domingo, julio 27, 2008

Salidas Por Juan Gelman

Salidas
Por Juan Gelman


Madame de Lafayette (1634-1693) eligió el anonimato o la seudonimia para publicar sus novelas, incluida su obra maestra La princesa de Cleves: estaba mal visto entonces que una mujer escribiera, y el prejuicio persiste en varias regiones del planeta. No lo había acatado un siglo antes su compatriota Louise Labé (1524-1566), miembro de la escuela de poetas humanistas de Lyon y –se dice– bella y libre de cuerpo y espíritu. A los 31 de edad publicó un apasionado libro de poemas de amor -no precisamente inspirado en su esposo– que dio a conocer sin reticencias con nombre y apellido. Era un acto de afirmación femenina y del derecho de la mujer a expresar cabalmente su deseo. Pide en uno de sus textos, tocado por Catulo: "Bésame más, vuelve a besarme y besa,/dame uno de tus más sabrosos,/dame uno de tus más amorosos;/cuatro en cambio tendrás, más calientes que brasa". El lírico latino dijo a Lesbia, en traducción del gran poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño: "Dame tú besos mil, después un ciento;/luego otros mil, luego un segundo ciento;/después, hasta otros mil; después, un ciento". Pero Catulo era hombre. Y Labé finaliza su poema con una transparente invitación al amado: "Permite, Amor, pensar una locura:/me siento mal con vida tan discreta/y no puedo alcanzar contento alguno/si no salgo de mí, si no hago una salida". Usa la palabra "saillie", un término polivalente: significa en efecto salida o impulso brusco, pero también designa la cópula de los animales domésticos.

Era el Renacimiento y las poetas contemporáneas de Labé en Italia reclamaban su parte en el individualismo en expansión, pugnando por la igualdad intelectual de hombres y mujeres. Fueran cortesanas de alto vuelo como la veneciana Verónica Franco (1546-1591) y la romana Tullia d'Aragona, o cantantes e intérpretes de laúd como Gáspara Stampa, o vivieran encerradas en un castillo del remoto sur de la península como Isabella de Morra, todas compartían el credo que la francesa había asentado en su "Debate de Locura y Amor", diálogo en prosa que tal vez ni conocían: la mujer debe estudiar, confiar al papel sus pensamientos, reclamar la gloria y el honor que les son debidos, superar los logros literarios de los hombres. Todas ejercieron una libertad en vida y obra que no pocas poetas de hoy envidiarían. Revirtieron el modelo amoroso de Petrarca que eruditos como Pietro Bembo –autor de una de las primeras gramáticas italianas en 1525– imponían con éxito. La obra del cantor de Laura hasta había ingresado en la moda femenina: era habitual que las mujeres colgaran de su escote un "petrarchino", un volumen miniatura de sus sonetos.
En los temas y el idioma de Petrarca las poetas italianas de dos siglos después encontraron el lenguaje que les permitió explorar sus sentimientos en una cultura que prohibía o cohibía su expresión. Socavaron el ámbito poético en que el hombre era el amo, usaba la palabra para adueñarse de la mujer y ésta era una incógnita distante y pasiva. A diferencia de Petrarca, que quiso dominar su deseo y se arrepintió de haber amado, Gáspara Stampa pasa de un hombre a otro en la secuencia de sus poemas y escribe "no me arrepiento de nada", como gorjeará Edith Piaf 400 años después. Verónica Franco reta a duelo a un amante que la había insultado y estipula que tendrá lugar en su dormitorio; en otro texto defiende las audacias en amor. Como Labé, piensa que a las tan serias que juzgan duramente a "las perdidas" no les vendría mal un golpecito de Cupido.

La Italia del siglo XVI fue teatro de una explosión de poesía escrita por mujeres: entre 1540 y 1600 editaron unos 200 libros y no eran tiempos de multiplicidad de títulos. Una antología de 1609 reunió textos de 845 autoras. Muchas celebran su derecho a la plenitud personal y se muestran independientes, mundanas, autodesacralizantes y espontáneas. Stampa anuncia que el amor nunca le trajo vergüenza, como le sucedió a Petrarca:¿acaso su relación con el conde Collatino y su fama literaria no la igualaban con las nobles de cuna registrada?
Algunas de ellas escribieron la poesía femenina más fresca y vigorosa que se conoce desde la antigüedad. Fueron directas y su escritura se alejó del burilado petrarquismo de la época. De ello hicieron virtud. Isabella de Morra, presa de tres hermanos embrutecidos, supo y dijo de su estilo que era "amargo, áspero y doliente". Verónica Franco subrayaba en sus versos el juego con su apellido convertido en adjetivo. Gáspara Stampa, el de la similitud entre "penna", pluma, y "pena", dolor. Eran bien recibidas en los salones literarios de la elite, aplaudidas por su obra y despreciadas como hetairas. Pero, al menos, no padecieron el destino de Safo, que la pacatería humana llegó a escindir en dos personas, una, poeta divina, otra, lesbiana ruin. Esas poetas procuraban terminar con lo que Ingebor Bachmann, admiradora de Gáspara Stampa, definió así: "El fascismo es lo primero en la relación entre un hombre y una mujer".

El del hombre, claro.

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