viernes 12 de noviembre de 2010
Jaime Bergamin Leighton (ENCONTRARTE)
"Hace cien años nació en Orihuela uno de los poetas más representativos de la literatura española de la primera mitad del siglo XX. Miguel Hernández, considerado por algunos críticos miembro de la llamada "Generación del 36" y, por otros, "genial epígono de la Generación del 27", ocupa un lugar relevante en las letras españolas y tuvo mucho que ver en la renovación poética de los años treinta del siglo pasado". Eso dice la crónica "oficial" (y tardía), de un poeta que permaneció en la semipenumbra, silueta huidiza desdibujada por el encandilamiento de una época repleta de personalidades deslumbrantes, muchas de las cuales le brindaron su amistad para recibir a cambio cuentos terrestres de animales y pájaros, al decir de Neruda.
"Orihuela (Oriola en valenciano) es una ciudad de la Comunidad Valenciana, España. Situada en el extremo sur de la provincia de Alicante, capital de la comarca de la Vega Baja del Segura", continua la crónica. Escueta descripción que en labios del poeta adquiere su verdadero significado: Si queréis el goce de visión tan grata / que la mente a creerlo terca se resista; / si queréis en una blonda catarata / de color y luces anegar la vista; / si queréis en ámbitos tan maravillosos / como en los que en sueños la alta mente yerra / revolar, en estos versos milagrosos, / contemplad mi pueblo, contemplad mi tierra.
Figlio d'arte (su padre era modesto contratante de ganado), crece en la "aireada y luminosa sierra oriolana" desempeñándose como pastor de cabras. Es la naturaleza su primer maestro: desde la visión estremecedora de un cielo que rebasa el horizonte, hasta el ceremonial, no por cotidiano menos mágico, del cortejo, fecundación y nacimiento de los animales, especialmente de cabras y machos cabríos, ensimismados en sus satíricos rituales. Me narraba cuán impresionante era poner los oídos sobre el vientre de las cabras dormidas. Así se escuchaba el ruido de la leche que llegaba hasta las ubres, el rumor secreto que nadie ha podido escuchar sino aquel poeta de cabras. Neruda.
Niñez y adolescencia transcurren entre ordeño y distribución de la leche en el vecindario de su pueblo, "Sólo el breve paréntesis de unos años interrumpe esta vida para asistir a la Escuela del Ave María, anexa al Colegio de Santo Domingo, donde estudia gramática, aritmética, geografía y religión, descollando por su extraordinario talento".
A los quince años de edad, obligado por la precaria situación económica de su familia, debe abandonar el colegio para volver a los campos que lo vieran crecer. Pero esta vez lleva consigo la inquietud de una lectura recién aprendida que lo conduce a un Zorrilla, a un Miró, a Gabriel y Galán y al deslumbrante creador del modernismo, Rubén Darío. Lecturas que provocan que el sencillo pastor de cabras que sigue siendo, alce el vuelo más allá de la sombra del árbol desde el que vigila su escueto ganado y se sumerja en el trabajoso y a la vez gratificante oficio de escribir versos. Los atardeceres lo sorprenden merodeando por el vecindario hasta dar con la tertulia que espontánea-mente se formaba en una panadería, cálido sitio de encuentro de un pequeño grupo de aficionados a las letras. Figura decisiva, es un joven estudiante de derecho que lo orienta en sus lecturas, lo introduce en los clásicos y la poesía religiosa, corrige sus escritos y, fundamental, le alienta a continuar con sus esfuerzos de convertirse en poeta.
Como le he dicho, creo ser un poco poeta. En los prados por que yerro con el cabrío ostenta natura su mayor grado de belleza y pompa; muchas flores, muchos ruiseñores y verdores, mucho cielo y muy azul, algunas majestuosas montañas y unas colinas y lomas tras las cuales rueda la gran era del Mediterráneo.
Carta a Juan Ramón Jiménez Orihuela, noviembre 1931
Es en esos hornos pueblerinos donde el ya no tan rústico cabrero pasa largas horas discutiendo de poesía, recitando versos y recibiendo preciosas sugerencias del estudiante de derecho, el culto Ramón Sijé, quien acudía con el muy comprensible objetivo de visitar a su novia, vecina y seguramente, clienta de la panadería.
