revista Cuba, donde me tildaban de “antisocial”. Por eso, con la Moneda Conmemorativa que en su centenario me ha entregado el Ministerio de Cultura, más que otra cosa, me parece que se ha hecho justicia. No trabajo por un premio ni por reconocimientos materiales, sin embargo, siempre he respetado mi trabajo y me sentí muy satisfecho de que se acordaran de mí.

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