Pedro de la Hoz • La Habana
Un año atrás, por esta época, encontré a Ernesto Rancaño, en la Isla de la Juventud. La elevada temperatura ambiente y los rostros afables de los lugareños parecían desmentir la reciente tragedia, visible en las ruinosas casas y en la precaria distribución de energía eléctrica alternativa, puesto que no se había rehabilitado el servicio a toda la población. Gustav era un nombre maldito para los habitantes de la segunda Isla del archipiélago cubano. Con una fonética más cercana a los fastos de la realeza europea que a la destructiva faena que su paso dejó, un huracán así llamado partió en dos el territorio, pinero y echó por tierra prácticamente todo lo que había logrado construirse en largo tiempo.
¿Qué hacía allí Rancaño? ¿Qué razones lo habían motivado para abandonar la rutina del estudio enclavado en los altos del restaurante La Mina, en el centro de La Habana Vieja, y la posibilidad de seguir realizando comercialmente sus cotizadas creaciones pictóricas, muy solicitadas por el deslumbrante oficio de su dibujo y la especial sensibilidad poética de sus composiciones?
Pudiera resumirse en una sola y gran palabra: solidaridad. Su hermano de oficio, Alexis Leyva Machado, Kcho, había decidido compartir la suerte de sus coterráneos, mostrarles que el arte era tan necesario como las vigas, los bloques, el cemento, y las tejas acanaladas para volver a levantar lo que el viento se llevó, aunque también, por qué no, podía aportar trabajo físico en las tareas de reconstrucción. Y junto a Kcho, decenas de artistas dejaron sus hogares para acompañar a los pineros damnificados.
Así surgió la Brigada artística Martha Machado. Fue un homenaje individual del hijo pródigo hacia la madre, pero también el homenaje colectivo a lo que Martha significó para la comunidad. Los moradores de la Isla recuerdan a la ceramista y promotora cultural, a la mujer de temple que no se arredró ante nada, que hizo amar el arte a los niños y jóvenes, que hasta el último aliento animó una pasión auténticamente revolucionara. Y fue como si Martha estuviera allí nuevamente sin horas para el reposo.
Rancaño formó parte de esa tropa. Lo vi entre las columnas de polvo y el lodo de las recientes aguas con un plumón de tinta negra y una cámara fotográfica. Con el primero lo vi dibujar palmeras y colibríes en cartulinas y paredes, en camisetas y pedazos de tela, y cuando no había a tiro alguno de esos materiales, dibujó espaldas y brazos, rostros de niños y muchachas y manos de constructores. Con la cámara, a la par del diligente e inquieto Iván Soca, dejó testimonio de los trabajos y los días de la Brigada.
Un año después, una de aquellas imágenes ocupa el centro del cartel conmemorativo del primer aniversario de la Brigada Martha Machado. El cartel fue prácticamente arrebatado por quienes asistieron a la programación artístico-literaria que la Unión de Jóvenes Comunistas y el Instituto Cubano del Libro organizaron en la Avenida del Puerto habanera y sus áreas contiguas para poner fin a la temporada veraniega. Kcho volvió a ser el inspirador de la iniciativa que llegó a la Isla grande con la sobriedad que distingue el arte que encierra una vocación de servicio.
En la presentación del cartel fueron recordadas unas palabras que dijo Rancaño cuando se hallaba inmerso en los afanes de la recuperación posciclónica: “Hoy sé que el arte es útil; no es que lo crea; lo sé”.
http://www.lajiribilla.cu/2009/n434_08/434_15.html
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