Carlos del Frade (ACTA)
El actual modelo político económico impuesto en la Argentina está basado en la explotación de los recursos naturales, la extranjerización de las riquezas y la precarización laboral. A noventa años de las huelgas de La Forestal y la Patagonia, tanto en el norte santafesino como en las provincias del sur, la lógica parece repetirse.
Donde los trabajadores, una vez más, son protagonistas a la hora de construir un mañana mejor.
Pero, a diferencia de los quieren democratizar la resignación, también reaparece la resistencia, la dignidad y la memoria. Y otra postal para analizar en esta secuencia de luchas es lo sucedido en Andalgalá, en la provincia de Catamarca, donde el pueblo votó en contra de sus patrones y le dio cauce electoral a la experiencia social de una asamblea parida a principios de 2010.
Villa Ocampo, departamento General Obligado. Llamado así en homenaje del militar que exterminó a los últimos vestigios de los pueblos rebeldes originarios.
A fines del siglo diecinueve, esos mismos lugares dieron origen al latifundio de La Forestal. Desde 1880 a 1964. Fue allí donde comenzó el progreso en la provincia.
En los pueblos diagramados por los ingleses, los contratistas y el personal administrativo de la empresa dedicada a la explotación intensiva del quebracho y la exportación del tanino conocieron la electricidad, el agua potable y los clubes antes que en cualquier otra región del territorio santafesino.
Con el saqueo del oro colorado, llegó también la explotación de los hacheros y sus familias.
Cuando terminó el proceso de devastación, empezó el exilio de la gente, especialmente de los varones.
La tierra quedó yerma y los pueblos devinieron en colosales habitáculos de espectros.
Surgieron nuevos señores feudales por detrás de la explotación del algodón y la caña de azúcar.
Allí, en Villa Ocampo, el ingenio Arno monopolizó las expectativas laborales y, por lo tanto, del sentido de la palabra futuro entre los que son más en esos arrabales del mundo.
Allí nació César Godoy. En una familia de ocho hermanos.
Su mamá piantó a la pampa de arriba mucho antes de lo previsto. Así que César salió a cosechar azúcar y algodón para los contratistas que luego llevaban el fruto de su trabajo al ingenio Arno.
El pibe iba a la escuela rural “Martín Fierro” cuando podía. Dos o tres veces por semana. No más. Allí conoció al agua potable y la electricidad. A la televisión y en sus últimos años, a la computadora. Una de las hermanas de César partió a Buenos Aires buscando algo del misterio encerrado en la palabra que menos se pronuncia por esos parajes, el vocablo futuro.
Pero antes de irse le regaló un libro de poesías de un tal Pablo Neruda. Le gustó mucho.
Hacia 1999, cuando tenía trece años, le dijo a este cronista que quería ser poeta. Que ganaba un peso por día de trabajo que empezaba cuando salí el sol y terminaba cuando aparecía la luna. Y que muchas veces la paga eran vales en papel que tenía que canjear en los supermercados cuyos propietarios eran los amigos del entonces senador nacional Jorge Massat, íntimo colaborador del siempre poderoso Carlos Reutemann. Massat tenía una cuenta corriente de 23 millones de dólares y dirigía la estratégica comisión de seguimiento de las privatizaciones. Pero por detrás de sus millones estaba la realidad cotidiana de casi cuatro mil chicos que como César eran explotados en la cosecha del algodón y la caña de azúcar.
La poesía, las velas y el quebracho que ya no está
El que tenga una madre por favor cuídela…Dios se llevó a la mía y no se cuándo vendrá…-decían aquellos versos que César leía ante la cámara y el verdadero punto aparte era una sonrisa honesta y sincera. Diez años después, en 2009, César laburaba de albañil. Y seguía escribiendo versos.
Ya por esos días hablaba de los chicos olvidados del norte santafesino y la droga llegando a ellos con mayor facilidad que un buen trabajo. Ahora, en 2011, César, con veintiséis años, corta yuyos con una máquina que le pudo comprar su padre, Mario, ex obrero del ingenio Arno.
Con suerte, César gana diez pesos por día.
Pero sigue escribiendo.
Lo hace en un cuaderno Gloria porque son los más baratos de todo.
Cuando me dan ganas de llorar, escribo y largo todo. Tengo una idea y que venga y ahí nomás la escribo como salga…-explica César con aquella sonrisa melancólica pero invicta ante el mismo cronista que ahora conoció su casa.
A un costado de la ruta 11, el barrio EFA reúne a decenas de viviendas donde el agua potable y la electricidad nunca llegaron. César, de 26 años, no conoce estos servicios mínimos que son la piedra basal de algo llamado civilización. La democracia jamás sirvió para darles luz y agua a muchos pibes como César.
