Tomada de la edición impresa del 23 de mayo del 2009 Diario El Telégrafo
Alguna vez comenté que soy evaluadora. Alguna vez también mencioné que no me agradan las evaluaciones. Considero que en ellas no se agota el aprendizaje. Y algunas veces también comenté que desconfío de ellas. De las intenciones de control, de poder.
Si aceptamos la idea de que el aprendizaje es una construcción, el error es parte del aprendizaje. No todos aprendemos igual. Ni en los mismos tiempos. Ni somos buenos en todas las áreas.
Si nos identificamos con la idea de la justicia, no pueden juzgarnos por una sola evaluación, experiencia, entrevista. No pueden juzgarnos por una sola opinión.
Todo esto para llegar a la polémica evaluación de maestros del Ministerio. A la que algunos dirigentes de la UNE han catalogado como "persecución". Pues resulta que la evaluación incluye una auto-evaluación. Una co-evaluación. Una evaluación por parte de un directivo. Una evaluación por parte de los estudiantes. Una evaluación de los padres de familia. La observación de una hora de clase. La aplicación de pruebas de conocimientos específicos. La aplicación de pruebas de conocimientos pedagógicos. Y finalmente una tercera, de habilidades didácticas. Y encima de todo eso, si sales mal, te dan un curso para que lo vuelvas a intentar. Un amigo tiene un dicho " por qué hacerlo fácil, si en difícil se puede". Y cuando se revisa el planteamiento, debe ser de los sistemas de evaluación más complejos que he visto. Pero también de los más justos. Te permite decir algo. Que tus colegas digan. Tus alumnos digan. Tus conocimientos digan. Tus prácticas digan. Y por último, te permite equivocarte. Y como broche de oro, si te equivocas, te brinda un curso que te dice cómo hacerlo.
Hablemos con toda la sinceridad del caso. Sé que dije que no me gusta que me evalúen. Pero si en mi labor como maestra no tengo ninguna confianza en lo que sé sobre el área en la que se supone me especializo. En cómo dicto la clase. Desconfío de lo que mi colega pueda decir de mí. De lo que mi director pueda decir de mí. De lo que mis alumnos puedan decir de mí.
Incluso de lo que los padres de mis alumnos puedan decir de mí. Si no logro que ninguno de ellos, ninguno, pueda hablar bien de mí, aunque sea un poco bien de mí. Y encima de todo eso, desconfío de mi capacidad para reponerme después de un fracaso. De mi capacidad para volver a aprender o aprender mejor. Si desconfío tanto de mí mismo y de la calidad de mi docencia, por supuesto que saldré huyendo de cualquier prueba, pero también de la docencia.
Tomaré mi tiza. O mi marcador líquido.
Y me retiraré corriendo, avergonzada.
Claro, fui perseguida y atrapada. Pero por mi propia ignorancia.
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