Lisandro Pérez vive en EE.UU. desde hace poco más de 50 años. Salió de Cuba cuando tenía 11 y forma parte de la generación “one and a half”, aquellos que emigraron aún siendo niños y que no pertenecen ni a la primera: los que se fueron ya adultos; ni a la segunda: los nacidos en inglés. Quizá fue precisamente por esto que se dedicó a estudiar la presencia cubana en aquel país. Pero sus estudios no se limitan a esa comunidad, como demógrafo, ha analizado muchos otros grupos de inmigrantes; pues, a fin de cuentas, EE.UU. fue fundado por ellos. El sociólogo regresa, una vez más, a Cuba. Vino como parte del jurado de la edición 53 del Premio Casa de las Américas en el apartado de Estudios sobre latinos en EE.UU. Además, integró el panel sobre La producción cultural latina en los EE.UU. Allí argumentó por qué prefiere establecer una distinción entre lo que él llama las minorías históricas y los grupos inmigrantes. Una noción que me explicaría detalladamente horas más tarde: “Entiendo por minorías históricas a aquellos grupos que, históricamente, sobre todo por razones del expansionismo de EE.UU., han sido sujetos a la discriminación en ese país. Se trata de una discriminación sistemática, como ha sucedido con los afroamericanos, con la población nativa de Norteamérica, así como con los puertorriqueños y muchos mexicanos, que también han sido víctimas de ese expansionismo. “Esto se contrasta con la experiencia sobre todo de los inmigrantes que han llegado después de 1965, a consecuencia de la ley migratoria que propició el flujo de personas desde una gran cantidad de países. Por lo general, cuando llegan, tienden a ser positivos sobre los EE.UU., pues creen que están mejorando su vida. En cambio, los miembros de las minorías históricas están conscientes, por la experiencia de generaciones, de los muchos patrones de discriminación que hay en su contra.” No obstante estas diferencias, ¿los grupos minoritarios no tienden a imbricarse y a desarrollar una conciencia común? Parte de lo que sucede es que, a pesar de las diferencias en la manera de ver el mundo, todos se reconocen como latinos en EE.UU. y conforman una identidad que hace que esos grupos se unan, sobre todo cuando se enfrentan a la discriminación. El tema de la discriminación hacia los inmigrantes ha sido un factor que tiende a integrarlos en esos patrones de defensa de sus derechos. Usted ha dicho que en EE.UU. el idioma es el terreno en el cual se expresan los sentimientos antilatinos, porque está penado manifestarse contra las personas. ¿Qué sucede a la inversa? ¿No será el idioma también un campo de resistencia cultural? El idioma y la cultura se pueden mantener en mayor o menor medida en dependencia de la región a la que emigra el individuo. Por ejemplo, en una comunidad grande de latinos, estos pueden conseguir que se fusione el idioma y que se mantengan vivos elementos de esa cultura. En Miami eso sucede, las personas que viven en la comunidad cubana están hasta cierto punto apoyadas por una cultura y un idioma comunes, que no les impide encontrar empleo. Sin embargo, el inmigrante que se va a un área donde hay pocos latinos tiene una mayor necesidad de aprender el nuevo idioma. O sea, hasta cierto punto también es un factor demográfico, que tiene que ver con las características de la comunidad que los recibe. Se dice que muchas veces los grupos minoritarios suelen tener agendas contradictorias entre sí. No obstante, se han dado intentos de cohesión, por ejemplo en los 60. ¿Por qué después ha sido tan difícil? Hubo una lucha por la defensa de los derechos civiles, pero parte de lo que ocurrió después es que la población latina en EE.UU. se hace más heterogénea y en ese caso lograr una agenda común es difícil. Por ejemplo, en los años 60 se ve una agenda común entre los mexicanos-americanos, sobre todo los chicanos, y los puertorriqueños; incluso tenían manifestaciones muy parecidas, los chicanos tenían los Brown Berets, un grupo muy radical, y los puertorriqueños los Young Lords; o sea, se ven patrones similares. Al pasar un poco más el tiempo, con la llegada de muchos más emigrantes, esa agenda se hace un poco más difusa. Sin embargo, hubo reivindicaciones reales en ese período. Pero con el tiempo los problemas fueron cambiando, ahora está la cuestión migratoria y lo que yo creo que es un clima bastante feo hacia los inmigrantes en EE.UU. En los últimos años hemos visto la aprobación de leyes antiinmigrantes en varios estados, represión, deportaciones. ¿Qué dinámicas subyacen bajo este fenómeno? La política norteamericana funciona como un péndulo y creo que ha habido una reacción a la elección de Obama, porque muchas personas con fundamentos racistas, aunque no lo reconozcan, tienen mucho resentimiento con que haya un presidente afronorteamericano. Además, en tiempos de escasez económica, ese tipo de valoraciones negativas se refuerzan. Creo que es evidente que hay un sector de la población en EE.UU. que se ve amenazado porque haya un presidente afroamericano y por los inmigrantes. Sin olvidar que existen candidatos republicanos que hasta cierto punto le han hecho el juego a ese tipo de perspectiva. Con esa campaña política, hay muchos elementos reaccionarios que se han lanzado a quejarse por cosas que ellos sienten que no están bajo su control. Todo viene a raíz de la idea de que existe un valor americano al cual todos tenemos que suscribirnos y que no debe haber diferencias étnicas y raciales. Todo es parte de un clima que se ha venido desarrollando, el cual combina el resentimiento hacia un presidente afronorteamericano y una economía donde hay muchas personas afectadas negativamente. ¿Cuál es el rol de los inmigrantes dentro del movimiento de indignados? Primero, habría que ver si ocurre de ese modo, si los inmigrantes verdaderamente pueden participar en él. Tengo mucha simpatía con el movimiento, pero no todas las personas tienen la posibilidad de pasarse semanas protestando en un parque. Si uno es pobre, si tiene tres trabajos, hijos sin nadie más que los cuide, es una madre sola, pues resulta mucho más difícil. Paradójicamente, aunque sean las mayores víctimas del sistema, les es más difícil participar en el movimiento. Desde su fundación, Casa de las Américas ha intentado promover la consolidación de un cuerpo teórico que reflexiona desde este lado del continente, una mirada desde el sur. Sin embargo, en las contradicciones norte-sur los latinos que viven en EE.UU. también conforman una parte importante del fenómeno que a veces suele obviarse. ¿Cree que este premio, en la categoría en la que usted es jurado, ayude a llenar ese vacío teórico? El premio no es tanto una reflexión sobre la cuestión norte-sur, más bien se centra en las luchas, la situación y las posiciones de los latinos en EE.UU. No quiero decir que esté desvinculado del eje norte-sur, pero su objeto de estudio principal es otro. Por ejemplo, la mayor parte de estudios que examinamos están ceñidos muy concretamente al ajuste de los latinos en EE.UU., para entender mejor sus realidades culturales, económicas e históricas. Aunque podría ser útil, esa visión internacional un poco más amplia es algo que no se está manifestado mucho en este tipo de estudios hasta el momento. Encontramos textos muy valiosos, pero que se circunscribían sobre todo a la dinámica de inserción de los latinos en EE.UU. Entre los ensayos que ha analizado, ¿qué enfoques predominan? Creo que hay ensayos muy valiosos acerca del rescate de la historia. La obra premiada es un texto teórico que trata de identificar unos patrones generales entre los distintos grupos dentro del marco de la teoría política, es una manera de mirar la presencia latina desde un lente distinto, novedoso, por eso nos gustó. También hay muchos estudios de casos de inserción, específicamente de grupos en EE.UU. No obstante, a veces algunos eran demasiado locales y nosotros buscábamos una visión un poco más amplia. |
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