miércoles, mayo 28, 2008

«El sistema nos invita constantemente a ser malas personas»




«El sistema nos invita constantemente a ser malas personas»
El autor de 'El libro de los abrazos' y 'Las venas abiertas de América Latina' presenta hoy y mañana en la provincia su último trabajo 'Espejos, una historia casi universal'

DANIEL PÉREZ




RECUPERADO. Galeano, ayer en Cádiz, vuelve a presentar libro tras cuatro años de silencio. / A. VÁZQUEZ
LAS CITAS CON GALEANO
Hoy: Teatro Moderno de Chiclana. Organiza Fundación Quiñones.

20 horas. Conferencia 'Memorias

y desmemorias'.

Mañana miércoles: Presentación de su libro 'Espejos. Una historia casi Universal'. Salón de Grados. Filosofía y Letras. 19.30.
Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) reconoce que de pequeño -«como todos los uruguayos»-, lo que realmente quería es ser jugador de fútbol. Sin embargo, «afligido» por su «escaso talento en la cancha», no tuvo «más remedio» que hacerse escritor. Gracias a esa falta de pericia con la pelota, -y a la temprana frustración de otro de sus empeños infantiles, «alcanzar la santidad»-, Galeano se ha convertido en uno de los cronistas más certeros y valientes de su tiempo. En su prolífica producción conviven el periodismo, el ensayo y la narrativa, siempre como herramientas canalizadoras de una fe estricta y serena en «las utopías posibles, en el socialismo real, que late en la seguridad de que la humillación no es un destino aceptable para el 80% de la población mundial».

Tras cuatro años de silencio, Galeano vuelve al panorama editorial con un breviario de 600 historias que, sin pretender ser un alegato político, apuesta por «la defensa a ultranza de la fraternidad entre los seres humanos como un recurso verdaderamente revolucionario». Hoy (en el Teatro Moderno, de Chiclana) y mañana por la tarde (en la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz), impartirá la conferencia Memorias y desmemorias y presentará Espejos, una historia casi universal.

-Ha escrito un libro muy personal, sin carga política explícita, durante cuatro años que han sido muy duros para usted. ¿La enfermedad ha influido en el fondo, en el tono o en la forma de lo que cuenta en 'Espejos'?

-Estos cuatro años me los he pasado peleando contra el dragón de la maldad. Pero lo he decapitado, y ahora yace rendido a mis pies. Tuve un cáncer. Me operaron. Después vino la quimioterapia. Lo superé. Todo eso me obligó a salir del mundo. Y como la vida se alimenta de contradicciones, y viene siempre con la baraja mezclada, durante ese periodo me obligué a enfrentarme al desafío de escribir este libro. O de que él me escribiera a mí. Para acometerlo me hizo falta esa desgracia. Es extraño y paradójico. En cuanto a la empatía con el dolor ajeno, la comunión con los demás, en mi caso, no depende del dolor.

-¿Es una respuesta emocional concreta a la frialdad abstracta de la globalización?

-Quizá no premeditadamente, pero me encantaría que pudiera leerse así. Ojalá sirva para probar que la universalidad humana va mucho más allá que la del dinero. El libro parte de una necesidad personal: el placer de comprobar que ni el tiempo ni los mapas tienen fronteras, porque uno puede sentirse amigo o enemigo de personas que nacieron hace miles de años o en la otra esquina del mundo. Eso, que es una vieja certeza, en este libro cristalizó de un modo pleno.

-En esas 600 historias, el lector puede encontrar anécdotas, juegos de palabras, reflexiones, sobre prácticamente todo: el amor, el desengaño, la inmigración, la injusticia, el machismo... ¿Ha dejado muchas cosas fuera?

-Un buen puñado. Soy de los que depuran los textos y procuran que el resultado final esté libre de grasas y sólo presente carne y huesos. Como son pequeñas baldositas, que tienen que incorporarse a un espacio mayor, una parte de su sentido depende de dónde encajen. Así que, a veces, las descarto, pero me duele. Les digo 'Discúlpeme, mi pequeña historia entrañable, pero aquí usted no entra'.

-Aunque, por separado, esas historias no tienen un sentido estrictamente político, la conclusión general del libro sí es ideológica. ¿Lo pretendía así?

