Invitados: Frank Fernández, Niurka González,Trovarroco, Oliver Valdés y Víctor Casaus
Pogolotti, 25 de febrero de 2011. El reloj no da tregua a María Victoria. La sigue a todas partes, constate, implacable. Como una presencia inevitable, está siempre con ella; marcando horarios, dictando con precisión el momento concebido para cada actividad en el día. Así lo hace toda mañana, bien temprano, cuando ella se levanta a buscar agua para el aseo y el desayuno de sus nietos, que se van a la escuela; lo mismo al mediodía, cuando cocina, o en la tarde, cuando es la hora de barrer, o de limpiar, o de coser…, cuando es ya tiempo de dejar la comida lista antes irse a trabajar en la Plaza de Marianao. Igual la acompañó hace un tiempo en cada reunión a la que debía asistir cuando trabajaba como cuadro de la CTC.
El reloj marca el ritmo de su vida; cada hora la llama, le avisa que ha llegado el momento para una labor, apela constantemente al concurso de su esfuerzo, y ella da todo. Da tanto que termina sin tener horas desocupadas, tiempo libre que le llaman, y la idea de tenerlo le resulta tan ajena, que no podría decir siquiera en qué lo emplearía.
Pero no hoy, hoy era distinto, hoy María Victoria sí sabía qué hacer: iría a un concierto, haría todo de prisa para ir a ver a Silvio Rodríguez, ahí mismo, a unas cuadras de su casa, en La Isla del Polvo. Estaría además Frank Fernández, celebrando los cien años del barrio obrero, tocando, sí, Mozart en Pogolotti; estarían también los demás invitados, y sonarían canciones nuevas, y otras viejas tan queridas como si acabaran de nacer. Piano, flauta, guitarra, regalarían melodías de cerca y de lejos. Y la gente haría coros, y estaría entusiasmada, feliz.
Pero Silvio canta la última canción, la del cierre; se oye el aplauso más efusivo, el más largo, y María Victoria no está allí. La calle va quedando en silencio. El reloj la derrota: no terminó temprano, no llegó a tiempo.
M
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