Por Marcos Alfonso
Fotos de Roberto Chile
Es 14 de enero, y como telón de fondo del rústico entarimado la humilde barriada de La Hata, en Guanabacoa. Barrio que vibró, cantó y bailó durante doscientos felices minutos. Silvio Rodríguez y su tropa llegaron a la singular plaza: el cantautor Eduardo Sosa, de amables tonadas. El trío Trovarroco, artífices de las cuerdas. Niurka, diva de la flauta y el clarinete mágicos y, para estar a tono con los pueblerinos, hechos de raíces para la rumba y el cajón: Los Papines.
Con los últimos acordes todavía en el aire aconteció el estrechón de manos y el abrazo de dos reparadores de almas. El de los sueños y poemas; el de la fe y los recovecos humanos. Dos símbolos de esta tierra que los parió en tiempos distintos pero iguales. Dos hombres buenos, fundacionales.
Las savias esclava y campesina, el río común, las ceibas y las palmas, los gavilanes y sinsontes. Trillos desandados en la búsqueda de oráculos remotos y palabras precisas. Cantos desenfadados. Versos de fe: de batallas libradas sobre el áspero lomo de la existencia.
Enriquito Hernández, el infatigable y bienhechor Tata Nganga. “Persona linda”, al decir de Silvio Rodríguez, el trovador cuya manía es trocar la poesía en arpegios. Hombres de Cuba y el universo por el cual surcan con sus plegarias y verdades hacia y desde los humanos.
Causas y azares pusieron en las manos del nonagenario religioso “con el saludo respetuoso” del cantautor, el texto que engloba todo el hacer en la musical poesía de Silvio. A vuelta de hoja, nacido también desde el corazón, la añoranza de Enriquito para sus ahijados: “salud, fuerza, tranquilidad espiritual y vencimiento de las dificultades”, escrita en el libro que atesora sus memorias desde los trazos virginales que amaña el almanaque.
“Es un honor haber sido recibido por el Tata Nganga (Enriquito) en su Fundamento y su familia”, redactó aquel nacido hace 64 primaveras (1946) en San Antonio de los Baños. “Cerca de El Rincón, revivió, y me asaltan la memoria las peregrinaciones que veía de muchacho y, ¡vaya coincidencia!, esta Asociación se llama así “Hijos de San Lázaro”.
El ahijado Silvio supo de “las religiones cubanas de origen africano… porque ya son de nuestro país”, como le aseguró su autodeclarado padrino, quien colocó al pie de las entendederas del hijo nuevo el hilo conductor del sincretismo. Ese ajiaco que somos, al decir de Don Fernando Ortíz.
La réplica del trovador ante lo singular de su paso por La Hata, quedó restringida a cinco palabras demasiado abarcadoras para ser constreñidas en el espacio de un simple papel: “Mucha salud, y estrellas siempre”. Antes, hombres de cepa africana que compartieron escena con Silvio, Los Papines, esparcieron rezos y cantos breves en el munanso (casa) del Tata.
Este pedazo de La Hata nunca ha permanecido quieto merced a sus tenaces sostenedores espirituales: ambulantes, vitales, necesarios, en ocasiones hasta inéditos. El barrio se revitaliza en cada día transcurrido. La música de este viernes inusual caló, y hondo.
¿Puede demandarse más en el lapso breve de tres efímeras horas?
La cultura, esa de verdad como vida que constituye, mantiene “su luz encendida”, como reclamara el imprescindible Oswaldo Guayasamín.
A Enriquito Hernández, al borde de los 93, le sobrevino el ahijado. Lo nombró Silvio: hombre del río y la palma, la rosa y el colibrí.
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