lunes, junio 06, 2011

El eterno placer de la lectura


Norberto Codina • La Habana
Ilustración: Zardoyas

Ante todo, la lectura es un placer. No importa el soporte, la época ni las circunstancias, ni lo archirrepetido de la frase…, pues todos los caminos conducen —a tiempo completo o en ratos libres— a ese grato ejercicio que es la más solitaria, sencilla y ecuménica aventura del espíritu. Parte inseparable de eso que llamaban los antiguos “la educación sentimental”. No importa si es un ejemplar de la era de Gutenberg, a la que pertenezco irremediablemente, disfrutando el placer del objeto-libro —olor a tinta incluido, como reminiscencia de mi tránsito como obrero litográfico—; o si es en la posmodernidad un libro electrónico, en cuya búsqueda de contenidos puede leerse “en cada vista de los estantes/documentos se ven…”, en fin, el principio elemental de la biblioteca convencional.

Cuando se habla del hecho cultural más importante de la Revolución Cubana, todos coinciden en la campaña de alfabetización. Y fue un acto de justicia poética que el primer título de la Imprenta Nacional de Cuba fuera El Quijote, lanzado de una forma tan masiva y económica, que tanto Carpentier como Titón disfrutaron la imagen del vendedor de periódicos voceando… “Vaya… vaya… el Quijo a kilo!”, plasmados por ambos con esa vocación de lo cubano en lo universal que los identificaba.

En mis años de primaria, una vecina poseía una enciclopedia cuyo título era todo una promesa: El tesoro de la juventud. En mis manos cayó una edición de la belle époque, donde el lenguaje del nacimiento del siglo XX fulguraba en todo su esplendor reaccionario. Pero el requisito de terminar un tomo para poder recibir el próximo, me entrenó como lector. Después, al cumplir 11 años, mi madre me regaló un paquete que ponía ante mis ojos La Isla del tesoro, Moby Dick, Huckleberry Finn y El llamado de la selva. Reto a cualquier librero a brindar una oferta mejor.

A esta “primera biblioteca” que cabía literalmente en una caja de tabaco, se sumaron las imprescindibles lecturas escolares que, al decir de Aquiles Nazoa, fue el elefante donde nos subimos a conocer el mundo.

La historia del marinero de una sola pierna, el grumete en el barril de manzanas y el loro del capitán Flint gritando “¡piezas de a ocho!”, tal vez sea mi imaginario favorito como lector, preferencia que no me sonroja, pues la comparto con mi admirado Eliseo Diego.

Hay tantas encuestas de los “diez libros de su preferencia”, que prefiero ahorrarme mi listado, y compartir una anécdota que seguro tiene muchas versiones y protagonistas. En la versión de mi infancia venezolana, se dice que en los años 50 El Nacional, de Caracas, convocó a un concurso con la consabida pregunta, ¿qué libro se llevaría usted a una isla desierta?, y que la convocatoria la ganó el propietario del periódico, nada menos que el escritor Miguel Otero Silva, con la respuesta: “La divina comedia… a ver si la termino de leer”.

Al ser congratulado por la Universidad de La Habana, ese lector sempiterno que respondía al nombre de Carlos Rafael Rodríguez, recordaba la conocida máxima de que “el médico que solo sabe medicina, ni medicina sabe”. Creo que lo fundamental para aficionarse a leer es, justamente leer, mucho y desprejuiciadamente, no importa género ni temática. El ingenio, del historiador Moreno Fraginals, es uno de los libros mejor escritos en nuestro país, y La vida secreta de las plantas es tan apasionante como una novela. ¿Existe un texto más visceral que la carta de Gómez a María Cabrales a raíz de la muerte de Maceo y Panchito? Y la misma mano que redactó El manifiesto comunista es la del epistolario a Jenny de Westfalia, y es la misma lección de condición humana.

Creo —y que me perdonen algún desliz por mi ignorancia en los predios de Makarenco— que cuando el escolar gana confianza en sus facultades como lector, cuando lo hace más como un placer que como un deber, ese niño entrará con ojo enamorado en cada libro y revista. E irá probando fuerzas como lector en la medida en que los padres le armen su primera biblioteca. Pero saber leer desde la más temprana edad ha sido muy descuidado por muchos que olvidan que la letra debe acompañarnos desde el primer claustro escolar. La lectura es, otra vez sobre el elefante de Nazoa, viajar.

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