-Los compromisos de solidaridad proceden del hígado, de la conciencia, de eso que algunos llaman alma. Uno no puede darse órdenes cuando escribe. No puede decirse: 'Ahora voy a crear un texto que ayude a que se comprenda mejor que hay injusticias en el mundo'. Ese tipo de literatura da productos muy ortopédicos, incapaces de transmitir nada. De lo que se trata es de sentir placer cuando uno escribe, para que el lector lo sienta cuando lee. Y de hacerse preguntas. ¿Y si Adán y Eva fueran negros? Es un libro cargado de preguntas, que van buscando sus propias respuestas. Y las encuentran, casi siempre, en el inmenso abanico de la diversidad. Creo que uno de los grandes problemas que tiene el mundo de hoy -y mira que tiene unos cuantos- es la negación de su propia diversidad.

-Pero, pretender emocionar al lector es también una forma de ir a contracorriente y, en cierta manera, de oponerse a un sistema que hace de la frialdad una de sus principales bazas..

-Claro. Es una forma de atacar al sistema del desvínculo, tenga la forma que tenga, se llame capitalista o no... A mí lo que me jode realmente, lo que me indigna, es que haya un sistema organizado para desvincular a cada persona de las demás, y que pretenda desvincular la razón de la emoción; un sistema que te dice que por un lado está el corazón, y por otro la cabeza...

-¿Y siempre gana la cabeza?

-Si no gana la cabeza, gana la cursilería... Se identifica el mundo de lo emocional y de lo emocionante con lo cursi. Te convidan al hielo o a la mermelada, pero es en el camino donde está la verdad de la vida.

-¿La sociedad contemporánea es una invitación constante a ser egoísta?

-Sí, el sistema nos invita constantemente a ser malas personas. Creo que el mundo está patas arriba. El sistema de valores que practicamos, y que transmiten los medios y la escuela, tiene el esquema invertido: recompensa la falta de escrúpulos, la deshonestidad, aplaude el egoísmo y desalienta la solidaridad y la decencia.

-¿Para acceder a un determinado escalón de la estructura social, uno siempre tiene que venderse?

-No creo que sea algo inevitable. Aunque es cierto que el sistema te invita a venderte, o por lo menos a alquilarte (risas)...

-¿No tiene usted miedo a ser uno de esos elementos heréticos que necesita el sistema para justificarse?

-No hay que complicarse demasiado la vida pensando en qué va a ocurrir con cada cosa que uno hace. Uno tiene que dar siempre lo mejor de sí: lo importante es que nuestros actos procedan de intenciones y propósitos honestos.

-¿Por qué estamos en plena crisis de intelectuales comprometidos?

-Cuando el compromiso está limitado a las ideas, suele tener una vida breve... Creo en los compromisos que proceden de las ideas, pero también de todo lo demás; del cuerpo que nos envuelve, y de lo que ese cuerpo tiene de misterioso. Cuando nuestros valores parten de una construcción mental, teórica; cuando proceden sólo de la azotea, no vuelan mucho... El compromiso es visceral o no es. Eso de compromiso político... Si es sólo político, de poco sirve. Los compromisos son vitales, y se refieren, sobre todo, al tipo de relación que uno establece con los demás y consigo mismo; se trata de intentar actuar conforme a lo que uno siente y piensa.

-¿Alguna vez ha llegado a temer por su vida?

-Varias. Recuerdo ahora una de las primeras. En Argentina, cuando dirigía Crisis, la cosa se había puesto fea, se veía venir la dictadura, y yo sabía que estaba en las listas y tal. Una noche me quedé trabajando fuera de hora. Sonó el teléfono, levanté el auricular y una voz me dijo: 'Te llamo para decirte que te vamos a matar'. Y yo respondí: 'Mire usted, el horario de amenazas es de cinco a siete'. Y corté. ¿Me sentí tan orgulloso! Pensé: '¿Soy Superman, soy Batman!' El problema fue que, cuando quise levantarme, no me sostenían las piernas. Me temblaban como un flan.

-La iglesia dice ahora que tener mucho dinero es pecado. ¿Se puede ser rico y buena persona?

-Mi amigo Manuel Escorza decía que el dinero no produce la felicidad, sino algo tan parecido que sólo un especialista puede distinguir la diferencia. Nosotros no queremos un mundo de pobres, sino uno en el que la riqueza esté bien repartida... Para acumular una fortuna excesiva, hoy por hoy, siempre hay que cometer algún tipo de injusticia, aunque sea involuntariamente. Nada más.

dperez@lavozdigital.es

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