Yo digo cincuenta malas palabras por segundo
porque la realidad es que me gustaría cambiar este puto mundo.
Calle 13
Ahora bailo. Esta mujer indescriptible -ha entendido como nadie los poemas que leo- “se sienta a la orilla de una costura, a coserme el costado a su costado”, y me dice que baje hasta las losas. Se ríe. Tengo dos tornillos en la cintura y debo mover los pies y no las caderas, en sincronía con el background.
La perfección de su figura succiona. Adormece. Quiebra. Las luces giratorias de la discoteca, el humo blanco en el aire y la humedad de las paredes remiten a un club nocturno de Europa, a uno de esos clubes de película de cine independiente, no a un modesto salón de beca tercermundista.
El reguetón me embriaga con sus asociaciones surrealistas, al estilo del paraguas y la máquina de coser sobre la mesa de disecciones: “mi caramelo se suelta el pelo, dale arroz con hielo…” o con su ironía conversacional: “…si tú me dejas y me das permiso, podemos tener hasta trillizos.”
Algunos desamarran sus cuerpos juveniles. Ritmo. Cadencia. Dan ganas de aplaudir. Sobre todo a las negras y a los negros. Creo que son realmente superiores en el baile. La piel es un espejismo. En Cuba, las negras y los negros se deben medir por la plenitud de sus movimientos heredados. De los reinos de África a los cañaverales. De los cañaverales a los montes. Y con los siglos -y la tozuda circunferencia de la Historia-, de los montes al trono de la danza.
Gente de Zona improvisa y evoco La isla en peso: “…he visto la música detenida en las caderas, he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas.”
Es curioso. El reguetón y el baile desenmascaran a la antológica fauna culterana, a esos que entre otros lugares merodean por el Vedado, y son muy locuaces, y andan como esperando un milagro de la vida, que alguien le reconozca su existencia bohemia y su sufrimiento de trovador o cineasta incomprendido, y que en algo -no sé en qué- deben parecerse a algunos profesores que escriben libros de comunicación e imparten clases en la Complutense de Madrid.
Son formalmente plenos (o planos), y exprimen sus vértebras en público a nombre de Lezama o del Canto élego de Poveda. Van de recinto en recinto, de evento en evento y de tertulia en tertulia. Cuando por craso error zozobran en una de las lujuriosas discotecas de La Habana, en uno de esos locales húmedos que abundan por el Tercer Mundo, son claramente definibles. Tararean la letra de moda y se muerden la lengua. Sacuden sus álgidos cuerpos y se agarran los instintos.
Ignorar las canciones del género es -bella paradoja- una muestra de sabiduría. Preguntar el nombre de los grupos que saturan la radio y la televisión es símbolo de enajenación consciente, de creación subyugante. Y por supuesto, se burlan de las contorsiones, de los senos sudados. Se burlan de los gustos populares.
Vuelvo a Virgilio: “Todos se ponen serios cuando el timbal abre la danza. Solamente el europeo leía las meditaciones cartesianas.” También escribo. Y recuerdo. Escribir es una desgracia, aunque no tanto como recordar. A mí no me gusta hacerlo, porque tiene algo de droga y algo de cielo a punto de tormenta, pero la música, en cambio… la música siempre trae calma. Y la calma se parece demasiado al silencio. Aunque el silencio, si se deja de la mano, trae tristeza. Y la tristeza, polvo. Y el polvo, alergia.
“Son verdades que despiertan para no morir jamás”, diría Wordsworth, un tipo que no conozco, pero que me suena, tiene un nombre importante, de dandy o de romántico inglés, y mencionarlo ofrece cierta distinción.
Perdón: ando extraviado.
La culpa de legitimar las obscenidades, la ostentación y las disputas circenses entre reguetoneros no es del público. Tampoco, me temo, es de los artistas. Mucho menos del género musical. Y pienso en la destreza voraz de lo postmoderno, que no aplasta la idiosincrasia del pobre, que adapta la diversidad al interés de la industria, y que hace de la marginalidad del reguetón un artificio comercial. Cantantes millonarios que fungen como ídolos en representación de la miseria, de lo periférico.
Y me digo: lástima que estos tipos, en su mayoría, sean tan megalómanos, tan oro, plata, autos y mujeres sumisas, tan tautológicos de sus mismos acordes y sus letras y sus insufribles despidos. O que se garanticen, sin mínima sombra de pudor, quince, veinte y hasta medio siglo de vida artística. En fin: ¡un derroche, simplemente un derroche! Entonces vuelvo a pensar, y recalo en Calle 13 en La Habana y en la entrega de los Grammy, en la contundente estética de sus malas palabras, tan groseramente bellas, y en que ahí, en lo cáustico de su discurso, de alguna manera Latinoamérica sobrevive.
