Por Antonio López Sánchez
El placer de conversar es una de las bendiciones que reserva el periodismo. No pocas veces, un empeño de trabajo termina en un diálogo amplio, ameno, que deja buenos sabores en la memoria. Si, además, la interlocutora es, no solo una artista ya reconocida a los cuatro vientos sonoros de este mundo, sino también una cubanísima criolla que no deja de reír, de recordar, de disfrutar y vivir cada palabra, entonces la misión profesional se transforma en regusto y savia fértil. Ese es el agradable color que queda en el recuerdo después de entrevistar a Omara Portuondo.
La hoy renombrada Diva del Buena Vista Social Club, nació en La Habana, el 29 de octubre de 1930. En tiempos de crisis y valores extraviados, la más sencilla de las lecciones, la solución más íntegra y cercana, regresa en el recuerdo de la artista para asegurarnos el peso que tiene la familia en forjar buenas humanidades para mañana. «Mi casa fue de las mejores escuelas que tuve. Una familia donde éramos cinco y a veces no teníamos qué comer, porque no era tan fácil para mis padres encontrar un trabajo en algunos momentos en que la cosa se ponía mala. O igual hacían una reunión con todos los hermanos, miren, los reyes magos somos nosotros y yo con una cara de pena así, desilusionada. Pero había una ternura y un amor que eran bellísimos. Y eso era más importante que si había o no había dinero. Por eso te digo, la familia es la mejor de las escuelas.»
Omara es la dueña de una larga carrera donde se incluye su paso por el grupo Loquibambia, fundado por el pianista Frank Emilio y nacido dentro de la raíz misma del filin; recorre el baile, desde las Mulatas de Fuego, los shows de Tropicana, o de la mano de coreógrafos como Rodérico Neyra (Rodney) o Alberto Alonso; pasa por la pertenencia a las míticas Anacaonas en la década de los cincuenta, hasta la fundación del no menos mítico cuarteto vocal Las D´Aida, junto a su hermana Haydée, Elena Burke y Moraima Secada, donde militaría desde 1953 hasta 1967. De los avatares y logros de esta agrupación de lujo, inserta ya en la historia de la música cubana, comenta Omara que se menciona, se sabe y se conoce, pero... «Todavía no ha sido suficientemente reconocido el trabajo de las D´Aida, sobre todo para el público más joven que no nos ha escuchado. No es que se ignore ni mucho menos, pero habría que contar más de esa historia».
Finalmente, desde los bien cumplidos años de trabajo que atesora, llega el salto a los más importantes escenarios como integrante de ese grupo creativo que fuera el Buena Vista Social Club. Los discos y, sobre todo, las muchas giras y presentaciones que trajo aparejado consigo este éxito, incluyendo la nominación al Premio Grammy Latino del fonograma Buena Vista Social Club presenta a Omara Portuondo, traen consigo la oportunidad de que esta artista pise muy encumbrados escenarios y se acompañe de grandes figuras del arte mundial. Además, contribuye a difundir la música cubana más raigal en los circuitos más importantes en el mundo. Justo por este renglón acentuamos nuestra conversación en varios detalles.
«Aquí siempre hubo, como en otros lugares, quien venía a comprar cintas y música a Cuba. Bien sabemos que existe el bloqueo. Y estaban esos criterios de que si se había muerto el son, que si el son se había ido de Cuba y qué se yo, y en realidad aquí había de todo en materia de música. Pero la parte norte del mundo no la conocía, los músicos cubanos no podíamos hacer nada, llevar allí nuestra música. No había tradición de llevar música cubana ni artistas ni nada. En Europa sí se conocía nuestra música. Ese mismo trabajo que se hizo con el Buena Vista ya se había hecho antes en Europa con diversos convenios culturales. En muchos países de Europa habían estado los cubanos, en muchas giras de muy buenos artistas.»