Ahora escribo en contra de los que nos discriminan. De los que se enojan si se nos ocurre entrar en algunos boliches. Nos dejan a un lado a los campesinos pobres. Pero no importa. Sigo peleando…-dice César.
El único problema es su padre Mario. El ex obrero del Arno no quiere que su hijo escriba de noche.
Es que cada vez que de nuevo se pone a escribir gasta una vela…y después no hay con qué comprarla al otro día – dice Don Mario, sentado en una silla desvencijada, mientras mira la ruta 11 y recuerda la llegada de la mishiadura, cuando una parte de su cuerpo le gritó no va más, después de haber aguantado muchos años de explotación.
César sigue defendiendo su sueño de ser escritor a pesar de tantos pesares, a pesar de que más de un cuarto de siglo de democracia no le haya llevado agua ni luz, a pesar de que el trabajo es escaso en Villa Ocampo, ese lugar donde las garras de La Forestal se reciclaron en señores feudales, lavadores de dinero y explotadores de pibes. César sigue escribiendo y gasta velas porque no puede parar de hacerlo aunque después haya bronca porque no hay guita para comprar nuevas lumbres.
Porque no tiene sentido llorar. Aunque duele hasta las lágrimas tanta impunidad.
Porque aún allí, César lo sabe, tiene sentido soñar, escribir y pelear por lo que uno quiere.
La tierra, las huelgas del `21 y los de afuera
Nunca tuve una muñeca. No se qué es jugar con una muñeca. Lo único que me acuerdo es ir de un lado para otro porque desde chiquita siempre me desalojaron de la tierra donde vivían mis abuelos – dice Rosa Rúa Nehuelquir, la mujer mapuche recientemente echada por el juez Omar Magallanes que el dio la razón al empresario Luciano Bennetton a pesar de que la Constitución Nacional reformada de 1994 dice con exactitud que cualquier descendiente de pueblo originario tiene el derecho de vivir en las tierras de sus ancestros.
El lugar, Santa Rosa de Leleque, está en la provincia de Chubut, uno de los grandes territorios del monumental, misterioso y casi siempre ajeno sur argentino.
La noticia decía que a fines de 2010, el famoso tiempo del Bicentenario donde todavía palpita la frase inconclusa del himno de hacer de la vida cotidiana el trono donde sea visible la noble igualdad, en esos días últimos, la comunidad mapuche de Santa Rosa Leleque había interpuesto un recurso de casación y otro de inconstitucionalidad para que se suspendiera el juicio que le había entablado el poderoso capitalista extranjero para apropiarse de más de 500 hectáreas. Su empresa, “Compañías Tierras del Sud Argentino”, ya posee más de un millón de hectáreas en la siempre cautivante y cada vez menos argentina Patagonia.
La comunidad está ubicada 80 kilómetros al norte de Esquel, a la vera de la ruta 40.
En febrero de 2011, Rosa sostuvo: "Más allá de que la justicia huinca diga que le pertenece a Benetton, nosotros vamos a seguir ahí, porque es una tierra ancestral de nuestros antepasados y ahí viviremos. Esperamos que una vez en su vida la justicia determine que es una causa justa para el Pueblo Mapuche. Si dicen lo contrario una vez más vamos a seguir creyendo que la justicia no existe, porque lamentablemente si llegaran a fallar en contra: la justicia no existe, existe la injusticia”, remarcó en esos días.
En marzo de 2011, el juez Magallanes, una vez más, demostró que las fenomenales tierras patagónicas tienen poco que ver con los argentinos.
Pero allí estaban Atilio y Rosa para resistir.
Para nosotros la tierra es todo. Se que es difícil de entender. Porque nosotros no tenemos la tierra. Somos parte de la tierra. Así que cuando nos echan del lugar donde crecieron nuestras familias, se produce un desgarramiento muy fuerte. Y lo que me pasó a mi también le viene sucediendo a mi marido desde chiquito. Yendo de un lugar para otro. Hasta que dijimos basta. No puede ser. Nos merecemos vivir en el mismo lugar donde crecieron nuestras familias – sostiene Rosa desde algún punto de la Patagonia en diálogo con este trabajador de prensa.
La rebeldía de Atilio y Rosa contra el saqueo de las tierras de parte de la empresa de Bennetton parece ser la continuidad de la lucha de los trabajadores que hace noventa años atrás comenzaban la segunda huelga en pos de mínimas mejoras ante la explotación a la que eran sometidos por los grandes estancieros.
