viernes 24 de julio de 2009
Daniela Saidman (Diario de Guayana, Venezuela. Colaboración para ARGENPRESS CULTURAL)
Los sentires de una mujer de hondos pasos se asientan en el papel. Con ella y a través de ella es posible saber de las oquedades y las cimas, de la risa y el miedo, del abrazo y la rabia. Poeta de las aguas, del río Padre, del río marrón, Luz Machado (Ciudad Bolívar , 1916 - Caracas, 1999 ) fue una poeta incansable, fecunda, viva, que nos legó el crepitar de las noches que alumbran, y encendiendo nos encienden. Su palabra certera, franca, húmeda supo decir su mundo, el nuestro, por eso tal vez la vigencia de su obra, que está cargada del sentir de una mujer que pronunciando el verdor de una Guayana, mineral y contradictoria, es la Venezuela que habremos de nacer.
En Retratos y Tormentas, publicado en 1973, por Monte Ávila Editores, en la colección Altazor, Luz Machado devela sus soledades, sus ganas, sus ritos, sus dudas... espejo de sus andares, sus cumbres y hondonadas las páginas de este libro dan la dimensión de una de las escritoras venezolanas de más altos vuelos.
“Alguien nos echa de pronto en la desesperación, como a la huesa. Y decimos que son malos porque nos entierran vivos. (...) Pero otro día, alguien nos invita al reinado del amor y la paz. Y sonreímos imaginándonos liberados, rescatados al sol, al viento, a la noche, al tiempo. Y olvidamos. O perdonamos. Sólo por esto”. (fragmento)
Como caleidoscopio de la vida vivida, de la infancia irremediablemente ida, las imágenes y los olores de la niñez habitan las palabras de Luz, quien hace de ellas un papel que sabe contar y cantar los olores, colores y sabores del tiempo que por alguna razón, sigue intacto en estas tierras bañadas de aguas.
“Querría un pañuelo de Madrás, de aquellos que conocí arrollados alrededor de las cabezas de las culisas, cuando fue mi infancia. (...) Lo usaría con mis pulseras de plata guardadas de aquel viaje. Y quizá algún día andaría de vuelta la calle que pasaba por mi casa hacia la Escuela, el Río, la Catedral, la Plaza, hacia los morichales. Y sería como devolverme la vida a través de más de cuarenta ladrones y a través de más de mil y una noches”. (fragmento)
Luz narró haciendo poema la vida y la vida la hizo poema, mientras su palabra sigue diciendo el retazo de aromas que dejó el Orinoco, estos Retratos y Tormentos se leen como si estuvieran recién hechos, tienen aún el olor del pan recién horneado y de la boca del crío recién amamantado, así de tierno y de dulce. Cada gesto se dibuja en las páginas donde la muerte asalta como augurio y amenaza, como chubasco y nubes, tormenta y siembra.
“La muerte es insaciable. / Abre en cualquier momento su almacén de agonías / sin horarios ni precios / pero bien caros muertos”. (Con orla negra)
Y su palabra también se duele en las cotidianidades. Su sangre y la savia vegetal se funden y cantan con el mismo ritmo. Luz de agua y a través de ella. Valiente en las soledades, fue capaz de tomar entre sus brazos la angustia y hacerla canción, para arrullarnos el sueño y dejarnos llevar mecidos por el recuerdo de un paseo por el malecón a orillas del río.
“Pero rompió los muros a raizazos y hube de aceptar su muerte y esta horrible memoria del muñón hirviente de savia, brillando rubio, bajo, el primer sol de la mañana, como un puño enguantado en oro de protesta”.
Y aparece, ella y sus sombras y sus soles, germina del papel y lo desborda, dice presente y sigue viviendo, vive mientras nos deja su ausencia. Vuelve, pero se va, pero se fue. Luz, como el sol alumbra cuando las manos la toman en un libro de años que tienen el recuerdo de otros tactos y otros sueños, que ella seguramente también supo vivir.
“De esta casa no habría querido salir para seguir viviendo en otra casa. Sin embargo, la familia, crecida, abrió sus propias puertas a la vida. Mientras yo voy cerrando y dejando vacías las habitaciones donde me esparzo como una sombra, palpitando”.
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