De algunos de los recuerdos de esas grabaciones del muy aclamado Buena Vista Social Club, Omara rememora, en especial, el trabajo con sus colegas, otros nombres de los grandes de la música cubana.
«Yo estaba terminando de grabar un disco llamado La novia del filin, y convocan para grabar; en la orquesta que tenía Juan de Marcos ya estaba Rubén González, estaba Cachaíto López, el Guajiro Mirabal, llaman a Eliades Ochoa, a Compay Segundo, a Ibrahím Ferrer, a Pío Leyva, a Puntillita, en fin...
«Empezaron a grabar cada uno lo que quería y ahí descubren que eso estaba quedando muy rico, que tenían muy buen material. Estoy terminando de grabar en el estudio, terminando el disco, y Juan de Marcos me va a buscar. Y me llaman a donde estaban ellos, imagínate, toda la familia junta. Nosotros somos los Bentú, es decir ven tú, ven tú, no importa quién sea cada uno y así es todo para las actividades y tal. Y decidimos grabar, vamos a hacer Veinte años, y Compay me dice, yo te hago la segunda. Y sin preparación ni nada; eso fue muy lindo porque son músicos tan excelentes que sin ensayo ni nada hicimos la toma. En verdad a todos los he querido mucho, pero, además, a Ibrahím llevaba un tiempo sin verlo, se me había escapado. Entonces me dice que su mujer siempre le repetía que él debía cantar conmigo en algún dúo. Cuando me llaman para grabar con Ibrahím, vuelve la historia. Cuando aquello arranca, con Silencio, eso es lo más grande las cosas que le pasan a uno en su carrera. Me quedé así, pensando, qué voz más linda tiene Ibrahím. Pues estamos grabando y cuando me entrega, para cantar mi parte, empiezo a cantar, mira, me erizo todavía. Te imaginarás que cuando terminamos, en la cabina todo el mundo alegre y aplaudiendo y con tremenda gritería. Mira, habitualmente yo selecciono los temas que voy a grabar, pero ahí todo salió así espontáneo, nadie seleccionó nada.»
Resulta innegable el formidable tirón que recibió nuestra música con semejante reunión de estrellas. El sonido de Cuba tuvo un buen escalón más para dejarse oír prácticamente en todo el planeta. Omara reflexiona desde la calma de la distancia.
«Eso de que había que salvar la música cubana se lo puso alguien, pero no era cierto. Ahora, esa difusión fue perfecta y hacía falta. Lo que se estaba haciendo tenía mucha calidad. La música cubana siempre ha tenido calidad. Desde siempre, desde El manisero, desde Siboney, desde Benny Moré. La manera de llegar a dónde llegamos, es a partir de un mecanismo que ya estaba creado, pero que nosotros desconocíamos. No sabíamos que ese mundo existía. Eso es lo que siempre debimos tener: Poder llevar la música cubana a todas partes. La vida le debía a la música, a la cultura cubana, ese espacio, porque lo merecía, no solo yo y mi carrera, sino todos esos artistas. Llegaron personas que tenían todos los caminos y que, además, sabían de la calidad de lo que tenían, si hubiera sido una basura lo botan y no hubiera sido lo que fue. Cuando estuvimos en Estados Unidos, en casa de Ry Cooder, que ojalá y no le pongan más multas por venir a Cuba, descubrimos que nos conocía a todos. A todos. Él tenía toda esa música. Siempre supimos que lo que se hacía en Cuba tenía el valor, solo nos faltaba la vía. Para que nos conocieran, hasta el bloqueo tiene que ver en eso.»
Aunque el cine es de las imágenes perdurables, en la memoria y el sentir, si de veras colman en calidades y buen decir sus objetivos, asociar a Omara con el séptimo arte puede ser una sorpresa o un descubrimiento para algunos. Apenas un par de semanas antes de la entrevista, me sorprendí de verla actuar en la versión cinematográfica de Cecilia, de Humberto Solás. En un papel donde compartió escenas con monstruos de nuestro celuloide como Alejandro Lugo, José Antonio Rodríguez y Daysi Granados, la Portuondo se desdobla en actriz y deja buenos resultados en la pantalla.
«Una tremenda experiencia, muy nueva para mí cuando ocurrió. Porque al director, ese excelente realizador que perdimos por desgracia, pues fue a él al que se le ocurrió hacerme la prueba esa, y le gustó. Yo nunca había actuado. Entonces le dije al director que no creía que quedara bien, pero que me atrevía a hacerlo. Nunca creí que lo pudiera hacer. Y me asustaba cada vez que Livio Delgado, que hacía las luces, venía a medirme para rodar. A esa hora pensaba si estaba bien maquillada, si tenía algo en la cara, mira las cosas que se le ocurren a uno en esos momentos. Pero bueno, parece que salió bien. Aunque la película no la he visto; ni esa, ni una versión de Baraguá, donde hice de Mariana Grajales.»
Por supuesto que hablar de cine lleva de inmediato a la irrepetible secuencia del documental de Fernando Pérez, donde, junto con Elena y Moraima, canta Amigas, un tema de Alberto Vera escrito especialmente para ellas.
«Eso se grabó tal y como se ve, lo grabamos en el momento. El doblaje no se me da; a mí me resulta fatal doblar. La hicimos tal y como aparece, sin cortes. Esa filmación con Fernando me resultó fácil, sobre todo las partes mías, porque él es exquisito. Y se hicieron cosas así, que no nos dijo. Cuando él nos cita, nos empieza a poner materiales de nosotras en las D´Aida, imágenes muy viejas, y todo lo que ocurre ahí fue muy espontáneo. Y la canción no está doblada, se hizo en directo. Ese tema lo hizo Alberto Vera, prácticamente por encargo, y los arreglos son de Martín Rojas. Había el proyecto de un programa y además teníamos un espacio en el Parque Lenin, que pensábamos hacer entre las tres, justo para halar un poco a Moraima. Y entonces, como todo eso pasó a la vez, lo de ese espacio y la realización del documental de Fernando, la canción a Alberto Vera estaba pedida para ese programa. Si hubiera sido de las D´Aida, Alberto nos hubiera hecho a cada una con su personalidad; se las sabía todas, era muy talentoso.»
La búsqueda de nuevos horizontes, el reconocer pronto la calidad de un naciente movimiento, llevó a Omara, justo como hiciera Elena Burke, a incluir en su repertorio los temas de algunos de los que luego serían hitos de la Nueva Trova. Otra joya inolvidable, inscrita en la memoria sonora de esta isla, es la interpretación de ese clásico que es La era está pariendo un corazón, de Silvio Rodríguez.
«Viene una cantante, que era jazzista, llamada Maggie Prior, a hacer un concierto en Casa de las Américas, y me piden hacer la segunda parte de ese concierto, un concierto bilingüe. Y así pasó: Monto mi repertorio, pero me faltaba una canción para terminar y todo el mundo esperando por mí para imprimir los programas. Ya yo conocía a Silvio, por los espacios Mientras tanto de la televisión, y Martín Rojas también lo conocía. Y vamos a una actividad y escucho a Silvio cantar La era está pariendo un corazón. Pues le digo a Martín, oye, esa es la canción que me falta para el concierto. Desde entonces no la he dejado de cantar. Yo le tengo mucho respeto y admiración a Silvio. Me dijo una vez que desde que yo cantaba su canción, ya él no la había podido cantar más. Después me pidió que no se lo dijera a nadie. Así que si lo cuentas, yo no te lo dije.»
Entonces, conservemos, entre todos, este secreto de una de las más importantes artistas de nuestro país. Por fortuna, desde el privilegio de su canto en esta era y quién sabe si en las venideras, de seguro nos queda por disfrutar el sonoro parto de innumerables corazones en su voz.
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