Miguel, el cabrero rapado, de ojos grandes y risa franca, venía con frecuencia a la morada de los míos y los llamaba padres y hermanos. La amistad con mi hermano José, el amor a las bellas letras y el ansia de saber del pastor de cabras.
¡Cuántas veces les veía ascender los peldaños que conducen a la "habitación de los libros"! Allí encerrados dialogaban sobre poetas, filósofos, escritores...
Mi curiosidad - fémina, al fin- hizo que en distintas ocasiones aproximara el oído a la vieja puerta y supe, por vez primera, de la existencia de Dante, Virgilio, san Juan de la Cruz... Escuchaba las preguntas de Miguel -¡qué preguntón!, me dije- y las respuestas de mi hermano.
También sus discusiones, hasta encolerizarse, y sus reconciliaciones repentinas.
Les gustaba conducirme a que contemplara películas de "dibujos" para que me divirtiera, y a la postre eran ellos los que gozaban con estos monigotes animados.
Mi hermano admiraba a Miguel. Desde el contacto primero había vislumbrado a un gran poeta. Muchas veces, en la sobremesa familiar, elogiaba la manera de confeccionar versos del pastor cabrero de "esparteñas", pese a su desconocimiento de la preceptiva.
Testimonio de María Dolores Sijé
Aun así, desde temprana edad es apreciado en sus tierras alicantinas donde cuenta con un grupo de leales admiradores que lo aupan y ayudan en su ardua lucha con las palabras y el eterno dominio que las capitales, en este caso Madrid, ejercen sobre el resto del país. "Desde 1930 Miguel Hernández comienza a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y el diario El Día de Alicante. Su nombre comienza a sonar en revistas y diarios levantinos"
Foro 3
En 1931 intenta una primera "conquista" de Madrid que naufraga en la indiferencia de un medio densamente poblado de escritores y poetas, la mayoría en condiciones de pobreza perenne y, como toda capital, costosa para un provinciano. Resultado del peregrinaje es su primer libro, "Perito en lunas", decantado por largos meses hasta ser publicado en 1933, "extraordinario ejercicio de lucha tenaz con la palabra y la sintaxis, muestra de una invencible voluntad de estilo".
Vuelto a Orihuela, conoce a Josefina Manresa y se enamora de ella, amor que se traduce en una serie de sonetos que desembocarán en "El rayo que no cesa" publicado en 1936. Bajo la influencia de Calderón escribe su auto sacramental "Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras", con el que intenta "su segundo asalto a Madrid" y su llegada en la primavera de 1934.
En Madrid su correspondencia amorosa se acrecienta acuciada por la soledad, frecuente e inevitable sino de la gran ciudad que le hace nostalgiar momentos de amistad, amor, paz y la provinciana intimidad de su Orihuela natal.
Ay, el rincón de tu vientre;
el callejón de tu carne:
el callejón sin salida
donde agonicé una tarde
Como no tenía de qué vivir le busqué un trabajo. Era duro encontrar trabajo para un poeta en España. Por fin un vizconde, alto funcionario del Ministerio de Relaciones, se interesó por el caso y me respondió que sí, que estaba de acuerdo, que había leído los versos de Miguel, que lo admiraba, y que éste indicara qué puesto deseaba para extenderle el nombramiento. Alborozado dije al poeta:-Miguel Hernández, al fin tienes un destino. El vizconde te coloca. Serás un alto empleado. Dime que trabajo deseas ejecutar para que decreten tu nombramiento- Miguel se quedó pensativo. Su cara de grandes arrugas prematuras se cubrió con un velo de cavilaciones. Pasaron las horas y sólo por la tarde me contestó. Con ojos brillantes del que ha encontrado la solución de su vida, me dijo: -¿No podría el vizconde encomendarme un rebaño de cabras por aquí cerca de Madrid?-
Neruda "Confieso que he vivido".
La nostalgia se traduce en quejas sobre la pensión y las, no por literarias menos vehementes rencillas de escritores, intrigas cortesanas, el ruido y el tráfico, la carestía. "Así es que en cuanto le es posible vuelve a su pueblo para charlar con los amigos, comer fruta a satisfacción y bañarse en el río". Aunque lentamente, va creándose en Madrid su círculo de amigos: Miguel Altolaguirre, Rafael Alberti, Luís Cernuda, María Zambrano, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda y su esposa, Delia del Carril, "La Hormiguita".
