domingo, enero 29, 2012

Quince Duncan: Un fabulador de la (otra) posguerra



M. G. Lavandero • La Habana
Fotos: Abel (Casa de las Américas)

El costarricense Quince Duncan lee relatos fabulosos. En una breve pausa a la revisión de obras en concurso, comparte con nosotros sus propios textos. Mientras lo hace, interpreta los personajes como si los habitase. No vive en Puerto Limón, como nos complacería descubrir; pero como un Marcus Garvey de nuestros días, ha dedicado los suyos a hurgar en tierras americanas buscando a los hijos de África: de cualquier tiempo, geografía y color, para cocinarles luego en fabulaciones tan exquisitas como las que ahora escuchamos.

He llegado tarde: le oigo mencionar a Rosa Parks, a Mariana Grajales, a Martin Luther King, a los principales hombres de la Revolución Haitiana. Me desconcierta la pluralidad, pero en tanto sujetos literarios, todo está claro: ellos dialogan, aman, yerran, se arrepienten, pelean. El escritor asume la diáspora africana desde sus potencialidades infinitas para comunicar, desde sus resortes narrativos. La verdadera historia de los negros en América hemos de componerla los lectores. O no. A esta hora, cuando he leído ya casi todo su libro y advertido la serenidad con que degusta las obras en concurso, creo que ni siquiera se lo propone. Quince Duncan es aún más ambicioso.
 
En Un mensaje de Rosa, el relato sobre un supuesto encuentro entre Mariana Grajales, madre de Antonio Maceo, y José Martí, ¿cuánto tiene de realidad y cuánto de fabulación?

El encuentro se dio en Jamaica, en un momento en que ambos cubanos estaban exiliados. El interés de Martí era encontrarse con Antonio. Qué se dijeron, ya es recreación mía, auxiliado de algunos elementos de realidad. Por ejemplo, a Mariana le decían “la negra que sonríe”, “la negra que nunca llora”, y con esos detalles me aventuré en la ficción.

Un mensaje de Rosa es una obra literaria que está hecha a partir de relatos, pero es una novela. Narra la historia de una familia africana, una pareja que espera noticias de sus hijos que partieron de aquel continente hace cientos de años. Cansados de esperar, el esposo promete que en un mes tratará de averiguar qué fue de ellos. Durante ese tiempo, suceden todos estos relatos. Los personajes del libro son los descendientes de esa familia africana: Mariana Grajales, Martin Luther King, Marcus Garvey….

¿Martí?

Si vemos sus ideas, fue casi un afrodescendiente, claro.

En el libro, los protagonistas son personajes reales que en sus distintos tiempos y países, lideraron experiencias anticoloniales, antirracistas… Uno de ellos es Rosa Parks, quien decidió nunca más sentarse en el asiento de atrás de un autobús. Con su mensaje cierra el libro. Fue un trabajo de investigación muy fuerte.

¿Le apasiona la investigación en sí misma o como material para fabular?

Investigar es apasionante, pero fabular es incomparable. Ahora mismo estoy escribiendo un ensayo y me doy cuenta de que está tomando rumbos literarios. En él propongo superar el término “raza” sin adoptar el de “etnia”, porque existen muchas diferencias étnicas. Entonces, ¿qué somos?: de la misma forma que nos referimos al pueblo latinoamericano, propongo que nos refiramos a un pueblo afrodescendiente. Sería un ensayo sobre eso, pero lo he convertido en un diálogo y no me arrepiento, creo que es la mejor forma de que llegue el mensaje a la gente.

Si hablamos a/sobre los hijos de África, ¿qué mejor recurso que el de los griots?

Exactamente. La palabra es la forma, la narración es la forma.

En Un mensaje de Rosa, precisamente en el relato que transcurre durante la Revolución Haitiana, uno de los personajes (una mujer negra) le dice al amor (haitiano blanco) que ha quedado atrás: “pudimos haber construido un país”. Y uno siente que esa construcción de la que habla no es solo política, ni siquiera geográfica, sino una construcción también espiritual: pudimos haber construido familia. ¿Cuánto cree usted que el pueblo afrodescendiente ―para ir ya apropiándonos del término― ha podido concretar esas construcciones políticas, sociales y espirituales que lo harían definible como tal?

Resulta que, ante todo, hemos de reconocer el aporte de este pueblo a la construcción de los nuestros. Primero, en relación con el trabajo. En las espaldas de los africanos y sus descendientes se creó gran parte del andamiaje capitalista. No fue más que la acumulación de riqueza a partir de mano de obra gratuita, esclava. Luego está la cuestión cultural. Lo vemos en Cuba, por ejemplo, donde aún uno puede apreciar la cantidad de ritmos musicales que se escuchan aquí. Lo mismo sucede con las tradiciones orales y en el campo religioso. Mucha de la espiritualidad latinoamericana es espiritualidad afro, sobre todo en aquellos países donde hay una buena presencia de descendientes de ese continente. Ha habido aportes en el campo de la política, de la ciencia, etc.; pero en relación con su rol en la construcción de los países de nuestra América, el trabajo y la cultura son lo fundamental.

En relación con el papel de los esclavos negros en la construcción de los países occidentales y de nuestro propio continente, a partir del trabajo, podría hacerse un análisis similar con las comunidades originarias americanas, exterminadas en su gran mayoría durante un largo proceso de construcción de riqueza sobre sus espaldas. Sin embargo, cuando analizamos en nuestros días los conflictos de ambos sujetos, la tendencia es a separarlos. ¿Por qué?

Nuestros pueblos originarios sufrieron una catástrofe poblacional. Fueron los primeros sometidos al trabajo esclavo. Los negros africanos, como sabemos, llegaron después. El exceso de trabajo disminuyó los niveles nutricionales de aquellos hombres y las comunidades se empezaron a diezmar con las enfermedades europeas. En Cuba, por ejemplo, fueron eliminados en pocas décadas. En Centroamérica murieron ocho de cada diez. Y hubo también desplazamientos: los españoles tomaban indígenas de Centroamérica y los llevaban a Sudamérica a ayudarles en la conquista de los Incas. Piensa lo que significa para un indígena acostumbrado al trópico que lo suelten en los Andes. No sobrevivieron.

La reducción fue tan drástica, que en esa primera parte de la conquista el “aporte” del trabajo indígena fue menor. Luego se produjo una recuperación paulatina de la población indígena en algunas regiones del continente, sobre todo hacia finales de la Colonia. De cualquier manera, el tratamiento que se les dio a ambos sujetos, en función de su historia colectiva, fue muy diferente.

En el plano político se produjo también un paulatino proceso de visibilidad de ambos sujetos, que se prolonga hasta la actualidad. Este año, particularmente, fue dedicado por la UNESCO a los Afrodescendientes. ¿Cuáles son los precedentes de este hecho y, según su criterio, cómo cree que su repercusión se ha hecho sentir en la cartografía diversa que contiene a ese pueblo?

Básicamente, el asunto vino porque en el año 2000, en Santiago de Chile, se habló por primera vez del término “afrodescendiente”. Fue una propuesta que partió de la propia comunidad negra. Allí se diagnosticó la situación de estas poblaciones y se llevó luego a la conferencia de Durban, al año siguiente, donde se aprobó una declaración y un plan de acción. La estrategia contemplaba una evaluación a los cinco años y otra a los diez. La primera prácticamente no se hizo, pero al cabo de una década la comunidad se dio cuenta de que se había avanzado muy poco. Si bien es cierto que había aumentado la conciencia de que esta población seguía siendo explotada, marginada, invisibilizada, excluida en todos los países, se había avanzado poco.

A iniciativa de la delegación de Colombia, encabezada por el afro Pastor Murillo, se propuso lo que le llamó “el decenio de los afrodescendientes”, pero hubo que conformarse finalmente con un año. El objetivo fundamental fue poner en primer plano, otra vez, la situación. Decir: aquí hay un problema que no estamos enfrentando. Desde ese punto de vista, creo que se cumplieron los objetivos del año. En casi todos los países hubo acciones dirigidas a crear conciencia sobre este problema latente.

