miércoles, septiembre 23, 2009

Socialismo con swing



FÉLIX LÓPEZ

La cita del Che Guevara en un comentario anterior (*), nos trajo, entre el abanico de opiniones, una grata e inesperada sorpresa. Alejandro, el hijo adolescente de una amiga, ha llamado para hacerme tres preguntas: "¿Cómo se explica que los fundadores del socialismo se alejaron de ese camino, mientras nosotros nos aferramos más a él? ¿Por qué el socialismo parece preocuparse más por la ideología que por la estética?... Y si no es el socialismo, ¿qué otra opción nos queda?"

Confieso que colgué el teléfono atónito. Alejandro está por cumplir 16 años y me consta que no es un chico de vida extra-terrestre. En todo caso me ha dejado descolocado, porque a veces pensamos que a ellos no les interesan estos temas, o creemos que son apolíticos, o nos preocupa que no se sientan herederos de lo que sus antecesores construimos.
¡Tremendo error! Alejandro es el reflejo de una realidad que necesariamente puede ser colectiva: los debates actuales no serán más objetivos si marginamos a los adolescentes y jóvenes, o si les negamos los argumentos o el espacio de participación que ellos esperan de nosotros.
Con gusto respondo por separado a las tres interrogantes de Alejandro. Comienzo por "los fundadores del socialismo"¼ Casi todos hemos crecido con la percepción (casi geográfica) de ubicar en la Europa del Este —y específicamente en la antigua URSS— la cuna del socialismo. Y a partir de ese dato, también concluimos que los mismos que izaron un día las ideas socialistas, fueron los que dejaron ese barco a la deriva, abdicando de un sistema que nació como contraparte y opción frente al capitalismo.
Pero en ese pasaje, contado así en pocas líneas, hay un error histórico. Si bien es cierto que fue de aquel lado del mundo donde se conceptualizó este sistema social, no podemos obviar las experiencias anteriores de convivencia socialista. En América del Sur, por ejemplo, tenemos las llamadas reducciones de los Jesuitas, que habitaron el Paraguay y sus fronteras vecinas entre 1609 y 1767, año en que la corona española ordenó la expulsión de la Compañía de Jesús de sus colonias sudamericanas.

Los Jesuitas habían cometido un "pecado" imperdonable: sacaron a los indígenas de la selva y les mostraron técnicas de agricultura y artesanía; y respetando su idioma guaraní los enseñaron a leer y a escribir. Como método pedagógico, en lugar del látigo, utilizaron la música. Fue así como llegaron a tan lejanas tierras los instrumentos europeos de la época: chirimías, tambores y arpas, que pronto se fundieron al ritmo de las maracas con que los chamanes guaraníes marcaban el paso de sus danzas sagradas.

Para la corona española resultaba insólita la noticia de que en sus colonias, desde inicio del siglo XVII, se estuviera construyendo un estado que jugaba al ideal de lo que hoy conocemos como socialismo. Eso era el Paraguay de entonces, una tierra de trabajo colectivo, disciplina, oración, solidaridad, aprendizaje y música. El primero de estos pueblos se estableció en 1609 en San Ignacio Guasú, y pronto le siguieron otras cuarenta fundaciones, situadas en torno a los ríos Paraná, Uruguay y Tape. A mediados del siglo XVIII, según el historiador Justo Fernández López, ya contaban con cerca de 150 000 habitantes.

Cada reducción constituía un poblado, construido alrededor de una gran plaza y administrado por un Cabildo. Contaba con iglesia, colegio, talleres de diferentes oficios artesanales y hospitales. Las reducciones eran rodeadas por tierras dedicadas al cultivo intensivo, donde cada indígena trabajaba en una parcela particular y en un campo común. La economía estaba organizada a partir de la participación comunitaria. Y el intercambio se establecía a través de la reciprocidad entre sus miembros y los diferentes pueblos.

