Suset B. Reyes
Fotos de la autora
Quisiera explicarme, aunque suene paradójico: cuando acudí a la exposición de Shigeo Fukuda en el Centro Wifredo Lam, no pude menos que sentirme decepcionada.
Fotos de la autora
Quisiera explicarme, aunque suene paradójico: cuando acudí a la exposición de Shigeo Fukuda en el Centro Wifredo Lam, no pude menos que sentirme decepcionada.
Y acoto inmediatamente: no es culpa de Fukuda ni de sus carteles, que son espléndidos. La decepción siempre es culpa de quien la sufre, porque antes cometió el pecado de esperar más, y debo confesar que se me hacía la boca agua con la posibilidad de ver en pleno una selección diversa de su talento. Me imaginaba una sala colmada de fotos, afiches, instalaciones, esculturas, lienzos, dibujos. Quería ver por mí misma si era realmente posible lograr que un conglomerado de cubiertos proyectase la sombra de un velero, una moto o una pareja descansando; quería ver a un músico que cambia de instrumento cuando le rodeas. Obras así --digo yo-- solo se le podían ocurrir a un japonés, mezcla extrema de meticulosa laboriosidad, pensamiento abstracto y emoción, surcando un océano de fantasía. Y cuando entré a la sala… solo carteles.
Ahora bien, querido lector: de la frase anterior tache sin dudarlo la palabra solo. Fukuda fue y es un maestro de la gráfica. Heredero de la impronta de Maurits Cornelis Escher, juega atrevidamente con la ilusión óptica, basada en el intercambio de planos, la subversión figura-fondo, la alteración de la perspectiva. Significativos son los dos carteles que representan a la Gioconda de Da Vinci, en los que la imagen se conforma en un caso de banderas y en otro de sellos de correo. Según sus propias palabras, “…en el diseño son necesarios un 30% de dignidad, un 20% de belleza y un 50% de absurdo. En vez de procurar la restauración de una sensibilidad respecto al diseño en el público general, logramos un avance al respecto si dejamos a la gente satisfecha con su propia superioridad, atrapándolos con una ilusión visual.”
Graduado del Departamento de Diseño de la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio en 1956, obtuvo a partir de 1966 reconocidos premios en diversas exposiciones, festivales y eventos. Especial influencia en su obra ejerció Takashi Kohno, pionero del actual diseño gráfico japonés, cuya controvertida labor resultó decisivamente inspiradora para Shigeo.
La selección de obras que se pueden presenciar --por primera vez fuera de Japón tras la muerte del artista-- destaca no solo por la efectiva síntesis con que se encararon los mensajes propuestos. Resueltas en casi todos los casos con colores planos, a líneas, perfectas para la reproducción serigráfica, nos develan sus inquietudes más acuciantes. Temas como la guerra, el medio ambiente, acuden de cartel a cartel. Es curioso observar el hecho de que a pesar de trabajar con imágenes plenas de ambigüedad, en las que reina el trompe l'œil, sus mensajes no eran para nada ambigüos.
Calificado por los contemporáneos como el Houdini del diseño, Fukuda invirtió el sentido de las miradas de los diseñadores, antes atentos de los discursos de Occidente, para concentrarlas en el Oriente. Hoy nos toca a nosotros mirar hacia allá. Puede que no tengamos al lobo entero en los recintos del Wifredo Lam, pero su pelo bien puede resultar una lección magistral de comunicación.
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