Su paisano y mentor Ramón Sijé, edita la revista "El Gallo Crisis", que Miguel intenta vender entre sus amigos. Pero, republicanos y agnósticos al fin y al cabo, no la aceptan por su contenido: Querido Miguel, siento decirte que no me gusta El Gallo Crisis. Le hallo demasiado olor a iglesia, ahogado en incienso, le confiesa su amigo Neruda y, luego del distanciamiento de Hernández de la revista, remata muy nerudianamente: Celebro que no te hayas peleado con El Gallo Crisis pero esto te sobrevendrá a la larga. Tú eres demasiado sano para soportar ese tufo sotánico-satánico.
"Pablo Neruda insiste en sus ingeniosos sarcasmos anticlericales. Si Ramón Sijé y los amigos de Orihuela le llevaron a su orientación clasicista, a la poesía religiosa y al teatro sacro, Neruda y Aleixandre lo iniciaron en el surrealismo y le sugirieron, de palabra o con el ejemplo, las formas poéticas revolucionarias y la poesía comprometida, influyendo, sobre todo Neruda y Alberti, en la ideología social y política del joven poeta provinciano". Superada esta crisis, Miguel Hernández es ya un poeta hecho y comienza a crear lo más logrado y genial de su obra.
A pesar de su olor a iglesia que le espetara Neruda, Miguel no duda al momento de escoger el bando al cual adherirse cuando, en 1936, Francisco Franco al mando de sus tropas moras, parte del norte de África para desencadenar la lucha fraticida más sangrienta de la historia: la Guerra Civil Española. "No solamente entrega toda su persona, sino que también su creación lírica se trueca en arma de denuncia, testimonio, instrumento de lucha ya entusiasta, ya silenciosa y desesperada". La República cuenta ahora con un poeta entre sus combatientes.
Como voluntario se incorpora a ese 5º Regimiento que nostalgiara Neruda en su Canto a Bolívar, con el cual es destinado a distintos frentes haciendo fortificaciones y como Comisario de Cultura del Batallón de El Campesino. En medio de los combates, logra escapar brevemente a Orihuela para, un 9 de marzo de 1937, casarse con su novia de siempre, Josefina Manresa. A los pocos días debe marcharse a combatir en el Frente de Jaén
En ese mismo verano de 1937 asiste al "IIº Congreso Internacional de Escritores Antifascistas" celebrado en Madrid y Valencia, y más tarde viajó a la Unión Soviética en representación del gobierno de la República, de donde regresó en octubre para escribir el drama "Pastor de la muerte" y numerosos poemas sueltos posteriormente recopilados y publicados en su obra "El hombre acecha". Pero la vida se ensaña con él más allá de la guerra: su primer hijo, Manuel Ramón, nacido en diciembre de 1937, muere a los pocos meses sumiendo al poeta en una aun más profunda tristeza. En su memoria escribe el poema "Hijo de la luz y de la sombra" que, junto a otros del mismo tenor, son recogidos en el "Cancionero y romancero de ausencias". Manuel Miguel, su segundo hijo, nace en enero de 1939. Le dedica las célebres "Nanas de la cebolla". Escribe un nuevo libro: Viento del pueblo, destinado a la 6ª División del ejército republicano. Pasa a Madrid.
En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba.
Es una vida agitadísima de continuos viajes y actividad literaria. Todo esto y la tensión de la guerra le ocasionan una anemia cerebral aguda que le obliga, por prescripción médica, a retirarse a Cox para reponerse. Varias obritas de Teatro en la guerra y dos libros de poemas, han quedado como testimonio vigoroso de este momento bélico: "Viento del pueblo" y "El hombre acecha".
Hoy el amor es muerte, y el hombre acecha al hombre. Canción Primera (1939)
En la primavera de 1939 sobreviene la derrota, las tropas fascistas avanzan sobre Madrid y se produce desbandada general del frente republicano, Miguel Hernández intenta cruzar la frontera pero es devuelto por las autoridades portuguesas y entregado a las recién entronizadas autoridades españolas. Así comienza su larga peregrinación por cárceles: Sevilla, Madrid, Ocaña, Alicante. "Difícil imaginarnos la vida en las prisiones en los meses posteriores a la guerra. Inesperadamente, a mediados de septiembre de 1939, es puesto en libertad".
Josefina: recibe para ti y para nuestro hijo y para nuestros hijos mayores el cariño encerrado y empiojado y... perdido de tu preso...
En abril, el general Francisco Franco declaró concluida la guerra cuando en Valencia se acababa de imprimir "El hombre acecha". Aún en proceso de encuadernación, una comisión depuradora franquista, presidida por el beatífico filólogo, Joaquín de Entrambasaguas (SIC), ordenó la destrucción completa de la edición; sin embargo, dos ejemplares que lograron salvarse de la masacre permitieron que, en el tardío 1981, el libro se pudiera reeditar para gloria de las letras hispanas.
Pero, poeta al fin, fatídicamente debe cumplir con su sino. Empujado por el amor a los suyos, imprudentemente se dirige a Orihuela donde nuevamente es encarcelado, esta vez en el seminario de San Miguel, que ha cambiado sus reclusos rezanderos y en sotana por las de los derrotados "rojos", al ser convertido (sin grandes modificaciones), en prisión. El poeta, como dice lleno de amarga ironía, sigue "haciendo turismo" por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante, hasta que en su organismo, resentido por tantas privaciones, se le declara una "tuberculosis pulmonar aguda" que abarca ambos pulmones, alcanzando proporciones tan alarmantes que hasta el intento de trasladarlo a un sanatorio resulta imposible. Entre dolores acerbos, hemorragias agudas, golpes de tos, Miguel Hernández se va consumiendo inexorablemente.
Miguel Hernández Gilabert, "falleció en la enfermería de la prisión alicantina a las 5:32 de la mañana del 28 de marzo de 1942, con tan sólo 31 años de edad. Se cuenta que no pudieron cerrarle los ojos, hecho sobre el que su amigo Vicente Aleixandre compuso un poema. Fue enterrado en el nicho número mil nueve del cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante, el 30 de marzo".
Actualmente sus restos mortales reposan en un modesto nicho del mismo cementerio, junto a los de su fiel compañera Josefina Manresa y su hijo, Manuel Ramón. Su sepultura se ha convertido en lugar de peregrinaje de deudos que nunca lo conocieron pero lloran su muerte y rememoran su imagen a través de su vida y sus poemas.
Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
que mancha con su lengua cuanto lame.
Las abarcas desiertas
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
Canción del esposo soldado
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre a que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
Morena de altas torres, alta luz y ojos altos,
esposa de mi piel, gran trago de mi vida,
tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos
de cierva concebida.
Ya me parece que eres un cristal delicado,
temo que te me rompas al más leve tropiezo,
y a reforzar tus venas con mi piel de soldado
fuera como el cerezo.
Espejo de mi carne, sustento de mis alas,
te doy vida en la muerte que me dan y no tomo.
Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas,
ansiado por el plomo.
Sobre los ataúdes feroces en acecho,
sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa
te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho
hasta en el polvo, esposa.
Cuando junto a los campos de combate te piensa
mi frente que no enfría ni aplaca tu figura,
te acercas hacia mí como una boca inmensa
de hambrienta dentadura.
Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera:
aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo,
y defiendo tu vientre de pobre que me espera,
y defiendo tu hijo.
Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado
envuelto en un clamor de victoria y guitarras,
y dejaré a tu puerta mi vida de soldado
sin colmillos ni garras.
Es preciso matar para seguir viviendo.
Un día iré a la sombra de tu pelo lejano,
y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo
cosida por tu mano.
Tus piernas implacables al parto van derechas,
y tu implacable boca de labios indomables,
y ante mi soledad de explosiones y brechas
recorres un camino de besos implacables.
Para el hijo será la paz que estoy forjando.
Y al fin en un océano de irremediables huesos
tu corazón y el mío naufragarán, quedando
una mujer y un hombre gastados por los besos.
Vuelo
Sólo quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.
Amar... Pero, ¿quién ama? Volar... Pero, ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.
Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.
Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otro como el granizo grave.
Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.
Triste instrumento alegre de vestir; apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.
No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.
Los brazos no aletean. Son acaso una col
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de debatirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.
Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. EL cielo se eleva. El aire mueve.
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