Si profundizamos en la historia latinoamericana, encontraremos (más acá) expresiones auténticas del socialismo, con una visión creadora y antidogmática. Un ejemplo: Julio Antonio Mella, joven fundador del Partido marxista-leninista de Cuba, dejó claro que no aspiraba a reproducir aquí la experiencia bolchevique, al tiempo que hizo una profética advertencia: el Partido debía contar con seres humanos pensantes, no domesticados. No había cumplido todavía los 21 años y ya hablaba de una revolución socialista, pero a la cubana.
Y mucho antes de que los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Rafael Correa, de Ecuador, trazaran las primeras líneas del Socialismo del Siglo XXI, otro joven, el peruano José Carlos Mariátegui, aseguró: "El socialismo en América no será calco ni copia, sino creación heroica". Si hablamos de creación, no puede existir entonces un solo socialismo y mucho menos ser propiedad de alguien. La práctica demostró que es un sistema diverso, que debe fundar con osadía un socialismo aquí y otro allá.

Por eso enmiendo el error de Alejandro, de pensar que el socialismo era uno solo y dejó de existir el día que en Moscú arrancaron con una grúa la última estatua de Lenin. En todo caso, de este lado nos aferramos al socialismo nuestro, ese que tiene raíz martiana y latinoamericana. Un socialismo "siempre perfectible", como define el trovador Silvio Rodríguez: "Sin que deje de soñar y desear un ser humano y una sociedad mejores, pero desde la perspectiva que da la actualidad, no desde la que prefiguraron los pioneros del socialismo".

Llegado a este punto, les cuento que en mi conversación con Alejandro, también aprendí que nos rodean jóvenes con más visión que lagunas históricas, a la hora de visualizar el sistema en el que desean vivir. Mi interlocutor domina los caminos de la crítica justa, rebate con ideas propias y no reniega de la sociedad que habita. Pero cuando le pregunto cuál sistema le simpatiza más, Alejandro, desenfadado, elige de inmediato el camino de la creación: "Me gusta el socialismo con swing". Un "modelo" que será tema del próximo comentario.
(*) "El socialismo es joven y tiene errores", en "Chapucerías", Granma, 31.08.09.

"¿Por qué el socialismo parece preocuparse más por la ideología que por la estética?", preguntó el joven Alejandro. Una interrogante que está ligada, obviamente, a su concepto de socialismo con swing: una sociedad justa y bonita. Un sistema superior al sálvese quien pueda del capitalismo, pero que no sea sinónimo de fealdad, chapucería, vulgaridad, mal gusto, mediocridad y aburrimiento. Para los más jóvenes, "tener swing" significa no ser cheo, anticuado o falto de gracia.
En el antónimo de estas fealdades es donde Alejandro elige vivir.
Vamos a entrarle a su pregunta con la manga al codo. La praxis, es cierto, terminó inclinada del lado ideológico. Pero no creo que en la mente de los teóricos socialistas y en la letra de los clásicos estaba la idea de privilegiar la ideología, en detrimento de la estética. Lenin, por ejemplo, advirtió que no podíamos pensar que hacer buena comunicación revolucionaria es divulgar fealdad y fastidio. En Cuba, ejemplo cercano, el socialismo ha significado democratización de la cultura: los teatros, los cines, las librerías y los museos se llenaron de pueblo. Y ya nadie se asombra de que un obrero disfrute de un ballet clásico y una científica se despelote en un concierto de Van Van o la Charanga Habanera.

