La interrogante del momento no es si Barack Obama modificará la política norteamericana hacía América Latina, sino a qué ritmo lo hará y cuales serán los perfiles. No hay opción: Estados Unidos cambia respecto a América Latina o América Latina cambia respecto a Estados Unidos.
En esa ecuación donde, desde una óptica pragmática, los pasos deberían ser previsibles, Cuba es el fiel de la balanza; no porque sea un país importante, peligroso o de un significado geopolítico singular, sino porque es como una pauta, una asignatura pendiente y un asunto que el tiempo, la ineptitud y la mala fe han convertido en lastre.
A lo largo de cincuenta años, para diez presidentes: Eisenhower, JFK, Jhonson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush, Clinton y Bush, seis del partido Republicano y cuatro del Demócrata que, con sus respectivas reelecciones llegan a 15 administraciones, la Isla fue una suma de oportunidades perdidas, convertida ahora en una especie de marcador.
Aquello que la administración de Obama haga o eluda respecto a Cuba será un indicador no sólo de dirección sino de voluntad política.
En el mismo período histórico en que se empecinó en una política de hostilidad y sin resultados positivos hacía Cuba, Estados Unidos suprimió la segregación racial, libró la guerra en Vietnam y disfrutó de la paz en Indochina, se entendió con China, acordó con la Unión Soviética tratados para limitar los arsenales nucleares, vio surgir la perestroika y se aprovechó de ella para precipitar la desaparición del único adversario capaz de confrontarlo en el terreno militar, invadió dos veces a Irak y se enfrascó en la guerra contra el terrorismo.
Resolver el diferendo con Cuba hubiera sido tan edificante como cualquiera otro problema internacional y tal vez más sencillo.
No ocurrió así por una conjunción de factores históricos y coyunturales. A diferencia de lo que muchos creen, el diferendo entre Cuba y Estados Unidos no se originó con la Revolución, sino que data del siglo XVIII y, por aludir a una confrontación entre la Nación cubana y el imperialismo norteamericano, desde el punto de vista de de Cuba, es de carácter nacional.
El añejo interés norteamericano por Cuba, es de naturaleza geopolítica y se relaciona con la expansión territorial de los Estados Unidos que llevó al país de los 13 estados originales con algo más de 2 millones de Km.² a los 50 actuales con más de 9 millones de Km.² De modo reiterado los patriotas cubanos del siglo XIX, especialmente José Martí, advirtieron de los peligros que para la independencia de Cuba representaban tales pretensiones.
Las peores aprensiones se justificaron cuando en 1898, luego de derrotar a España, Estados Unidos ocupó militarmente a Cuba y mediante la Enmienda Platt, un apéndice constitucional aprobado en el Congreso norteamericano e impuesto a los patriotas cubanos, convirtió a la Isla en un protectorado.
Cuando aquellos desmanes imperiales ocurrían, faltaban 28 años para que naciera Fidel Castro que, en 1934 cuando la humillante cláusula fue abolida, contaba con ocho años. Obviamente ni Fidel ni la Revolución, sino Estados Unidos son responsables por el origen de un conflicto que ha sesgado la historia de Cuba.
A menos de 150 Km. de los Estados Unidos, convertida en una factoría norteamericana, base de una poderosa industria azucarera capaz de abastecer el mercado norteamericano, incluso durante las épocas de gran demanda fueron las guerras mundiales, la Isla cuya posición estratégica se revaluó con la II Guerra Mundial y la Guerra Fría, se convirtió en una virtual propiedad norteamericana.
Se cuenta que entonces y todavía muchos norteamericanos creen que Cuba era parte de Estados Unidos y perciben a Fidel Castro como a un separatista.
A la sombra de la dependencia política y de la masiva penetración del capital norteamericano se desarrolló una oligarquía criolla ligada a la producción azucarera, el tabaco y la ganadería, una burguesía nativa y una amplia clase media formada por individuos dedicados a profesiones liberales, que en conjunto, constituyeron las elites de poder de orientación esencialmente pronorteamericana.
No obstante, de entre aquellas élites surgieron sectores intelectuales, lideres obreros y figuras políticas que desde diferentes ópticas y grados de radicalismo, se sumaron a las vanguardias, participaron en las luchas por la independencia nacional, se orientaron al antiimperialismo, fomentaron corrientes nacionalistas y socialistas, participaron en las luchas políticas y se sumaron a las fuerzas que lideradas por Fidel Castro libraron la guerra revolucionaria que en 1959 condujo al fin de la tiranía de Batista y al inicio de una nueva etapa en la historia de Cuba.
La determinación con que la Revolución reivindicó la soberanía nacional, abordó el rescate de las riquezas nacionales y emprendió profundas transformaciones estructurales y medidas de beneficio popular, en primer lugar la reforma agraria y la nacionalización de algunas industrias y servicios públicos, enconó el añejo conflicto que provocó una agresiva reacción del imperialismo norteamericano.
En aquel momento el diferendo entre Cuba y Estados Unidos iniciado mucho tiempo antes y por razones que nada tienen que ver con la revolución, el socialismo ni la Guerra Fría, entró en una nueva etapa y asumió una nueva dimensión. De ello les contaré, para comprender mejor el alcance de la tarea planteada ante una administración que ha dicho estar comprometida con el cambio y a la que sólo le resta probarlo. ¡Casi nada!