Ayer nomás
La crónica de esos días sostiene que el 24 de octubre de 1921 se allanaron y clausuraron los locales de la Federación Obrera de Río Gallegos, Puerto Deseado, San Julián, Puerto Santa Cruz y se arrestaron a los dirigentes obreros. Antonio Paris, secretario general de la Federación Obrera es detenido y torturado por la policía; luego será deportado junto con otros dirigentes obreros. Se declara la huelga general en Santa Cruz. Antonio Soto, que estaba en la estancia Bella Vista, enarboló una bandera roja y negra del anaquismo, y comenzó a impulsar la huelga y toma de estancias. A comienzos de noviembre, Soto había levantado a los trabajadores de las estancias Buitreras, Alquinta, Rincón de los Morros, Glencross, La Esperanza y Bella Vista.
La policía inicia una apresurada ofensiva y detiene a los dirigentes que Soto envía a Río Gallegos: Mogilnitzky, Sambucetti y Severino Fernández son torturados y deportados en el vapor Vicente Fidel López, mientras que son detenidos y apaleados José Graña, Domingo Oyola, Restituto Álvarez y el dueño del bar donde se encontraban reunidos, Martín Tadich. La ola de detenciones de dirigentes en las ciudades costeras aisló al movimiento huelguístico, que siguió creciendo. Ramón Outerello logró evadirse de las autoridades en Puerto Santa Cruz, iniciando un accionar más agresivo que Antonio Soto, que no quería enfrentarse con el Ejército y el gobierno. Outerello comienza a organizar grandes columnas de obreros, y a tomar estancias, dirigiéndose a los puertos, para romper el aislamiento. En la estancia alemana Bremen, en Laguna Cifre, los huelguistas son atacados por los estancieros, con el resultado de dos obreros muertos y varios heridos.
El presidente Hipólito Yrigoyen decidió el envío de tropas del Regimiento 10° de Caballería, dividiéndola en 2 cuerpos. El principal era comandado por el jefe de la expedición, el teniente coronel Varela, y el segundo cuerpo era comandado por el capitán Elbio C. Anaya.
Partieron el 4 de noviembre de 1921 en el transporte en el Guardia Nacional. El 10 de noviembre Varela arribó a Río Gallegos. Allí fue informado por los miembros de la Sociedad Rural, las autoridades policiales y el gobierno local de que: "...todo el orden se halla subvertido, que no existía la garantía indvidual, del domicilio, de la vida y de las haciendas que nuestra Constitución garante; que hombres levantados en armas contra la Patria amenazaban la estabilidad de las autoridades y abiertamente contra el Gobierno Nacional, destruyendo, incendiando, requisando caballos, víveres y toda clase de elementos...”, y así se hizo.
Mil quinientos obreros fusilados.
Tumbas masivas NN.
El macabro prólogo de lo que sucedería cincuenta años después. Los títeres macabros fueron las Fuerzas Armadas y las de seguridad. Pero los titiriteros fueron los integrantes de la Sociedad Rural y el poder económico con la complicidad del poder político, judicial y eclesiástico.
La explotación de los obreros patagónicos era fundamental para continuar con el saqueo de los recursos naturales y la extranjerización de las ganancias.
Noventa años después de aquellas huelgas históricas, la lucha continúa nada menos que en la dignidad de la comunidad mapuche de Santa Rosa de Leleque.
Los señores de las montañas altas
El agua del río Andalgalá, palabra quechua que quiere decir “señor de la montaña alta”, inventó un oasis en el centro norte de la provincia de los cerros azules, Catamarca.
Allí se levantó la ciudad homónima que está en la base de la Sierra del Aconquija, rodeada de selvas subtropicales y más al norte estalla el llamado Salar de Pipanaco.
Casi viente mil almas viven en Andalgalá, tierra de aceitunas, duraznos, ovejas, cabras y muchos recursos minerales. Lo que debería ser motivo de felicidad popular, termina siendo causa de dolores e impunidades.
Será que el verdadero señor de la montaña alta no es ni el río ni las hijas y los hijos del pueblo, sino los intereses multinacionales que se llevan lo parido en las entrañas de las sierras de fantasía. El viernes 12 de febrero de 2010, los integrantes de la Asamblea El Algarrobo fueron rodeados por efectivos de la guardia de Infantería, el grupo Kuntur y la policía catamarqueña.
Doscientas personas entre las que había mujeres, chicos y abuelos dispuestos a defender el patrimonio colectivo del subsuelo de Andalgalá y exigiendo el derecho a “una vida digna y sana, a un ambiente libre de contaminación, diciéndole si a la vida y no a la explotación a cielo abierto del Nevado de Aconquija en manos de la empresa minera Agua Rica”, tal como decía el comunicado de la asamblea. La orden había partido del intendente, José Perea, y la fiscal, Martha Nieva.
