La tarde de ayer se realizó un servicio velatorio para despedir al escritor Jorge Enrique Adoum. Sus restos fueron depositados junto a los de Guayasamín.
Edwin Alcarás. Redactor
Un viento helado corría ayer en la tarde sobre la cima del barrio Bellavista, en el norte de Quito. A ratos una ligera llovizna, como una corriente de partículas de vidrio, golpeaba a quienes asistieron al servicio velatorio con el que el país se despidió de uno de sus más grandes poetas Jorge Enrique Adoum.
La Capilla del Hombre, ese acariciado sueño de su amigo Oswaldo Guayasamín, fue el lugar elegido por la familia del escritor para darle el último adiós. Se trataba de cumplir una alegre promesa que a mediados de los años setenta se hicieran los dos amigos. “En una de esas reuniones que tanto les gustaba tener –refiere Rosángela Adoum- mi padre y Oswaldo se prometieron ir juntos después de la muerte”.
La promesa –que cumplió Guaysamín hace 10 años- fue respetada escrupulosamente luego de que Adoum falleciera la madrugada del viernes por un paro cardiorrespiratorio.
Al frente de la casa que habitó Guayasamín, debajo de un saludable pino de 25 años (al que los artistas bautizaron como el Árbol de la vida) se colocó dos carpas, una mesa blanca frente a cerca de cincuenta sillas. Sobre la mesa descansaba una vasija de sencillos motivos que Hernán Crespo Toral le regaló hace años a Rosángela Adoum.
Allí reposaban los restos de quien ha sido considerado el poeta ecuatoriano más reconocido internacionalmente de las últimas décadas. “Es una vasija antigua precolombina que al turquito le hubiera gustado mucho -sigue Rosángela. Siempre quiso que su funeral no fuera un funeral sino una fiesta. Espero estar cumpliéndolo”.
Cuando rayaba el alba del viernes pasado, la esposa del poeta, Nicole Adoum, buscaba un ánfora para cumplimentar su último acto de amor. “Fue entonces que me ofrecieron esta vasija. Allí está pero estará con nosotros siempre, por eso traje esas fotos, para que todos lo recuerden como fue hasta el final”.
Fragmento de “Los orígenes” (tomado de Obras (in) completas, tomo 4)
“Las dos vidas de Rimbaud” y “¿Quién le teme a James Joyce?” (Tomado de Obras (in) completas, tomo 3)
Esa franqueza tan suya, que le ganó la admiración de muchos autores de las generaciones más jóvenes, era uno de los componentes fundamentales de la personalidad de Adoum, en opinión del narrador Raúl Pérez Torres. “Su figura para nosotros más que de inteligencia fue de sabiduría. Fue un hombre de una pieza, coherente, que nunca perdió esa dignidad ideológica tan escasa en este tiempo”.
Esa coherencia ideológica fue saludada también por el presidente Rafael Correa, quien llegó a las 17:15 a la Capilla del Hombre. En una corta alocución declaró su luto personal y el de la patria por el escritor fallecido. El Gobierno, a través del Ministerio de Cultura, otorgó a Adoum el reconocimiento póstumo de la Medalla del Bicentenario.
Para ese momento cerca de 250 personas se habían agrupado frente a las cenizas del autor de ‘Notas del hijo pródigo’. A las 17:35, las cenizas fueron depositadas en un agujero cavado a la derecha de la tumba de Guayasamín. Desde un lado de la piscina llegaban las notas del popular danzante Vasija de barro.
Con esa frontalidad, con esa ausencia de poses, Adoum le había dicho hacía tres semanas a su esposa Nicole: “Sería divertido que me muriera hoy mismo ¿no te parece?, el mismo día de mi cumpleaños”. Era el lunes 29 de junio. En la mañana había estado “perfecto, de un humor excelente y muy repuesto de su neumonía”-recuerda Nicole-, “pero en la noche su salud desmejoró drásticamente”.
Ella le contestó lo que le hubieran contestado sus admiradores: “Sí, divertido para ti. Pero para mí sería terrible”. Es verdad. Un dolor insondable, una pena enrojecida alrededor de los ojos, reflejaba el rostro de doña Nicole mientras los amigos, los lectores, se despedían para siempre de ‘el turquito’. Entre los asistentes había algo de esa viudez, de esa orfandad, mientras veían cómo regresaba el ‘turco’, el poeta, a esa tierra, a ese polvo enamorado.
Adoum forjó una obra de vanguardia
Redacción Cultura
Desde ese primer poemario, cuyo título era una clave de la tesitura lírica de su autor, ‘Ecuador amargo’, hasta esa última entrevista que le hizo una periodista quiteña, Jorge Enrique Adoum desarrolló una propuesta original, fuerte, ampliamente admirada por varias generaciones de escritores.
El poeta Julio Pazos, quien lo conoció de muy cerca, cree que en ‘Los cuadernos de la Tierra’, a diferencia del ‘Canto General’, de Neruda, Adoum investigó el modo de pensar del hombre americano antes de la llegada de los españoles. (Por otro lado) En ‘Entre Marx y una mujer desnuda’ hay cierta presencia de los modos de narrar de la novela francesa, de los cincuenta. Varios elementos se relacionan con la narrativa de Julio Cortázar, que fue su gran amigo”.
Su coterráneo, el poeta Iván Oñate, cree que “en la poesía de Adoum apostaría por esa angustia inmóvil del país, por esa fiesta y aventura más inmóvil todavía que se llama Borrachera.
Apostaría por Declaración de amor en la pieza de al lado, que más bien es una confesión de irrenunciable y cruel soledad en el centro de nosotros mismos. Pero sobre todo, apostaría por todos los poemas de Postales del trópico con mujeres. Me atrevería a decir que a dichos poemas no es necesario leerlos, basta pasar una mano por sus páginas para sentir al tacto la tristeza de sus versos, para palpar esos relojes que indican la hora de los que se marchan para siempre”.
El poeta guayaquileño Ernesto Carrión estima que “ Adoum es la prueba de que la literatura no es evasión, sino inclusión y lucha. Perteneciendo a las vanguardias latinoamericanas, y afectado, para bien, por el momento histórico que viviera América Latina en los sesenta, su obra nunca dejó de mostrarse experimental, combativa, demasiado humana y terriblemente social”.
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