Un aplauso final sobrecogedor, sincero, intenso, llevó a Silvio de vuelta al escenario. Y luego otra vez.
El aplauso había estado creciendo con cada canción, alimentándose de la atmósfera, de lo que hacían las cuerdas, las voces, el aire en el metal, la percusión…
Sonó frente al parque de Jesús María, entre los balcones llenos de espectadores que aplaudían también, rodeados de banderas y carteles. Llegó hasta el fondo de la calle, hizo eco allá, regresó, llenó todo el espacio; y se escuchó lejos, en las azoteas más apartadas.
Lo sintieron todos. Lo sintió Rachel.
Ella trabaja y estudia. Es educadora en un círculo infantil y va a la facultad por las noches. Lo que más disfruta en su barrio es la unión entre la gente, y nunca puede resistirse al toque de un tambor ni a una buena receta de cocina que practicar.
Hoy, frente al escenario, cuando casi moría la tarde, también sus manos chocaron. Muy fuerte.
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