Decía Marx que en un mundo libre no habrá escritores, sino personas que, además, escriban.
Decía otro Carlos, el padre de Snoopy (y por ende uno de los grandes narradores de nuestro tiempo), aludiendo con singular modestia a su propia labor narrativa, que los escritores son casi inteligentes, en el sentido de que se acercan al conocimiento, pero no lo suficiente.
A mí me gustaría ser una persona que además escribe; pero, como no vivo en un mundo libre, soy un escritor, es decir, alguien que se expresa y se reafirma (amén de ganarse la vida) mediante la escritura; alguien que es “alguien” en nuestro mundo-mercado porque escribe, publica y es recompensado (material y moralmente) por ello. También me gustaría ser inteligente sin el casi delante y acercarme más al conocimiento; pero lo consigo pocas veces, e incapaz de establecer o descubrir relaciones sólidas, tengo que conformarme con elaborar relatos que solo son primeras aproximaciones, sugerencias que acaso animen a otras personas a seguir acercándose al conocimiento.
Un amigo común me ha dicho que al leer el último artículo de Santiago Alba (Libia, el caos y nosotros) ha sentido vergüenza ajena. Yo he sentido vergüenza propia, porque reconozco en él mis propios defectos -y excesos- de escritor, de relatador compulsivo que acaba -o empieza- enamorándose de su oficio sucedáneo, de su endeble demiurgia y, en última instancia, de su neurosis; por lo tanto, la única forma honrada en que puedo y debo criticarlo es a partir de esa vergüenza propia; o sea, mediante la autocrítica.
Los escritores vivimos, por definición, en las fronteras de la realidad, que limita al norte con la imaginación y al sur con el deseo. Y, como las fronteras son difusas, a veces las cruzamos sin darnos cuenta. Creo que, en su último artículo, Santiago Alba proyecta sobre lo que denomina “un sector de la izquierda occidental” aquello en lo que él mismo incurre, y que es aquello en lo que todos los escritores incurrimos a veces: la simplificación “narrativa” de una realidad muy compleja que solo puede ser relatada linealmente a costa de mutilarla. En el citado artículo, junto a verdades como puños, hay medias verdades, omisiones flagrantes y relativizaciones (relatar es también relativizar) equívocas; y el conjunto es, incluso formalmente, impropio del autor. Como lo conozco bien y desde hace mucho tiempo, lo achaco a los riesgos del oficio antes aludidos y a lo resbaladizo del terreno que estamos pisando, en el que yo mismo he patinado más de una vez.
Hace poco dije en un artículo, refiriéndome a Santiago Alba y a Iñaki Errazkin, que no siempre estoy de acuerdo con lo que dicen pero sí con lo que son, y quiero reafirmarme en ello. Estoy en profundo desacuerdo con el último artículo de Santiago; pero puedo dar fe de su honradez intelectual y creo que es esa misma honradez la que lo ha llevado a expresar opiniones que sabía que le acarrearían duros ataques. Ojalá quienes, aunque no siempre coincidamos en lo que decimos, tenemos claro quién es el enemigo común, podamos debatir con calma en estos momentos tan confusos como difíciles y seamos capaces de discernir, más allá de los relatos, las relaciones verdaderas.
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