sábado 13 de marzo de 2010
Daniela Saidman (Desde Venezuela. Colaboración para ARGENPRESS CULTURAL)
Después de las imágenes de Chile que ayer nos conmovieron y aún con el sabor de Haití en las entrañas, queremos con estas Voces del Sur rendir tributo a estos pueblos y a todos los pueblos. Por esto, nos hemos tomado el atrevimiento de volver a publicar las alturas del Macchu Picchu, porque es la tierra que extiende sus lamentos y nosotros los nuestros, son el mismo llanto y el mismo miedo...
Nombre de mujer lleva la tierra sembrada de soles, clandestina en el vientre colmado de las contradicciones y los sueños. Esta América nacida en las alturas de México, que besa los mares y acaricia La Patagonia, sabe de los cantos paridos del dolor y del hambre y también de la esperanza y de las manos hacedoras de futuros. Esa es la América que narra Pablo Neruda (Chile, 1904 – 1973) en el Canto General, páginas que tienen el tacto de las derrotas y de los exilios. Las Alturas del Macchu Picchu relatan las glorias y los impuestos silencios de una tierra bañada con los colores, sabores, olores y sonidos que toda la realidad puede contener en su seno. América, mujer de pasos largos y largos tiempos, de una desnudez vestida con el verde de la selva y las montañas, la blancura de los salitres y las nieves, el azul de los mares y de todas las aguas que la surcan, bendecida por las diosas y dioses con las flores y las voces, maldecida con los desgarrados gritos de la muerte venida desde lejos y desde adentro.
“Sube conmigo, amor americano. / Besa conmigo las piedras secretas. / La plata torrencial del Urubamba / hace volar el polen a su copa amarilla. (…) Ven minúscula vida, entre las alas / de la tierra, mientras –cristal y frío, aire golpeado- / apartando esmeraldas combatidas, / oh agua salvaje, bajas de la nieve”.
Así se dibuja ésta, Nuestra América, en los versos de Neruda. Poeta comprometido con su tiempo y con sus gentes, hacedor de la palabra divinamente humana, profunda e irreverente, como los saltos de agua, como el cantar de todos los pueblos y deseos, como los versos con que la vida brotó de las manos y las miradas del poeta, vivo, siempre vivo, en sus ojos y en los nuestros, que sabemos leer sus libertades.
“Amor, amor, no toques la frontera, / ni adores la cabeza sumergida: / deja que el tiempo cumpla su estatura / en su salón de manantiales rotos, / y, entre el agua veloz y las murallas, / recoge el aire del desfiladero, / las paralelas láminas del viento, / el canal ciego de las cordilleras, / el áspero saludo del rocío, / y sube, flor a flor, por la espesura, / pisando la serpiente despeñada”.
Clama Neruda por las manos y las voces juntas, por los pasos haciendo el mismo camino, por las miradas que tiemblen ante la miseria impuesta, para liberar y liberarnos del hambre de centurias y podamos hacer del poema un estandarte de sueños, de futuros posibles e imprescindibles.
“Sube a nacer conmigo, hermano. / Dame la mano desde la profunda / zona de tu dolor diseminado. / No volverás del fondo de las rocas. / No volverás del tiempo subterráneo. / No volverá tu voz endurecida. / No volverán tus ojos taladrados”.
Nombre de mujer lleva esta tierra. América en mayúsculas. Canto de las mujeres y hombres que fueron, de los que serán. Germinará de su vientre el tiempo de los posibles y brotará a raudales toda la risa contenida, la alegría de encontrarse y encontrarnos, diversos y reconocidos. Eso seremos, un océano de encuentros y de puentes tendidos. Y allí estará el poeta, Neruda,… jugando con las olas del viento, y será la sangre derramada durante siglos la que hará posible hacer nacer ésta otra América, que se vestirá de fuegos.
“A través de la tierra juntad todos / los silenciosos labios derramados / y desde el fondo habladme toda esta larga noche / como si yo estuviera con vosotros / anclado, / (…) / y dejadme llorar, horas, días, años, / edades ciegas, siglos estelares”.
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