Autor: José Manuel Villabella Fuente: CUBARTE 15 de Agosto 2009
Posiblemente en los primeros meses del año 1968 llega a Camagüey un joven delgado, que como única prenda de vestir traía pulóver blanco, ya que sustituía el equipaje con una guitarra. La terminal de trenes estaba atestada y el tren lechero del que bajó traía –como era de esperar--, más pasajeros que lo que admitía su capacidad. Llegaba sudoroso, maltrecho, con el pulóver adherido al torso por el sudor, pero sonriente. Parecía feliz.
En la estación del ferrocarril lo estaba esperando José Rodríguez Lastre, un joven escritor que prácticamente se estrenaba, era popular entre los amigos por el mote de “Nikitín”, porque cuentan, que el libro del politólogo soviético, muy popular en esos años, le servía como archivo para guardar entre sus páginas sus producciones dramáticas.
Contentos y eufóricos, ambos se montaron en una guagua, y como el joven no era ducho en trajinar por el laberíntico Camagüey, Nikitín, además de ser su anfitrión, le sirvió de cicerone. Se dirigieron a la cafetería “El Rincón”, en la calle de Lope Recio, esquina al Callejón Sin Salida –ya que el joven venía “partido del hambre y la sed”— y degustaron, apetitosamente, lo único que había en el menú: potaje de chicharos y tortilla.
Nikitín refiere que él hubiera querido que se alojara en algún hotel, pero Cultura no estuvo en disposición de gestionar habitación a un jovenzuelo de “dudoso linaje”, sin referencias artísticas connotadas, por eso se estableció en la casa de visita del organismo, conocida como Casa Colonial, por su indiscutible construcción del siglo XIX (en la actualidad ocupa el inmueble la Casa de Cultura Joaquín de Agüero), no tan incomoda pero si distante para las labores que venía a emprender el “forastero”.
Conocí al joven al día siguiente –laboraba como director artístico en el Conjunto Dramático de Camagüey--, fui presentado por el director general de la compañía, el argentino Pablo Verbitsky, retirado ya, pero residente entre nosotros en La Habana.
El joven se llamaba Silvio Rodríguez Domínguez, y venía para cumplir con la petición de algunas amistades, y musicalizar la obra, que próximamente se pondría en escena, El Cuadrilatero, precisamente de Nikitín.
Quizás la más influyente en esta petición a Silvio lo fue la coterránea, Emilita. Como ya es sabido, porque Silvio lo ha declarado en varias entrevistas, fue su primer amor. “Fue un amor que tuve cuando estuve en el ejército, haciendo mi servicio militar. La conocí cuando tenía 18 años, fue mi primer amor importante en el sentido que fue el primer amor que me enseñó cosas. Era una muchacha mucho más evolucionada que yo, mucho más inteligente, más culta”.
En las mañanas Silvio iba a la sala-teatro José Luis Tasende, a presenciar los ensayos, hablar con los actores y con el director Pedro Castro. Entre los que trabajaban en la obra, figuraban: Elvira Cruz, Néstor Rodríguez y Miraldo Medinilla (los tres ya retirados).
El Cuadrilátero se estrenó el 14 de septiembre de 1968, y después de mantenerse algún tiempo en cartelera se puso en escena en la sala Hubert de Blank, en La Habana, con gran éxito. Parece que es una de las obras musicales perdidas de Silvio. Aquí son escasos los recuerdos. Nikitín repasa, tarareando la música, y una estrofa que forma parte de Buenas mañanas tenga febrero, que figuraba en la obra con cuatro canciones más.
“Es una lástima, porque no conservo esas canciones”, me dijo Silvio en una ocasión que estuvo por Camagüey. Y cuando le pregunté la diferencia de aquel Silvio de 1968 y este me replicó:
Las diferencias son capitales entre aquel Silvio y este. Aquel se subió a un tren lleno, con escasa ropa, un calzoncillo en el bolsillo y la guitarra. Iba prácticamente en el techo de aquel repleto tren para cumplir con un amigo que me pidió le hiciera la música a su obra... Aquel Silvio no fue recibido por periodista alguno. Aquella fue una etapa hermosa en Camagüey. Compuse una canción dedicada a esta ciudad: “Camino Camagüey”. De aquí tengo recuerdos muy personales
Después de esa aventura no has incursionado más en el teatro. ¿Estarías dispuesto a hacerlo?
Siempre que me interese el tema y tenga tiempo, depende de la obra y de mi motivación. He hecho muchas cosas para la televisión. El problema es que en ocasiones no se acercan a mí y piensan que tengo mucho trabajo, y casi siempre es cierto, pero puede que no esté enfrascado en nada
Y sobre Camagüey. Otro recuerdo camagüeyano fue la canción “Al Mayor”.
Si. Fue para mí un gran esfuerzo. Me hicieron la petición y aquello no salía.. Luego me senté y brotó en diez minutos, tal como está. Pero es una melodía que ha sido cuestionada por mí, porque era una experiencia difícil, una deuda con El Mayor. Además, imagínate, fue la primera vez que canté delante de Fidel.
¿Cómo logras el equilibrio entre letra y música?
Es difícil. Mira, he pasado casi siempre de la música para escribir el texto. Algunas veces, por lo contrario, he tenido el texto y no encuentro la melodía. Pero casi siempre me dejo llevar por lo que sugiere la guitarra. No hay una norma.
Eso demuestra que es muy importante para ti la guitarra.
Es una compañera.
¿Crees es tu representación?
No lo creo. Yo utilizo la guitarra porque tengo ganas de hacerlo y así es como yo hago mis canciones para mí y luego le han gustado a la gente. ¿Hermoso, verdad? Es una deuda impagable. Siempre he laborado abordando mis gustos, ideas y principios.
Silvio, ¿qué es lo que más detestas?
Perder el tiempo.
http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/opinion.detalle.php?id=8490&tabla=entrevista&seccion=El%20Portal%20Cubarte%20Le%20Sugiere
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