viernes 24 de julio de 2009
Marcos Winocur (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
"Paren al mundo, me quiero bajar", bien pudiera ser el reclamo de Mafalda, el muñequito de Quino, reflejando ese querer huir de nuestras sociedades urbanas. Entre el stress y la contaminación, el ansia de ir siempre más rápido y el miedo a que una bomba nos adelante la hora, tratamos de comprender algo, y preguntamos. Y es cuando el pecado resulta no la falta sino el exceso: un alud de información nos cae encima, sin que estén depurados criterios confiables para su procesamiento. Esto toca en particular a los científicos, quienes tienen puestas las botas de las siete leguas.
Un ejemplo. Uno de los articulistas del Newsweek entrevista a astrobiólogos de la NASA, quienes confiesan que hoy se replantea -casi nada- el concepto de vida. Jerry Soffen, director del departamento de investigaciones, dice: "Cuando fuimos a la escuela, la vida tenía piernas y alas, y era verde o algo así. Ahora la hallamos en aberturas termales de 120 grados centígrados bajo el mar y en el hielo glacial. Pensábamos saber lo que es la vida, pero ya no".
Y el microbiólogo Nealson, también de la NASA, advierte: "El verdadero desastre sería encontrar vida y no reconocerla". Se refiere tanto a nuestro planeta como fuera de él.
Por otro lado, es sabido, estar al tanto de los avances en una determinada disciplina o por lo menos en un tema, nos lleva insensiblemente a descuidar al pensamiento reflexivo, el alud de información no nos da cuartel. Existe hoy una fractura entre una empiria difícil de gobernar y una teoría que no alcanza a formularse, como dan cuenta los científicos citados.
Desde luego, no se trata de entonar una letanía. El "exceso" de información es riqueza, cuyo disfrute pleno sólo se pospone. Y el mundo revuelto que nos perturba, entenderlo como transición traumática y necesaria para acceder a una nueva sociedad estable. El tiempo lo dirá. Mientras tanto, todos, el científico también, nos damos con la incertidumbre, donde las preguntas no faltan y urgen las respuestas. Pero no es fácil ncontrarlas. El desarrollo industrial nos ha traído la contaminación, las armas de destrucción masiva, el crimen ecológico. ¿Votamos entonces contra el progreso? El Primer Mundo se construye sobre la marginación del Tercer Mundo ¿aceptamos entonces sin titubeos la excelencia científica que proviene de aquél? Sin atinar a dar respuestas, encendemos la televisión para bajar las tensiones, para acallar un rato el hervidero que son nuestras cabezas y ¿con qué nos damos? Con la esquizofrenia: vistosos anuncios de las tabacaleras impulsándonos a fumar, es su negocio; y por el otro lado las tabacaleras son obligadas a colocar al pie de la pantalla (y en cada cajetilla que venden) una leyenda que nos promete un buen cáncer de pulmón. ¿Qué se vale? ¿El anuncio o el contranuncio contenido en el mismo anuncio?
Y así de seguido. ¿El libro o el disco compacto? ¿Ambos? ¿El cuento que mi papá me leía antes de dormirme o los filmes donde los "malos" son legitimados? ¿El inocente Mickey o el perverso Burt Simpson? ¿La coca light, el café descafeinado, el pan sin colesterol y la leche descremada, o bien la coca tradicional, el café de siempre, el pan bolillo y la leche entera?
Y así, puede que un día, desbordados por la información incontrolable, prisioneros de la ambivalencia, pidamos "paren al mundo, nos queremos bajar". Expresión que, por lo demás y a pesar de su aire mafaldesco, no pertenece a la pluma de Quino, él lo ha desmentido. Ya ven, ni de eso podíamos estar seguros.
Marcos Winocur es argentino residente en México.
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