Las verdaderas revoluciones sociales no son hechos aislados, cambios políticos locales ni fenómenos puntuales, sino procesos históricos ligados al desarrollo de los modos de producción. Mediante esos cambios la humanidad transita de una formación económica y social a otra más avanzada. Naturalmente, tales mutaciones se inician y se expresan en países y regiones concretos, en circunstancias específicas y son conducidas por líderes y organizaciones propias.
Hay cambios derivados de sucesos políticos, como por ejemplo las guerras que, al no determinar el transito de un modo de producción a otro no significan que la desintegración de algún imperio o la derrota de un país hegemónico, abra inmediatamente una era de prosperidad de los territorios o países sobre los que había ejercido control o influencia.
Aunque obtuvieron ciertas cuotas de libertad, a la caída de Roma los países sojuzgados por ella no entraron en una época de bonanza ni de progreso acelerado, tampoco ocurrió así con las excolonias de España, Francia y Gran Bretaña, tampoco en las posiciones del derrotado imperio otomano ni en los pueblos sojuzgados por el III Reich.
Lo que en la actualidad puede estar ocurriendo en los Estados Unidos es que por una combinación de defectos de génesis, mala administración doméstica de sus gobiernos, un estilo de vida basado en políticas económicas erradas y un desempeño exterior imperialista insostenible, la perspectiva de una catástrofe económica y social con inevitables repercusiones políticas y de seguridad, ha comenzado a ser considerada probable.
Es desacertado suponer que las élites norteamericanas ignoran aquello que los demás perciben con toda claridad: el petróleo se termina, el planeta puede colapsar por el cambio climático y otros problemas ecológicos, el orden económico mundial es una aberración insostenible, los sistemas financieros y mundiales son obsoletos y las tres cuartas partes de la humanidad que viven en el Tercer Mundo no soportan más la situación a que el imperialismo las condena.
Es probable que ahora, no sólo los antiimperialistas, los adversarios políticos, los críticos y los enemigos de los Estados Unidos, sino también sus élites de poder, sus gobernantes, sus sabios y sus analistas, si bien no dramatizan tales peligros, los perciben, se alertan y se aprestan para conjurarlos. La opción hacía el cambio puede no ser una brillante iniciativa personal de Barack Obama, sino una agenda promovida desde arriba por el establishment.
El primer cambio ya adoptado ha sido la movilización, no sólo de la maquinaria política, sino de la sociedad para deshacerse de la camarilla neoconservadora que encabezadas por Reagan y Bush monopolizaron el poder durante 20 de los últimos 30 años. Como para subrayar la hondura de esa determinación, se ha elegido al primer presidente negro, que protagoniza la ruptura de la modorra política norteamericana y que pudiera ser el cambio político interno más trascendental en toda su historia y el único presentado como un movimiento de abajo hacía arriba.
La energía, la precisión y la determinación con que el presidente electo ha comenzado su andadura, alimenta la idea de que no se trata sólo de un líder con un estilo reformista, sino de un cuadro del sistema identificado con una misión.
Sería incorrecto suponer que tales procesos son resultado exclusivamente de acciones concertadas o de conspiraciones de unos círculos de poder contra otros, ni de la vigencia de ningunas leyes objetivas que gobiernen los procesos históricos.
Se trata en realidad de una mezcla de todo eso y de una suma de fuerzas y circunstancias, de procesos que ocurren a escala de toda una época histórica, se desenvuelven en grandes períodos de tiempo, afectan al conjunto de la formación social y no son sensorialmente visibles.
En todo ello está presente la aparente espontaneidad característica del automovimiento social, una cierta cantidad de voluntad política y un liderazgo con calidad, capacidad de convocatoria y competencia para la tarea.
Al margen de la coyuntura y de las anécdotas asociadas con ella, que son excelentes componentes del análisis, la situación mundial contemporánea, incluyendo el papel que en ellas desempeñan Estados Unidos y el imperialismo, sólo puede ser comprendida a la luz de la sociología cientifica que no excluye la política y la ideología aunque las trasciende. El tema da para más. Quedo en deuda.
Jorge Gomez Barata
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