Esclavos
Seis amigos,
cuatro mujeres
y dos varones
trabajan en las filas
del ejército industrial
del siglo veinte.
Torturados por el cansancio
exprimidos
hasta la última gota de energía
al borde de la languidez,
con anhelos
y con hambre,
los obreros
viven la desnudez
del sufrimiento
de su explotación.
En la línea productiva,
el capataz se acerca,
“quince minutos para comer,
el que tarde un minuto más
será castigado”.
Los seis obreros
tienen un instante para descansar,
los alimentos llevados de su casa
se los llevan a la boca
y el bocado aun lo sienten en el cogote
cuando ya deben volver a trabajar.
Tras el torturador timbre,
vuelven a la línea productiva
y el capataz amenaza,
“el obrero que no cumpla
Con las seis mil piezas por hora,
su salario será descontado”,
dice el capataz genuinamente enojado.
_ “Sorenson”,
le hablan dos obreros,
el capataz voltea,
_ Saima perdió dos dedos,
el capataz sonríe
_ “Ni modo”, todo mundo a producir
grita despreocupado.
Saima,
Una de las cuatro mujeres,
se va,
ya no será más obrera
del ejército industrial,
pero la automotriz,
no la indemnizará
pues,
treinta días antes del accidente
en un papel de renuncia
su firma ya está.
El capataz, hace su trabajo,
espolea a los obreros
hasta la última gota de energía
los humilla,
les descuenta una hora
si llegan cinco minutos tarde,
les descuenta si no cumplen la cuota
y los despide,
sin motivo y sin finiquito.
Sorenson
quiso ser capataz
y ama su trabajo
presionar a los esclavos
para que produzcan
cada minuto sin descanso.
De los seis amigos
ahora solo son cinco,
tres mujeres
y dos varones,
que regresan a su casa,
se suben al tranvía
extenuados
hasta la última gota de energía
sin ánimo de hacer ninguna otra cosa,
sus ilusiones moribundas
se ahogan en sus ansias de libertad.
Lucía Damián
Seis amigos,
cuatro mujeres
y dos varones
trabajan en las filas
del ejército industrial
del siglo veinte.
Torturados por el cansancio
exprimidos
hasta la última gota de energía
al borde de la languidez,
con anhelos
y con hambre,
los obreros
viven la desnudez
del sufrimiento
de su explotación.
En la línea productiva,
el capataz se acerca,
“quince minutos para comer,
el que tarde un minuto más
será castigado”.
Los seis obreros
tienen un instante para descansar,
los alimentos llevados de su casa
se los llevan a la boca
y el bocado aun lo sienten en el cogote
cuando ya deben volver a trabajar.
Tras el torturador timbre,
vuelven a la línea productiva
y el capataz amenaza,
“el obrero que no cumpla
Con las seis mil piezas por hora,
su salario será descontado”,
dice el capataz genuinamente enojado.
_ “Sorenson”,
le hablan dos obreros,
el capataz voltea,
_ Saima perdió dos dedos,
el capataz sonríe
_ “Ni modo”, todo mundo a producir
grita despreocupado.
Saima,
Una de las cuatro mujeres,
se va,
ya no será más obrera
del ejército industrial,
pero la automotriz,
no la indemnizará
pues,
treinta días antes del accidente
en un papel de renuncia
su firma ya está.
El capataz, hace su trabajo,
espolea a los obreros
hasta la última gota de energía
los humilla,
les descuenta una hora
si llegan cinco minutos tarde,
les descuenta si no cumplen la cuota
y los despide,
sin motivo y sin finiquito.
Sorenson
quiso ser capataz
y ama su trabajo
presionar a los esclavos
para que produzcan
cada minuto sin descanso.
De los seis amigos
ahora solo son cinco,
tres mujeres
y dos varones,
que regresan a su casa,
se suben al tranvía
extenuados
hasta la última gota de energía
sin ánimo de hacer ninguna otra cosa,
sus ilusiones moribundas
se ahogan en sus ansias de libertad.
Lucía Damián
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