Jorge Gömez Barata
En esa ecuación donde, desde una óptica pragmática, los pasos deberían ser previsibles, Cuba es el fiel de la balanza; no porque sea un país importante, peligroso o de un significado geopolítico singular, sino porque es como una pauta, una asignatura pendiente y un asunto que el tiempo, la ineptitud y la mala fe han convertido en lastre.
A lo largo de cincuenta años, para diez presidentes: Eisenhower, JFK, Jhonson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush, Clinton y Bush, seis del partido Republicano y cuatro del Demócrata que, con sus respectivas reelecciones llegan a 15 administraciones, la Isla fue una suma de oportunidades perdidas, convertida ahora en una especie de marcador.
Aquello que la administración de Obama haga o eluda respecto a Cuba será un indicador no sólo de dirección sino de voluntad política.
En el mismo período histórico en que se empecinó en una política de hostilidad y sin resultados positivos hacía Cuba, Estados Unidos suprimió la segregación racial, libró la guerra en Vietnam y disfrutó de la paz en Indochina, se entendió con China, acordó con la Unión Soviética tratados para limitar los arsenales nucleares, vio surgir la perestroika y se aprovechó de ella para precipitar la desaparición del único adversario capaz de confrontarlo en el terreno militar, invadió dos veces a Irak y se enfrascó en la guerra contra el terrorismo.
Resolver el diferendo con Cuba hubiera sido tan edificante como cualquiera otro problema internacional y tal vez más sencillo.
No ocurrió así por una conjunción de factores históricos y coyunturales. A diferencia de lo que muchos creen, el diferendo entre Cuba y Estados Unidos no se originó con la Revolución, sino que data del siglo XVIII y, por aludir a una confrontación entre la Nación cubana y el imperialismo norteamericano, desde el punto de vista de de Cuba, es de carácter nacional.
El añejo interés norteamericano por Cuba, es de naturaleza geopolítica y se relaciona con la expansión territorial de los Estados Unidos que llevó al país de los 13 estados originales con algo más de 2 millones de Km.² a los 50 actuales con más de 9 millones de Km.² De modo reiterado los patriotas cubanos del siglo XIX, especialmente José Martí, advirtieron de los peligros que para la independencia de Cuba representaban tales pretensiones.
Las peores aprensiones se justificaron cuando en 1898, luego de derrotar a España, Estados Unidos ocupó militarmente a Cuba y mediante la Enmienda Platt, un apéndice constitucional aprobado en el Congreso norteamericano e impuesto a los patriotas cubanos, convirtió a la Isla en un protectorado.
Cuando aquellos desmanes imperiales ocurrían, faltaban 28 años para que naciera Fidel Castro que, en 1934 cuando la humillante cláusula fue abolida, contaba con ocho años. Obviamente ni Fidel ni la Revolución, sino Estados Unidos son responsables por el origen de un conflicto que ha sesgado la historia de Cuba.
A menos de 150 Km. de los Estados Unidos, convertida en una factoría norteamericana, base de una poderosa industria azucarera capaz de abastecer el mercado norteamericano, incluso durante las épocas de gran demanda fueron las guerras mundiales, la Isla cuya posición estratégica se revaluó con la II Guerra Mundial y la Guerra Fría, se convirtió en una virtual propiedad norteamericana.
Se cuenta que entonces y todavía muchos norteamericanos creen que Cuba era parte de Estados Unidos y perciben a Fidel Castro como a un separatista.
A la sombra de la dependencia política y de la masiva penetración del capital norteamericano se desarrolló una oligarquía criolla ligada a la producción azucarera, el tabaco y la ganadería, una burguesía nativa y una amplia clase media formada por individuos dedicados a profesiones liberales, que en conjunto, constituyeron las elites de poder de orientación esencialmente pronorteamericana.
No obstante, de entre aquellas élites surgieron sectores intelectuales, lideres obreros y figuras políticas que desde diferentes ópticas y grados de radicalismo, se sumaron a las vanguardias, participaron en las luchas por la independencia nacional, se orientaron al antiimperialismo, fomentaron corrientes nacionalistas y socialistas, participaron en las luchas políticas y se sumaron a las fuerzas que lideradas por Fidel Castro libraron la guerra revolucionaria que en 1959 condujo al fin de la tiranía de Batista y al inicio de una nueva etapa en la historia de Cuba.
La determinación con que la Revolución reivindicó la soberanía nacional, abordó el rescate de las riquezas nacionales y emprendió profundas transformaciones estructurales y medidas de beneficio popular, en primer lugar la reforma agraria y la nacionalización de algunas industrias y servicios públicos, enconó el añejo conflicto que provocó una agresiva reacción del imperialismo norteamericano.
En aquel momento el diferendo entre Cuba y Estados Unidos iniciado mucho tiempo antes y por razones que nada tienen que ver con la revolución, el socialismo ni la Guerra Fría, entró en una nueva etapa y asumió una nueva dimensión. De ello les contaré, para comprender mejor el alcance de la tarea planteada ante una administración que ha dicho estar comprometida con el cambio y a la que sólo le resta probarlo. ¡Casi nada!
Jorge Gömez Barata
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