Dos funcionarios que parecen funcionar a favor de los intereses de la minera Agua Rica que quiere explotar el cobre y el oro de la provincia desde el año 2003 y que ahora se encuentra en la etapa de construcción hasta 2012.
El propio intendente había dicho: “El 25 de febrero, caiga quien caiga, las máquinas van a llegar al yacimiento”. La respuesta fue una movilización que reunió a más de 4.000 andalgalenses en contra de la minería.
El lunes 15, “el conflicto terminó de estallar cuando una máquina tipo oruga retroexcavadora y 20 camionetas de la minera, con el apoyo de la policía, se dispusieron a atravesar el corte. La resistencia de los ciudadanos -que reclaman un plebiscito sobre la instalación de la minera- fue quebrada a balazos de goma, culatazos, gases lacrimógenos y detenciones. “Te tiraban a dos metros, no podían errarle” contó Aldo Flores.
Las crónicas dicen que “unos 300 integrantes de la asamblea El Algarrobo fueron reprimidos a media tarde por las denominadas fuerzas del orden en Chaquiago, donde la asamblea realiza un corte en el camino que va hacia la minera. El episodio mostró la entusiasta e indiscriminada violencia policial (contra mujeres, niños, ancianos), y terminó generando una pueblada durante la noche, con quema de la intendencia y otros ataques emblemáticos: contra las oficinas de la minera Agua Rica, el juzgado y la fiscalía, y el supermercado Los Mellizos propiedad de una proveedora de la minera”.
La resistencia
Como consecuencia de la represión, Raúl Guillermo Cerda, juez Electoral y de Minas de Catamarca, ordenó paralizar los trabajos en la mina de Agua Rica, como resultado de los incidentes registrados en Andalgalá.
Fundamentó la decisión, que rige hasta nuevo aviso, en la necesidad de “pacificar” a la comunidad. La empresa fue notificada. La mina de Agua Rica pertenece al grupo canadiense Yamana Gold y ellos son los que se quieren convertir en los auténticos y nuevos señores de la montaña alta.
Sin embargo allí está el pueblo, los integrantes de la Asamblea de El Algarrobo dispuestos a defender el río, la tierra, el cielo y la vida porque no quieren convertirse en otro pueblo fantasma. Un año después, el pueblo de Andalgalá votó contra sus patrones. Cuatro mineras están en el territorio del señor de las montañas altas.
Entre ellas, Minera La Alumbrera, la misma que saca una treintena de metales por Terminal 6, puerto privado ubicado en la localidad santafesina de Puerto General San Martín, donde solamente hay un teléfono como única referencia humana a la hora de buscar saciar alguna curiosidad.
En ese lugar, a pesar del poder del dinero y la desinformación, del miedo impuesto y el vasallaje implementado por los partidos del sistema, el pueblo votó al candidato a intendente que llevaba una postura a favor de cuidar los recursos naturales y en contra del saqueo que solamente favorece a muy pocos socios de los extranjeros. El intendente electo se llama Alejandro Páez, y entre los nuevos concejales está una trabajadora textil, Gloria Peña, de activa participación en las jornadas de 2010 en contra del asentamiento de la empresa Agua Rica.
En los años setenta, el pueblo catamarqueño fue protagonista de una gran movilización en contra del proyecto minero de la empresa City Service, que en épocas de Vicente Saadi se quería llevar la mitad lo que extraído. Parece mentira. Hoy solamente le dejan a la provincia el 1,5 por ciento de lo que se llevan…-relató el historiador Marcelo Orellana, quien también fue candidato a senador en estas elecciones, en diálogo con este cronista.
Minera La Alumbrera prometió cuatro mil puestos de trabajo y hoy hay cuatro mil desocupados en Andalgalá. Solamente encontraron ocupación 65 habitantes de la ciudad. Una gran mentira que se parece mucho a una estafa contra la credibilidad pública. Tampoco es verdad que la minería genere desarrollo: no hay una sola unidad de terapia intensiva y los directores de los hospitales viven amenazados si difunden los casos de enfermos de cáncer. Este es un pueblo agricultor y ganadero, de allí la resistencia permanente a este tipo de emprendimiento – agregó Orellana.
Postales de una resistencia contra un modelo de explotación de los recursos naturales y humanos como en el mismo inicio de la conquista de América.
Una pelea que se registra en cada rincón de la Argentina del tercer milenio.
Donde los trabajadores, una vez más, son protagonistas a la hora de construir un mañana mejor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario