Los golpistas han cometido dos errores mortales y, en su ignorancia, están reeditando la amarga historia del coronel Alberto Natusch, que hace 30 años hizo lo mismo en Bolivia y sólo duro 15 días en el cargo.
Si los militares hondureños hubiesen conocido algo de la historia latinoamericana y, en especial de Bolivia, país con gran experiencia en golpes y asonadas gestadas en los cuarteles contra la democracia y el pueblo, no se hubieran lanzado a la suicida aventura del pasado domingo.
Los golpistas han cometido dos errores mortales, sin remedio ni excusa: primero, no cuentan con el aval directo de la Embajada de Estados Unidos y están totalmente aislados y acorralados internacionalmente; segundo, no han podido, a pesar de la represión, impedir ni frenar la masiva repulsa popular en las calles y no tienen ningún apoyo interno.
Hace 30 años, en Bolivia, en noviembre de 1979, ocurrió algo muy similar. Los militares derrocaron al gobierno legalmente constituido, pero con contaron con el apoyo directo de los gringos y fueron aislados de inmediato.
En lo interno, los militares lanzaron los tanques a la calle y sembraron metralla y muerte: casi 500 muertos y heridos, pero no doblegaron la movilización popular y los golpistas se hundieron y tiraron las armas, las balas ya no servían. Esa sangrienta dictadura boliviana, dirigida por el coronel Alberto Natusch Busch duró solo 15 días.
Algo similar está ocurriendo 30 años después en Honduras.
En pocas horas, los golpistas hondureños han cosechado un impresionante repudio externo, desde Mister Obama y Miss Clinton hasta el octogenario Fidel y Hugo Chávez. La Organización de Estados Americanos (OEA) ya les ha dado la espalda y los países del ALBA han retirado sus embajadores. Todos piden la vuelta del único presidente reconocido de Honduras, Manuel Zelaya.
“Ese golpe es una aventura”, dice con precisión Evo Morales, el presidente de Bolivia.
"Apoyamos al pueblo de Honduras para que resista este momento en defensa de su democracia y su derecho a participar y decidir soberanamente en la construcción de un mejor futuro para su país", dice el comunicado del gobierno boliviano que, seguro del desenlace, convoca a la comunidad internacional a tomar las acciones necesarias destinadas a identificar y sancionar drásticamente a los responsables "de esta criminal aventura golpista".
Los militares golpistas están desesperados e intentan, con el toque de queda, frenar la huelga general y la movilización popular, encarcelar a los activistas y dirigentes leales a Zelaya y buscar algo de apoyo popular que no encuentran por ningún lado.
La represión, por ahora de guante blanco, no alcanza a frenar la creciente protesta popular, y por ello, en su ya absoluta orfandad, los militares también alistan la represión dura, la bala y la metralla contra el pueblo, lo que no hará otra cosa que acelerar su inminente caída, que es cuestión de días o semanas, a lo mucho.
En los hechos, el impopular golpe militar en Honduras ya está desahuciado porque ha cometido dos errores mortales: no cuenta con aval externo y no tiene el poder de la calle.
Por ello, la clase obrera boliviana, curtida en estas lides, ya vislumbra una salida en favor de los oprimidos. “Este golpe de Estado abre las posibilidades de una radicalización de los sectores populares, rompe la unidad de la clase burguesa, dividida entre quienes apoyan al gobierno de Manuel Zelaya o a los partidarios del Presidente del Congreso.
Es el inicio de una crisis “institucional”, de una “crisis estatal” y la posibilidad de derrotar con la movilización obrero popular este golpe, y así dar una nuevo revés a los intereses foráneos que explotan nuestras riquezas naturales (en Honduras como en Bolivia y otros países), preparando así una profundización del proceso revolucionario que vive nuestro continente, el eslabón más débil de la explotación imperialista”, dice la Confederación de Trabajadores Fabriles de Bolivia.
La Confederación boliviana “llama a los trabajadores de Latinoamérica a rechazar al gobierno golpista y brindar toda la solidaridad moral y material a los trabajadores hondureños que desde hoy 29 de junio han lanzado la convocatoria a derrotar este golpe con la movilización y la huelga general. Con los golpistas no se negocia”
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Honduras y los dos bandos: La oligarquía y el pueblo
Por Wilkie Delgado Correa
Estamos viviendo días aciagos en América Latina tras el golpe de estado en Honduras. Se ha develado, una vez más, y cuando parecía que no volvería a resurgir, el fantasma del zarpazo de la oligarquía, que disfrazada entre las bambalinas de la política, nunca ha creído ni practicado la verdadera democracia.
Ya se sabe que todos los componentes de la misma, grupos políticos inveterados, apapipios de la cúpula militar, clase ricachona voraz y egoísta, clero reaccionario y parásito, no creen más que en sus propios intereses y en el modelo de dictadura política que han mantenido vigente desde la fundación de nuestras repúblicas.
Por eso, cuando se les escapa de las manos el poder, y el presidente ni se somete ni se vende, y el pueblo ocupa su verdadero lugar, como le corresponde en un régimen democrático, empiezan a tramar sus traiciones apelando a cuantos resortes espurios crean que pueden facilitarles recuperar el terreno perdido.
He ahí en Honduras los dos bandos de la vida política de nuestros pueblos. Decía Martí que “los hombres van en dos bandos: los que aman y construyen y los que odian y destruyen”. Quienes han visto las imágenes de los acontecimientos en Honduras los puede reconocer fácilmente. La oligarquía, escondida tras las bayonetas, pretende imponerse por la fuerza bruta, cuando no lo puede alcanzar por el engaño al pueblo.
Así se ha mostrado la oligarquía hondureña: confabulada toda la clase política, empresarial, judicial, militar y clerical, inventando subterfugios y falsedades para defender a ultranza sus intereses egoístas y reaccionarios; dispuesta a quebrantar cuantos principios nacionales e internacionales se interpongan a sus intenciones ambiciosas de poder y explotación; desconocedora e insensible a los verdaderos sentimientos y aspiraciones del pueblo, de los sectores mayoritarios y necesitados del país.
Brutal a la hora de actuar, con falta de respeto a la Constitución, a las leyes, a los principios, a las formalidades y esencias de la actuación gubernamental, y desplegando las fuerzas represivas de las botas castrenses; ausencia total de ética, capaces de mentir en todos los terrenos, incluso en forma burda y tonta, como fue presentar una carta apócrifa de la supuesta renuncia del Presidente Zelaya.
¡Qué clase de payazos serían, si no fueran además unos traidores y criminales, a los cuales no se les puede reír la ridiculez, y sí castigar ejemplarmente!
La historia de esta clase engreída y fatalmente peligrosa, viene de siglos, y allí existe una mezcolanza de intereses creados entre la burguesía nacional y extranjera. Hace 105 años, el ojo avizor de José Martí, nos la pintaba de esta forma, comentando la realidad de Honduras:
“De tiempo atrás venía apenando a los observadores americanos la imprudente facilidad con que Honduras y por sinrazón visible más confiada en los extraños que en los propios, se abrió a la gente rubia que con la fama de progreso le iba del Norte a obtener allí, a todo por nada, las empresas pingües que en su tierra les escasean o se les cierra. (…), pero con el pretexto del trabajo, y la simpatía del americanismo, no han de venir a sentársenos sobre la tierra, sin dinero en la bolsa ni amistad en el corazón, los buscavidas y los ladrones”.
En estos momentos los golpistas están acorralados internacionalmente. Se ha visto un rechazo como nunca antes, y las medidas concretas deben hacer colapsar prontamente a la levantisca actitud traicionera de los militares y políticos reaccionarios.
Hoy la lucha continúa a nivel internacional. Dentro de Honduras debe continuar el enfrentamiento del pueblo contra esa oligarquía rapaz. Zelaya regresará a su país, y esperamos que la marcha democrática de la política hondureña continúe su curso.
Lo que mañana ocurra en Honduras debe servir para que nunca más las botas militares pretendan ahogan las ansias de justicia de nuestros pueblos. Hay que sepultar definitivamente a las tiranías y a las oligarquías capaces de ejercerlas.
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