No pregunten de qué modo pues no sabría decir. No propongo nada. “Lyotard, Vattimo, Barthes. No, señor; no señores -a mí déjenme tomarme tranquilo mi cerveza-”, suplicaba en Discusión sobre el Postmodernismo el poeta Ángel Escobar, un negro que de seguro bailaba bajo la luna al compás de sus agónicos versos.
Y en suma, cuál vendría siendo la respuesta. Y qué el reguetón y qué la poesía. Pero casi nada en la vida puede responderse. Solo existen verdades, inapresables verdades, aunque esto suene patético, u orondamente cursi, y en el mejor de los casos parezca una perdonable ingenuidad.
Por eso bailo. Me zafo los tornillos de las caderas. Busco las losas, las luces, el cigarro. Sincronizo con el background. Meneo los pies y la cintura por Borges y por mí, “y estas antiguas cosas recurren porque una mujer me ha besado.”
2 comentarios:
comentario mìo, osea de quien publica el blog: calle 13 no es reguetòn, lo dice claramente renè en el concierto que hizo en el ùltimo y pèsimo viña del mar (dirìa que lo mejor fue calle 13 de laargoo), renè dice: calle 13 no es cabròn reguetòn, calle 13 es mùsica :) y de paso critica a la faràndula: este tema yo lo quiero dedicar a mucha gente que critica, uno con la crìtica crece, obvio, pero hay gente que critica para joderte las pelotas, no es para ayudar es para joder.. toda esta farandulerìa, todos estos programas de faràndula que no aportan en nada pueblo, no sirven, eso es mierda, no sirven, y este tema se lo dedico a esa gente que no se encarga de buscar información antes de hacerte una entrevista, por eso a mì me encanta hacerlos quedar mal.. me lo disfruto....
ven y critìcameeeeeeeee yo soy asì pues porque siiiii http://www.youtube.com/watch?v=gjNnSaQafBk
cubadebate ha errado muchos de sus contenidos ùltimamente,
eres muy bella, por eso te perdono cualquier comentario. esta fue la respuesta a un lector de cubadebate
Carlos Manuel Álvarez dijo:
Entonces se aparece un sujeto que se hace llamar César o que se quizás, efectivamente, se llame César (en Internet nunca se sabe), y dice que el autor de la crónica no debe haber escuchado a Calle 13, solo su archilegendaria Atrévete, y de repente descubro que el autor de la crónica soy yo y por unos segundos pierdo la compostura pero después me digo: “esto es normal, Carlos, los lectores son así, irreverentes como la juventud”, entonces vuelvo a la calma porque yo puedo ser cualquier cosa menos un censor y pienso que sería bueno decirle a César que no, que está equivocado, que no hay un grupo de los últimos años que yo haya visto u oído tanto como Calle 13, ni siquiera los videos clips de Rebeca Martínez que tanto pasan por Lucas, y luego pienso aclararle que, ciertamente, Calle 13 ha evolucionado, que después de su viaje por Latinoamérica se expandieron musicalmente (cantaron con Dios, digo, con Mercedes Sosa), pero que en un momento dado hicieron reguetón, y en su música hay ahora -algo mezclado, supongo (o mejor sería decir fusionado, para estar acorde con los términos de moda)- mucho de reguetón. Y a mí, que de música no sé nada, apenas disfrutarla, me gustaría decirle a César que quizás el reguetón sea en su totalidad una basura, pero que según Carpentier lo mismo dijeron del mambo en época de Pérez Prado, es decir, los extremos edulcorados, esas poses de pureza estética son más bien conservadoras, más bien de mantener a salvo el pellejo intelectual, y con la intolerancia no se elimina tampoco la saturación desquiciante y verídica de cuatro palos, cuatros latas, tres malas palabras y dos o varios reguetoneros a decir verdad bien feos y con un ego enorme. Pero ya esto no viene a colación, y la verdad suena algo pedante. Entonces me callo, y me hago el que conmigo no fue, porque quizás este César sea emperador de una potencia, y porque si me pongo a elucubrar descubro que el tipo también es tocayo de Vallejo, entonces se merece el perdón.
Saludos.
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