LA LUCIÉRNAGA
Héroes anónimos
15.06.08 -
ALBERTO PIQUERO
Para los distraídos y aquellos otros que prefieren levantar las faldas históricas remotas antes que las recientes, acaso el concierto que ayer se celebró en Madrid en favor de los presos antifranquistas, estas músicas, pudieran parecerles discos de vinilo perfumados con naftalina. Ya se sabe que en las cosas de mirar atrás, cada cual es muy dueño de renegar de su propia vida, si es que no le convence del todo algún pasaje de la misma. Más difícil será que esa existencia se mantenga en pie si le recortamos el tronco o las extremidades. Quiérase que no, tullidos de la memoria aparte, somos la prolongación de lo que hemos sido. Y en lo que concierne a las cuencas mineras, bastaría un leve ejercicio evocativo para certificar que han de ser unos cuantos los personajes de cuerpo entero -muchas veces, magullado por el celo dictatorial- que han de sentir como muy próximo un homenaje de estas características. En el recuerdo de todos los ciudadanos de bien han de estar aquellos que dieron un paso al frente y ocuparon posiciones de vanguardia en las huelgas mineras que acaba de reflejar Jorge Martínez Reverte en su último libro, 'La furia y el silencio'.
Después, se le podrá conceder la razón a Neruda, quien sostenía que los seres humanos mejores en tiempos de resistencia, no siempre resultan óptimos a la hora de gobernar las libertades. De esas injusticias poéticas y paradojas también está hecho el barro de la historia, por más que le doliera al autor de 'Residencia en la tierra'.
En cualquier caso, el recital que contó entre sus invitados con Luis Eduardo Aute, Nuria Espert, Víctor Manuel, Ana Belén, Joaquín Sabina, Lola Herrera, Labordeta, Miguel Ríos, Juan Diego y tantos otros, no debiera cegarnos por la celebridad de los artistas. Al contrario, si merece una reflexión honda y ecuánime es la que habríamos de dedicar a tantos vecinos anónimos que entregaron años de su juventud o madurez a la causa común de la libertad, perdiendo en el empeño más de una vez la libertad propia. Esas gentes -muchas de las cuales ya no están entre nosotros- que soñaron horizontes abiertos tras las rejas, cuando no había recompensas ni escalafones. A algunos los conocí de muy cerca, siempre sin levantar la voz para decir que ellos eran los cimientos de nuestra democracia. De nuestras canciones más limpias.
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