La cultura cubana es el ejemplo ideal para demostrar que la mayoría del pueblo quiere socialismo sin chabacanería. Cuántos de nosotros no nos vanagloriamos de nuestra revolución criolla, martiana y caribeña, sin dejar de reconocer la influencia, la utilidad y las huellas (las agradables y las nocivas) que dejaron en nosotros los televisores Krim, los autos Moskovich, los parlamentos de Hanka y Danka, los chistes incomprensibles del Payaso Ferdinando y la "caballerosidad proletaria". O la avalancha de mal gusto que viaja ahora mismo apretujada en muchísimas maletas de nuestros familiares mayameros. O los jeans con dragones dorados bordados en los bolsillos, que un comprador estatal (bien cheo él) se trae a nuestras tiendas desde el otro lado del mundo.
Alejandro, que no te quede duda: una cosa soñaron Marx y Lenin y otra resultó de las interpretaciones. Pongo un ejemplo: en los meses posteriores al triunfo de la revolución rusa, las corrientes vanguardistas eran vistas como un complemento natural para las políticas revolucionarias. En las artes visuales florecía el constructivismo y en poesía y música se elogiaban las formas no tradicionales y vanguardistas¼ Hasta que un día los burócratas ilustrados desenfundaron sus críticas: dijeron que estilos modernos como el impresionismo, el surrealismo, el dadaísmo y el cubismo estaban minados de principios subjetivistas, y esto último chocaba frontalmente con la aspiración objetiva del materialismo dialéctico. Y concluyeron: "es arte burgués".

Fue así como se corrieron las cortinas de la diversidad cultural y entró en escena el realismo socialista, que además de sus debilidades estéticas, solo consideraba relevantes los temas relacionados con la política y los trabajadores. La Unión Soviética exportó el realismo socialista a casi todos los demás estados socialistas, donde la doctrina fue cobrando vigencia con diversos grados de rigor¼ En el afán de describir la vida simple del pueblo (que tiene notorio exponente en la obra de Máximo Gorki), se encasillaron en una visión dogmática y excluyente, que dañó la misión de la cultura en el socialismo.

Existe el falso criterio —casi elevado a la categoría de justificación— de que los países pobres, subdesarrollados, no pueden darse el lujo de pensar en la estética, cuando lo urgente es alimentar, cobijar y vestir a la gente. Reconozco que una holgada situación económico-financiera facilita las cosas, pero al mismo tiempo me niego rotundamente a suscribir esa oda a la fatalidad. Mi abuela tenía una creencia que era ley familiar: "Pobres, pero dignos; remendados, pero limpios". La grandeza está en remontar esa cresta de dificultades y ser diferentes.

En un comentario anterior pregunté: "¿Y cuántos años más seguiremos esperando para que la excelencia que hemos logrado en la investigación, el deporte y la cultura, contagien a los constructores, los gastronómicos y todos los encargados de alegrar y no complicar la vida del pueblo?". Añado aquí otra interrogante: ¿Cómo fue que pudimos mantenernos a salvo de la contaminación antiestética que representó el realismo socialista y le opusimos un reconocido movimiento de diseño de carteles, un cine con alma propia y una canción protesta que saltó por encima de la censura burocrática, hasta convertirse en un monumento poético de la cultura cubana?

La respuesta, afortunadamente, no tenemos que salir a buscarla a ningún sitio. Cuba puede sentirse orgullosa de su cultura autóctona, de sus creaciones con cabeza propia, compromiso con la revolución y osadía para remontar el Gólgota de los burócratas, que para cada solución tienen un problema. Dialéctica, participación, autenticidad y originalidad criolla es el mejor antídoto para enfrentar la chapucería, la banalidad y la pereza. ¿Cuánto swing no hay en las letras de la Nueva Trova? ¿Quién dice que no hay swing en la pelota cubana o en la manera de correr de Dayron Robles? ¿Cómo ocultar el swing con que salen a escena los niños de La Colmenita? ¿Entonces, por qué vamos a negarle a Alejandro la posibilidad de ponerle más swing a nuestro socialismo?

Volviendo a la interrogante inicial que motivó este comentario, llamo la atención sobre algo que hemos descuidado en nuestro entorno. En su esencia, nadie lo cuestiona, el socialismo insular tiene un alma justa, solidaria y extraordinariamente humana. El problema no resuelto es el empaque. Y ese, no siempre depende de nuestra solvencia financiera. También nos rodean fantasmas subjetivos. Para ahuyentarlos, estamos a tiempo de colgar un cartel moral en cada sitio feo, deteriorado, olvidado y ruinoso de nuestro entorno: se buscan creatividad, soluciones, osadía, buenas ideas, laboriosidad, vergüenza, compromiso, y por qué no, mucho swing.

No hay comentarios.: