viernes 31 de julio de 2009
Daniela Saidman (DIARIO DE GUAYANA)
Palpita su voz en el verso. Está aquí, aunque recién se haya ido. Está su pueblo y todos los pueblos en su palabra que canta el hambre y la desnuda, como desvistiendo a un cuerpo amado. Jorge Enrique Adoum (Ambato, Ecuador, 1926 – Quito, Ecuador, 2009) es uno de los tantos poetas y hombres imprescindibles de esta América nuestra, tan poco nuestra.
Él fue capaz de fracturar la belleza para nacerse en el compromiso, hermoso e íntegro, como deben ser los poetas. Humano en cada una de sus páginas nos legó la curiosidad y la valentía, lo cálido y la ira, la tormenta crecida en el dolor y en la injusticia. Está y estará, porque no debemos dejarlo ir, porque su poesía es el poema que sabe resistir y resistirse, amando el vuelo del hombre conmovido por los pies descalzos y sin escuelas, que andan sin más esperanza que la de hambrear los huesos. Porque su verso será siempre una trinchera, la muerte no podrá alcanzarlo.
“a contrapelo a contramano / contra la corriente / a contralluvia / a contracorazón y contraolvido / a contragolpe de lo sido / sobreviviendo a contracónyuge / a contradestino y contra los gobiernos / que son todo lo absurdo del destino” (fragmento de Pasadología)
La patria supo decirse en su voz. Con sus sombras y sus llantos Ecuador le brotó de las manos para anclarse en el papel y le creció en los poros. Apareció como si el llanto hubiera lavado las ganas y le sobraran las angustias, como si lo vivido hubiera sido poco, como si el dolor fuera el paso y el abrazo, el único destino...
“Es un país irreal limitado por sí mismo, / partido por una línea imaginaria / y no obstante cavada en el cemento al pie de la pirámide. / Si no, cómo podría la extranjera retratarse / perniabierta sobre mi patria como sobre un espejo,/ la línea justo bajo el sexo / y al reverso: “Greetings from la mitad del mundo”. / (Niños, grandes ojos rodeados / de esqueleto, y un niño que se llora / montañas de siglos tras un burro.) (Ecuador: la geografía)
Y su palabra fue también denuncia y su voz un rosario de penas. Pero ni toda la rabia ni toda la tragedia, pudieron impedir que la palabra justa, esa que sabe medir la vida, anidara en su obra. El pueblo, cal y canto de la tierra, encontró en sus decires a un hermano poeta, labrador de versos, hombre con la justa dimensión de los impuestos silencios que supo gritar las heridas, y diciéndolas, les puso nombre para saber llamarlas, para saber combatirlas.
“Patria, golpeada patria, establecida / desde el océano a las cosas: yo amé / tu forma muerta, la estatua errante / de tu polvareda, el cuenco de tu mano / terriblemente joven que nos toca. Y, de repente,/ el húmedo fondo de donde el campesino / levanta su mercado semanal, yo alzo / para ti la huella descalza de tus hijos, / la sandalia del inca, la pisada / del conquistador sobre el azufre. / Porque como un resucitado, lleno / de vegetales barbas y de tiempo, no soy / sino tu traje de piel y de palabras, sino / la fotografía del que cayó primero, amándote / como pudo, contra el metálico monje de las armaduras” (fragmento de Baraja de la Patria)
Jorge Enrique Adoum nacerá una y otra vez, en las lecturas de sus versos, en la conversa donde su nombre lo recuerde, en los mástiles sin escuelas, en los viejos descalzos, en la siembra y en la cosecha que se queda el usupador de la tierra, en la mujer que se enamora y desviste, y en el hombre que sueña con ella.
“Tal vez eras lo único que mordía / mi corazón, tu boca me recordó a deshora / la flor enterrada tantas veces. Por qué / debías rehacer su pétalo quebrado. / Por qué me diste lo que no podías / y el hueco de tu voz que me persigue / tal vez porque eras lo único que quise, ay / desolada retrasada, ay estrella mal llegada / a condecorar mi obligatoria oscuridad”. (fragmento de Pasillo)
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