Con ese problema, no obstante, nos habíamos estado engañando durante mucho tiempo. Creímos que si se resolvía cierto dilema político, de clase o económico, desaparecería el conflicto racial. Pero el racismo no fue creado por sistemas económicos, sino como una ideología colonial. Algunas de las naciones que lo crearon eran feudales, incluso. Fue creado por las mentes más brillantes de Europa, de una forma u otra. Esta ideología está instalada en la cultura occidental e independientemente de las ideologías políticas, tenemos un problema ancestral bien enquistado. A veces uno se encuentra incluso con amigos a quienes no se les puede acusar de racismo consciente, pero con ciertas actitudes contradictorias. Sucede como en el machismo. El principal problema es cultural, de modo que también lo sufren los aborígenes, los latinos en los EE.UU. e, incluso, los latinoamericanos en otras partes del mundo. Un pensador salvadoreño es blanco en su país e indito en Buenos Aires. El bonaerense, cuando va a Europa, es un europeo mientras no abra la boca: una vez que habla, se convierte en sudaca.

Hablamos entonces de un fenómeno que ha permeado la cultura y, lamentablemente, tiene efectos muy prácticos. Algunos argumentan que las razas no existen. Claro, desde el punto de vista biológico sabemos que es cierto, pero es un concepto social: es real desde el punto de vista social y reales sus consecuencias. No me discriminan por mi etnia ni por mi clase social, me discriminan por el color. Por supuesto, el término “raza” cambia mucho de un momento histórico a otro, de un país a otro, pero tiene esa esencia social.

En nuestro tiempo, no podemos pensar que si resolvemos el problema de los negros pobres ya está liquidado el racismo. Ese problema lo tenemos en común con otras poblaciones. Lo que nos define e indigna es el racismo. El año ha servido para darnos cuenta de eso. Lo que sigue a partir de ahora está por ver.
 
A raíz de este año, como parte de las “acciones”, han proliferado los estudios, las convocatorias a premios, las charlas; pero estaría el peligro de que se convirtieran en modas académicas pasajeras...

Tenemos la esperanza de que las organizaciones negras que existen y los gobiernos que de algún modo han tenido, digamos, alguna sensibilización, serán nuestros aliados en función de que no se convierta esto en algo pasajero. Los estudios son necesarios porque en América Latina la moda ha sido negar el racismo nuestro y advertir solo el ajeno.

A la civilización occidental a la que pertenecemos, por suerte o por desgracia, le complacen las etiquetas. De modo que, casi simultáneamente, hemos celebrado en nuestro continente un Año de los Afrodescendientes y el Bicentenario de la Independencia con pocas incursiones en sus vínculos…

Completamente. En parte porque nuestra cultura es eurocéntrica. Tendemos a mirar con sus ojos y todavía, a estas alturas, hablamos del “descubrimiento de América”.

Nuestro racismo ha tenido tres formas de manifestación muy claras, relacionadas con eso: uno que llamo eurofilia, que se refiere a la enajenación total por todo lo europeo. Como consecuencia de eso, todo lo que no fuera europeo era “bárbaro” y toda diversidad o etnicidad local fue vista con desprecio. La eurofilia y la etnofobia conducen a un tercer fenómeno: la endofobia, una especie de complejo de inferioridad. Nos pasamos la vida haciendo grandes esfuerzos por parecer europeos. En el libro que estoy escribiendo, analizo la Europa que idealizaron nuestros próceres. Es una Europa que venía saliendo de la quema de brujas y que justificó la conquista de México, entre otras cosas, con el argumento de que hacían sacrificios humanos.

Esa crisis de identidad afecta a los americanos. Me alegro mucho, por eso, al escuchar que en el último censo de Brasil, el 53% de sus habitantes se considera afrodescendiente. Es un paso increíble. Hace poco eran mulatos y un montón de categorías.

¿El término “afrodescendientes” es reconocible para la mayoría de la población negra o es el que se usa en ausencia de otro más claro?

El término surge desde dentro, es histórico. Algunos dicen: no, somos afrocolombianos, afroecuatorianos… Es igual. Ya al decir “afro” estamos reconociendo una raíz común. El término se acuña para reconocernos en el sistema de Naciones Unidas. Surgió primero para los afrolatinos y hoy lo usan hasta los negros de Turquía. Algunos aún lo ven excluyente y en ello hay dos consideraciones: los términos se definen por la manera en que los usamos. Por ejemplo, ¿por qué decimos “continente europeo” y “continente asiático”, cuando es una misma masa de tierra? Pues porque así se definió. El término afrodescendientes indica simplemente que descendemos de la esclavitud trasatlántica, de un África histórica, aunque pertenezcamos a las construcciones de nuestros propios países.

¿Un Marcus Garvey en el siglo XXI no tendría las mismas resonancias, entonces?

Las circunstancias han cambiado mucho. Primero, está clara la idea de que los africanos no son afrodescendientes: son africanos. Somos hermanos, pero no es lo mismo. Por eso defiendo que la afrodescendencia es una especie de panetnia, una etnia global. Es una sombrilla donde caben todas las opciones.

Algunos prefieren llamarse “negros”. Muy bien: el “negro” no existía cuando los africanos llegaron a este continente, éramos yoruba y otras denominaciones; no existía el blanco, eran escoceses, aragoneses; no existía el indígena, eran mayas, toltecas… O sea, aquí se crearon esas categorías raciales y se les dio connotaciones erradas, discriminatorias, determinados atributos intelectuales o formas emotivas a cada una. Son construcciones perversas. Se utilizaron para ello características biológicas, transmisibles.

Una vez, en un congreso, había un biólogo eminente que afirmaba con toda convicción que las razas no existen. Ante su pedantería, me levanté y pedí a una rubia que estaba sentada en la primera fila que también se pusiera de pie. Me paré a su lado y le dije al conferencista: “doctor, usted cree que si ella y yo hacemos pareja y hacemos un buen esfuerzo, ¿podemos tener chinitos?”. Me refiero a que esos marcadores genéticos fueron usados de manera aberrada para justificar discriminaciones y segregaciones.

En la generalidad de lo que ha leído entre las obras en concurso, ¿ha advertido alguna tendencia a trascender ese peligro de las modas en relación con el tema?

Al menos, en algunos. Así mismo pasa si miramos a todos los sujetos que intervienen en este fenómeno. Miremos los políticos, por ejemplo. En el caso de Brasil, aunque el 53% de los brasileños se apuntó en el censo como afrodescendientes ―lo cual hace de ese país el de mayor número de afrodescendientes en el mundo― el apoyo gubernamental es bastante tibio. Fue como cuando eligieron a Obama y mucha gente empezó a dibujar figuras en el aire. ¡Es el presidente del imperio, y ni siquiera tiene el poder! No sé si quiere, pero aunque quisiera, no puede hacer nada.

Usted se muestra, sin embargo, bastante optimista en relación con el panorama actual de las luchas raciales, antidiscriminatorias…

Y no creo pecar de ingenuo. Creo que hablamos de un proceso que empezó con Rosa Parks. Al menos, la destrucción de lo que llamo el racismo real y doctrinal. Han querido vendernos muchas cosas como racismo: etnocentrismos, pleitos entre los mismos grupos raciales, resentimientos religiosos… “Los mismos negros son racistas”, nos dicen. Yo hablo del racismo doctrinario, creado con propósito de dominación colonial. La batalla final contra eso empezó cuando Rosa se negó a sentarse en la parte trasera del autobús, y concluyó cuando Mandela tomó el poder en Sudáfrica y comenzó la desarticulación definitiva del apartheid.

Estamos como cuando termina toda guerra: recogiendo la basura que quedó. Puede que nos queden cien años, no creo que lo hagamos en 20. Probablemente yo haya desocupado ya este planeta. Pero como sabemos cómo empezó el racismo como producto histórico, va a terminar. La ley que tenemos en este mundo es que todo lo que empieza termina.

Creo que la guerra está ganada: hemos sobrevivido, aquí estamos. Quizá inventen otra ideología, hemos visto los intentos de hacer más sutil el racismo; pero las condiciones objetivas de su creación ya no están, y la conciencia ha alcanzado tal nivel que nunca más podrán formular un racismo doctrinal. Repito: estamos ahora recogiendo la porquería que quedó.

Sobre todo en EE.UU., la gente me escucha decir esto y piensa que estoy loco. Yo les recuerdo siempre a un poeta que recogió la sabiduría popular en uno de sus versos: ¿sabes, hijo?, todas las estrellas han partido; pero nunca se está más oscuro que cuando va a amanecer.

No hay comentarios.: